Péter Nádas. La propia muerte.

Galaxia Gutenberg, 2006. 76 páginas. Tit. or. Saját halái. Trad. Adan Kovacsics Meszaros. El protagonista sufre un infarto en plena calle y nos narra su angustia, su falta de aire, el proceso de asistencia médica, el miedo a la muerte y, por suerte, su recuperación. Con un lenguaje sobrio, sin aspavientos, nos vamos introduciendo en el proceso terrible de quien ve cómo su vida se va escapando y no puede hacer nada para ponerle remedio. El proceso clínico no es menos terrible, aunque ahí se encuentre la salvación. Un libro que, como lo que describe, también te oprime el pecho y te deja sin aire. Bueno. El taxista conducía de manera demencial por el intenso tráfico de la tarde. A lo sumo deseaba que condujera más rápido para llegar cuanto antes a casa. 0 que nos precipitáramos contra algo, para que se produjera un gran estruendo seguido de un completo oscurecimiento. Al pagar tuve la sensación de haberme librado una vez más. Calculé exactamente cada uno de mis movimientos, de modo que no se dio cuenta de nada. También lo conseguí. Conseguí atravesar el patio, conseguí saludar a la vecina de tal modo que no quisiera intercambiar unas palabras conmigo,... The post Péter Nádas. La propia muerte. first appeared on Cuchitril Literario.

Mar 31, 2025 - 07:00
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Péter Nádas, La propia muerte
Galaxia Gutenberg, 2006. 76 páginas.
Tit. or. Saját halái. Trad. Adan Kovacsics Meszaros.

El protagonista sufre un infarto en plena calle y nos narra su angustia, su falta de aire, el proceso de asistencia médica, el miedo a la muerte y, por suerte, su recuperación.

Con un lenguaje sobrio, sin aspavientos, nos vamos introduciendo en el proceso terrible de quien ve cómo su vida se va escapando y no puede hacer nada para ponerle remedio. El proceso clínico no es menos terrible, aunque ahí se encuentre la salvación.

Un libro que, como lo que describe, también te oprime el pecho y te deja sin aire.

Bueno.

El taxista conducía de manera demencial por el intenso tráfico de la tarde. A lo sumo deseaba que condujera más rápido para llegar cuanto antes a casa. 0 que nos precipitáramos contra algo, para que se produjera un gran estruendo seguido de un completo oscurecimiento.
Al pagar tuve la sensación de haberme librado una vez más.
Calculé exactamente cada uno de mis movimientos, de modo que no se dio cuenta de nada. También lo conseguí.
Conseguí atravesar el patio, conseguí saludar a la vecina de tal modo que no quisiera intercambiar unas palabras conmigo, conseguí subir, aunque con dificultad, las escaleras y conseguí encontrar las llaves adecuadas.
Podía ocurrir cualquier cosa en el piso silencioso calentado por la luz del sol: me sentía a buen recaudo. La seguridad de la guarida es más importante que el aire. Estar lejos de todo y de todos. Uno se considera demasiado importante para aceptar su egoísmo o, dicho de otro modo, su animalidad. No pensaba en nadie en absoluto. No había aire. Tampoco pen-
sé que debiera pensar en alguien ni que existiera sobre la faz de la tierra un ser en el que no pensara. En la hora de su muerte, el hombre está solo, lo cual, no obstante, debe imputarse a la columna de las ganancias.
Una fuerza enorme tensaba mi esternón desde dentro y apretaba hacia fuera mis omóplatos. Dolía como si de pronto quisieran crecerme alas después de todos estos años en que había vivido como un simple mortal. Por los otros, quise lavarme para quitarme el sudor antes de morir. También lo conseguí. Los otros pasaron a sustituir a las personas identificables por sus nombres. El dolor no cejaba, la clavícula también dolía mucho, muchísimo, pese a lo cual la ducha me dio fuerzas. A lo mejor aún me quedaria tiempo para revisar las galeradas. Por algún motivo, las correcciones se convertían en lo más importante: que estuvieran acabadas para cuando yo dejara de existir. lVIe puse ropa interior limpia, pensando en aquellos que me encontrarían más tarde.
Eso sí, no encontré aire en toda la vivienda.

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