Menos nacimientos, menos crecimiento

.En el país de la pasión y la vida en la calle, la tasa de natalidad pareciera haber caído en un despeñadero. Según los datos y proyecciones del Indec, la fecundidad ha descendido por debajo del umbral de reemplazo generacional: de más de tres hijos por mujer en los años 80 a 1,98 proyectados para 2040. La caída ha sido del 43% entre 2000 y 2023. La disminución de la natalidad en la Argentina transforma las prioridades, marcadas por una incertidumbre económica y política que hace incierto el futuro. Es una cuestión demográfica, pero también un signo cultural que reconfigura el sentido de pertenencia de las nuevas generaciones. Tarea esencial para la educación es desarrollar capacidad crítica y flexibilidad ante lo imprevisible.Los cambios actuales son puntos en una larga curva de descenso: en 1900, el promedio era de 6,5 hijos por mujer; en 1950, bajó a 3,5; en 2000, la tasa de natalidad era de 19 nacimientos por cada 1000 habitantes; en 2022, cayó a 11. También cambió la estructura etaria del país: en 1895, el 38,4% de la población tenía entre 0 y 14 años; en 2022, esa cifra bajó al 22%. Alejandro Piscitelli, sociólogo de UADE, destaca que “si bien esta disminución es una tendencia global, en la Argentina se ve reforzada por las crisis económicas y un cambio de paradigma en la planificación familiar”.Es un complejo rompecabezas. La postergación de la maternidad, el acceso a la reproducción asistida, el cambio en la percepción de la maternidad y la desigualdad socioeconómica son algunas de sus piezas. Agustina Ruggero, socióloga de esa misma casa de estudios, advierte: “el cambio demográfico es multicausal y, en general, refleja disparidades económicas y sociales de cada región”. Mientras tanto, la política resume todo en un lema de campaña: “más hijos”.Durante los primeros catorce años del siglo XXI, la fecundidad en la Argentina se mantuvo estable. Pero desde 2015, se evidencia una caída abrupta, especialmente en los adolescentes, incluso en sectores menos instruidos. La baja es del 60% en la última década, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.La plataforma Our World in Data, de la Universidad de Oxford, ha intentado decodificar la sugestiva correlación entre el número de cunas ocupadas y el volumen de cuentas bancarias. No es un retorno al maltusianismo sino un intento de comprender cómo el bienestar económico -entelequia que va del lavarropas automático al coaching ontológico- incide en la reproducción. Y cómo, a su vez, esculpe la economía futura.En 2024 nacieron aproximadamente 132 millones de bebés en el mundo. Murieron 62 millones de personas. Resultado: un crecimiento neto de 70 millones. Lo inquietante no es el número sino la curvatura de la línea. Se estima que los nacimientos se mantendrán estables -en torno a los 135 millones- durante las próximas dos décadas. Luego, comenzarán a descender como lo hacen los imperios: lentamente, sin saber cuándo empezó el derrumbe. Las muertes, por su parte, aumentarán con el envejecimiento global, como si la humanidad ingresara en una sobremesa geriátrica. En algún punto del siglo XXI, las muertes superarán los nacimientos y comenzará, sin apocalipsis ni meteoritos, la retracción neta de la población mundial. No por falta de ciencia sino de educación sobre los efectos del problema.Las proyecciones se extienden hasta finales del siglo XXI y rozan el umbral del XXII. La Argentina, sin embargo, se detiene en 2040, como si, fiel a su estilo, se negará a mirar más allá de su próxima crisis. El caso no es una réplica del escenario global, pero sí un eco que anticipa consecuencias. Una advertencia ilustrada. Un “esto también podría pasar en las pampas”.En 2020, dos tercios del mundo vivían en países con tasas por debajo del nivel de reemplazo (2,1 hijos por mujer). Un caso extremo: Corea del Sur, con una fertilidad de 0,75. Si la tendencia persiste, su población podría reducirse en un 96% hacia el siglo XXII. Es aritmética, no ciencia ficción. Japón, China y otros titanes demográficos también enfrentan esta delgadez poblacional. El descenso, sobre todo en Asia, es vertiginoso. Argentina, por ahora, desciende con lentitud, pero en la misma dirección.En el informe de Our World in Data se vincula la baja fertilidad con mayores niveles de prosperidad. En la Argentina, sin embargo, la natalidad cae también en contextos de desigualdad y disuelve esa correlación simplificada. La paradoja: en el norte, la baja fertilidad es síntoma del confort; en el sur, florece en la precariedad. Aquí, ni la abundancia ni la miseria logran poblar las salas de parto.La geografía también incide. Las mujeres en Buenos Aires tienen casi un hijo menos que las de Santiago del Estero, Formosa o Misiones. Según el Censo 2022, la tasa de fecundidad en CABA es una de las más bajas del país; en 2022 tenía más mascotas -493.000- que niños de entre 0 y 14 años -460.000-. El chiste se volvió estadística.Y se vuelve dilema hacia el futuro. El envejecimiento poblacional, la caída de la matrí

Abr 26, 2025 - 05:39
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Menos nacimientos, menos crecimiento

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En el país de la pasión y la vida en la calle, la tasa de natalidad pareciera haber caído en un despeñadero. Según los datos y proyecciones del Indec, la fecundidad ha descendido por debajo del umbral de reemplazo generacional: de más de tres hijos por mujer en los años 80 a 1,98 proyectados para 2040. La caída ha sido del 43% entre 2000 y 2023. La disminución de la natalidad en la Argentina transforma las prioridades, marcadas por una incertidumbre económica y política que hace incierto el futuro. Es una cuestión demográfica, pero también un signo cultural que reconfigura el sentido de pertenencia de las nuevas generaciones. Tarea esencial para la educación es desarrollar capacidad crítica y flexibilidad ante lo imprevisible.

Los cambios actuales son puntos en una larga curva de descenso: en 1900, el promedio era de 6,5 hijos por mujer; en 1950, bajó a 3,5; en 2000, la tasa de natalidad era de 19 nacimientos por cada 1000 habitantes; en 2022, cayó a 11. También cambió la estructura etaria del país: en 1895, el 38,4% de la población tenía entre 0 y 14 años; en 2022, esa cifra bajó al 22%. Alejandro Piscitelli, sociólogo de UADE, destaca que “si bien esta disminución es una tendencia global, en la Argentina se ve reforzada por las crisis económicas y un cambio de paradigma en la planificación familiar”.

Es un complejo rompecabezas. La postergación de la maternidad, el acceso a la reproducción asistida, el cambio en la percepción de la maternidad y la desigualdad socioeconómica son algunas de sus piezas. Agustina Ruggero, socióloga de esa misma casa de estudios, advierte: “el cambio demográfico es multicausal y, en general, refleja disparidades económicas y sociales de cada región”. Mientras tanto, la política resume todo en un lema de campaña: “más hijos”.

Durante los primeros catorce años del siglo XXI, la fecundidad en la Argentina se mantuvo estable. Pero desde 2015, se evidencia una caída abrupta, especialmente en los adolescentes, incluso en sectores menos instruidos. La baja es del 60% en la última década, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.

La plataforma Our World in Data, de la Universidad de Oxford, ha intentado decodificar la sugestiva correlación entre el número de cunas ocupadas y el volumen de cuentas bancarias. No es un retorno al maltusianismo sino un intento de comprender cómo el bienestar económico -entelequia que va del lavarropas automático al coaching ontológico- incide en la reproducción. Y cómo, a su vez, esculpe la economía futura.

En 2024 nacieron aproximadamente 132 millones de bebés en el mundo. Murieron 62 millones de personas. Resultado: un crecimiento neto de 70 millones. Lo inquietante no es el número sino la curvatura de la línea. Se estima que los nacimientos se mantendrán estables -en torno a los 135 millones- durante las próximas dos décadas. Luego, comenzarán a descender como lo hacen los imperios: lentamente, sin saber cuándo empezó el derrumbe. Las muertes, por su parte, aumentarán con el envejecimiento global, como si la humanidad ingresara en una sobremesa geriátrica. En algún punto del siglo XXI, las muertes superarán los nacimientos y comenzará, sin apocalipsis ni meteoritos, la retracción neta de la población mundial. No por falta de ciencia sino de educación sobre los efectos del problema.

Las proyecciones se extienden hasta finales del siglo XXI y rozan el umbral del XXII. La Argentina, sin embargo, se detiene en 2040, como si, fiel a su estilo, se negará a mirar más allá de su próxima crisis. El caso no es una réplica del escenario global, pero sí un eco que anticipa consecuencias. Una advertencia ilustrada. Un “esto también podría pasar en las pampas”.

En 2020, dos tercios del mundo vivían en países con tasas por debajo del nivel de reemplazo (2,1 hijos por mujer). Un caso extremo: Corea del Sur, con una fertilidad de 0,75. Si la tendencia persiste, su población podría reducirse en un 96% hacia el siglo XXII. Es aritmética, no ciencia ficción. Japón, China y otros titanes demográficos también enfrentan esta delgadez poblacional. El descenso, sobre todo en Asia, es vertiginoso. Argentina, por ahora, desciende con lentitud, pero en la misma dirección.

En el informe de Our World in Data se vincula la baja fertilidad con mayores niveles de prosperidad. En la Argentina, sin embargo, la natalidad cae también en contextos de desigualdad y disuelve esa correlación simplificada. La paradoja: en el norte, la baja fertilidad es síntoma del confort; en el sur, florece en la precariedad. Aquí, ni la abundancia ni la miseria logran poblar las salas de parto.

La geografía también incide. Las mujeres en Buenos Aires tienen casi un hijo menos que las de Santiago del Estero, Formosa o Misiones. Según el Censo 2022, la tasa de fecundidad en CABA es una de las más bajas del país; en 2022 tenía más mascotas -493.000- que niños de entre 0 y 14 años -460.000-. El chiste se volvió estadística.

Y se vuelve dilema hacia el futuro. El envejecimiento poblacional, la caída de la matrícula escolar y la presión sobre el sistema previsional son los primeros síntomas. En Buenos Aires nacieron 76 mil niños en 2016; en 2024, se estiman solo 22 mil. Entre 2019 y 2025, la matrícula de jardín de infantes bajará un 34%. Para 2028, se espera una caída del 25% en la inscripción primaria. El impacto será estructural. “Cuando se cometen los errores poblacionales -dice Alejandro Piscitelli- no se registra el impacto; las personas pueden pensar ‘baja la natalidad, ¿qué importa?‘, pero cuando la cuenta llega no hay vuelta atrás, recuperar la población lleva muchos años”.

Históricamente vinculado a países desarrollados, el fenómeno hoy se extiende como una tinta invisible por América Latina, y África del norte y subsahariana. Incluso Níger, el país con mayor tasa de fertilidad del mundo, redujo su promedio de 6,8 a 6,6 4, según el Banco Mundial. El dato encierra una verdad incómoda: ni siquiera los campeones de la natalidad son inmunes al espíritu de época.

Piscitelli lo ilustra con una imagen devastadora: si 100 mujeres tienen dos hijos cada una, habrá 200 niños, pero todavía 100 mujeres fértiles. Si esa nueva generación opta por tener un hijo por mujer, habrá solo 50. Luego, 25. La población se reduce y pierde su capacidad de regenerarse. Como una vela que se apaga y olvida el fuego. La recuperación es lenta e improbable.

Por el momento, el futuro se presenta como una habitación con las luces bajas. La disminución de la natalidad en Argentina y el mundo requiere atención urgente. Las respuestas no pueden ser sólo económicas. Se necesita una mirada política, cultural. Que más jóvenes accedan a educación, salud reproductiva y oportunidades. Una imaginación fértil. De lo contrario, ese futuro se presentará muy pronto y tendrá consecuencias profundas.

Director del Instituto de Ciencias Sociales y Disciplinas Proyectuales (Insod) de Uade