“¿Mamá, por qué nos tenemos que ir de Ibiza?”: los precios de la vivienda expulsan a los niños del colegio en mitad de curso
En seis meses, veinte familias dan de baja a sus hijos de una escuela pública porque el precio de los alquileres los expulsa de la isla. El centro denuncia que no cuenta con un psicólogo para gestionar las secuelas emocionales que causa esta situación entre el alumnado que se quedaAbraham y su familia, tras el destierro a 'la España vaciada': “Si hubiera una vivienda en Ibiza, volvería sin pensarlo” No es raro que María haga pucheros cuando termina la videollamada. Fundido a negro: las caras de sus amigos desaparecen al otro lado de la pantalla. Los ojos llorosos de la niña formulan la misma pregunta que, más de una vez, también ha chasqueado la lengua: “¿Mamá, por qué nos hemos tenido que ir?” Hasta el 31 de agosto, María vivía en Sant Antoni de Portmany, Eivissa. El mismo pueblo en el que se crio su madre, Susana, que nació en la isla en la que ha parido tres veces. La mayor, de diez años, vino al mundo en el mismo hospital que su madre, que es de la quinta del 95. A un centenar de metros de distancia nacerían Lucía, en 2020, y Paula, en 2024. Cuando Susana dio a luz a la mediana y la pequeña, la maternidad ya se había desplazado del viejo hospital –uno de aquellos hospitales comarcales que inauguró el Doctor Lluch cuando fue ministro de Sanidad al principio del felipismo– al nuevo Can Misses, un complejo de edificios mucho más grande, más moderno, con más especialidades. Pero, entre parto y parto, las instalaciones sanitarias no eran lo único que cambiaba en Eivissa. El precio del metro cuadrado también se actualizaba. Al alza y sin frenos. Consecuencia: mejor hospital público, pacientes más pobres. Carecer de hogar propio ha empujado a Susana y sus tres niñas a la península. Eso explica que estrenaran septiembre en Cehegín, Murcia. Desde su nueva habitación, María habla con los compañeros con los que estudió desde el primer curso de Infantil hasta segundo de Primaria. Ella, y Lucía, que ya estaba escolarizada, no son bichos raros. Desde otros puntos de España o del extranjero también hay videollamadas que conectan a alumnos y exalumnos de la escuela a la que iban, el CEiP Sant Antoni. Después de María y Lucía (las hermanas Priego Mangas) sólo en este colegio se han dado de baja otra veintena de estudiantes porque sus padres no encuentran en la isla una vivienda digna que puedan pagar con los ingresos de sus trabajos. Es una fuga silenciosa. Casi invisible, porque no aparece en las estadísticas de la Conselleria d’Educació del Govern. Sólo en el CEiP Sant Antoni se han dado de baja una veintena de estudiantes porque sus padres no encuentran en la isla una vivienda digna que puedan pagar con los ingresos de sus trabajos “Es un destino hostil e irá a más” Hay maestros que no son de piedra. Saben que no en todos los domicilios de los menores que entran de lunes a viernes en las aulas se recibe un plus de vivienda como el que han empezado a cobrar ellos hace unos meses. Eso lo repite, al otro lado del teléfono, Alejandro Vide Moreno –ibicenco, cuarenta años, más de quince cursos dando clases en colegios, padre de un niño en su primer curso escolar–, que es desde el 1 de julio el director del CEiP Sant Antoni. Estrenó cargo días después de que las hermanas Priego Mangas se despidieran de sus amigos aprovechando la fiesta de final de curso. Lucía y María, la última mañana que pasaron en su colegio. Susana, la madre, guarda en la galería del móvil una foto de aquella fiesta. María, que ya ha pegado un buen estirón, posa el brazo derecho en la espalda de Lucía. Debió de hacer calor la última mañana que pasaron en su colegio. Están morenas, y el rojo de la falda de la hermana pequeña contrasta con la claridad del suelo. Rebota la luz de junio sobre el cemento del patio. El futuro iba a ser un poco más oscuro, pero ellas parecen ajenas a la mudanza. Sonríen aguantando unos vasos de plástico vacíos de refresco. Es difí

En seis meses, veinte familias dan de baja a sus hijos de una escuela pública porque el precio de los alquileres los expulsa de la isla. El centro denuncia que no cuenta con un psicólogo para gestionar las secuelas emocionales que causa esta situación entre el alumnado que se queda
Abraham y su familia, tras el destierro a 'la España vaciada': “Si hubiera una vivienda en Ibiza, volvería sin pensarlo”
No es raro que María haga pucheros cuando termina la videollamada. Fundido a negro: las caras de sus amigos desaparecen al otro lado de la pantalla. Los ojos llorosos de la niña formulan la misma pregunta que, más de una vez, también ha chasqueado la lengua: “¿Mamá, por qué nos hemos tenido que ir?”
Hasta el 31 de agosto, María vivía en Sant Antoni de Portmany, Eivissa. El mismo pueblo en el que se crio su madre, Susana, que nació en la isla en la que ha parido tres veces. La mayor, de diez años, vino al mundo en el mismo hospital que su madre, que es de la quinta del 95. A un centenar de metros de distancia nacerían Lucía, en 2020, y Paula, en 2024. Cuando Susana dio a luz a la mediana y la pequeña, la maternidad ya se había desplazado del viejo hospital –uno de aquellos hospitales comarcales que inauguró el Doctor Lluch cuando fue ministro de Sanidad al principio del felipismo– al nuevo Can Misses, un complejo de edificios mucho más grande, más moderno, con más especialidades. Pero, entre parto y parto, las instalaciones sanitarias no eran lo único que cambiaba en Eivissa. El precio del metro cuadrado también se actualizaba. Al alza y sin frenos. Consecuencia: mejor hospital público, pacientes más pobres.
Carecer de hogar propio ha empujado a Susana y sus tres niñas a la península. Eso explica que estrenaran septiembre en Cehegín, Murcia. Desde su nueva habitación, María habla con los compañeros con los que estudió desde el primer curso de Infantil hasta segundo de Primaria. Ella, y Lucía, que ya estaba escolarizada, no son bichos raros. Desde otros puntos de España o del extranjero también hay videollamadas que conectan a alumnos y exalumnos de la escuela a la que iban, el CEiP Sant Antoni. Después de María y Lucía (las hermanas Priego Mangas) sólo en este colegio se han dado de baja otra veintena de estudiantes porque sus padres no encuentran en la isla una vivienda digna que puedan pagar con los ingresos de sus trabajos. Es una fuga silenciosa. Casi invisible, porque no aparece en las estadísticas de la Conselleria d’Educació del Govern.
Sólo en el CEiP Sant Antoni se han dado de baja una veintena de estudiantes porque sus padres no encuentran en la isla una vivienda digna que puedan pagar con los ingresos de sus trabajos
“Es un destino hostil e irá a más”
Hay maestros que no son de piedra. Saben que no en todos los domicilios de los menores que entran de lunes a viernes en las aulas se recibe un plus de vivienda como el que han empezado a cobrar ellos hace unos meses. Eso lo repite, al otro lado del teléfono, Alejandro Vide Moreno –ibicenco, cuarenta años, más de quince cursos dando clases en colegios, padre de un niño en su primer curso escolar–, que es desde el 1 de julio el director del CEiP Sant Antoni. Estrenó cargo días después de que las hermanas Priego Mangas se despidieran de sus amigos aprovechando la fiesta de final de curso.
Susana, la madre, guarda en la galería del móvil una foto de aquella fiesta. María, que ya ha pegado un buen estirón, posa el brazo derecho en la espalda de Lucía. Debió de hacer calor la última mañana que pasaron en su colegio. Están morenas, y el rojo de la falda de la hermana pequeña contrasta con la claridad del suelo. Rebota la luz de junio sobre el cemento del patio. El futuro iba a ser un poco más oscuro, pero ellas parecen ajenas a la mudanza. Sonríen aguantando unos vasos de plástico vacíos de refresco. Es difícil imaginarlas de otra manera. Son niñas a las puertas de las vacaciones de verano. No saben –todavía– el significado de la palabra exilio. El director de escuela que no han conocido, el tutor que tampoco tendrán (Alejandro Vide Moreno daba clase a los mayores, quinto y sexto), lo define así:
–Ibiza es un destino hostil, y va a ir a más. Además de las que se han marchado en lo que va de curso, ya hay por lo menos dos familias más que nos han dicho que se van de la isla durante el verano. No todos se van porque no puedan pagar el alquilar o no tengan dinero para meterse en una hipoteca. Conocemos casos, por ejemplo, de padres que han vendido su casa y han reinvertido el dinero en la península. Saben que allí van a vivir mucho mejor. También tenemos, y eso se notó mucho durante la pandemia, alumnos que viven en pisos patera. ¿Cómo no va a afectar a su rendimiento? Siempre digo que, más aún con esta situación que sufrimos en Ibiza, que los maestros no sólo tenemos que enseñarles conocimientos, también les debemos acompañar emocionalmente.
Además de las que se han marchado en lo que va de curso, ya hay por lo menos dos familias más que nos han dicho que se van de la isla durante el verano. No todos se van porque no puedan pagar el alquilar o no tengan dinero para meterse en una hipoteca. Conocemos casos, por ejemplo, de padres que han vendido su casa y han reinvertido el dinero en la península. Saben que allí van a vivir mucho mejor. También tenemos alumnos que viven en pisos patera
Recursos insuficientes
“La Conselleria d’Educació es perfectamente consciente de los problemas de vivienda de los docentes. Se está haciendo mucho trabajo en ese sentido, el conseller [Antoni Vera Alemany, filólogo de formación, profesor con plaza de funcionario] ha hablado del tema cuando ha ido a Eivissa. En cuanto a las problemáticas de vivienda, no son competencia de Educació. Los centros disponen de orientadores y psicólogos (en el caso de Secundaria) para atender las cuestiones emocionales”. Más allá de estas palabras, desde el departamento del Govern que preside Marga Prohens evitan hacer declaraciones sobre “un problema que afecta directamente a todo lo que sucede en el aula”.
La frase entrecomillada es de Sandra Torrent –barcelonesa, veinticinco años ya desde que se empadronó en Eivissa, donde ha tenido dos hijos, antigua directora de escoleta, cuando la educación de cero a tres años era privada, y actual maestra de Infantil– y bebe de su experiencia con los benjamines del CEiP Sant Antoni. “Uno de los objetivos fundamentales del primer ciclo, de tres a seis años, es hacer grupo, fomentar el sentimiento de pertenencia. Cuando se marcha un compañero, y este curso está sucediendo a menudo, sus amigos lo acusan mucho: cuando somos tan pequeños, la escuela es gran parte del mundo que conocemos. Además, nunca hay que subestimar a una niña o un niño de cuatro años: son inteligentísimos. Hablan sin filtros”.
¿Son suficientes los recursos de orientación a los que se refieren desde Palma, la ciudad donde tiene la sede la Conselleria d’Educació? Al otro lado del mar, creen lo contrario. En la antigua escuela de las hermanas Priego Mangas cuentan que, entre que detectan un problema relacionado con la vivienda, o se lo explica la familia, y los acompañan (tanto el director Vide como la maestra Torrent repiten mucho el verbo acompañar), “pasa demasiado tiempo para intentar hacer algo con los recursos actuales”.
Desde el CEiP Sant Antoni recuentan: en su plantilla de profesionales hay una persona que se encarga de la orientación a tiempo completo (cosa que no ocurre en todos los colegios ibicencos), pero su profesor de servicios a la comunidad (“PSC”, en jerga docente, una figura fundamental para asistir a hijos de migrantes recién llegados) también trabaja en otros cuatro colegios. Y, sólo en el CEiP Sant Antoni, hay más de cuatrocientos niños, cuatrocientas historias. Aunque se quiera acompañar emocionalmente al alumnado (el que se va y el que se queda), lo que no acompañan son las manos y cerebros disponibles.
Es un clamor general. La asociación de directores de Eivissa acaba de enviar una carta al conseller Vera Alemany reclamándoselos. Entre las medidas que se piden, que los psicólogos educativos trabajen también en Primaria. Porque, como recuerdan varios orientadores consultados por elDiario.es, el consentimiento que firman los tutores legales de los menores para que estos especialistas los atiendan en las escuelas “es de carácter psicopedagógico, no psicológico”. Y, en cambio, “la marcha de un amigo o una amiga porque sus padres tienen que elegir entre pagar el alquiler o llegar a final de mes”, como explica la maestra Torrent, “se vive como un duelo”. Las emociones forman parte de la salud mental.
La marcha de un amigo o una amiga porque sus padres tienen que elegir entre pagar el alquiler o llegar a final de mes se vive como un duelo
“Así lo trabajamos”, dice la docente. “No creo que exageremos: hace un año se marchó una niña que estudiaba en Infantil y sus compañeros todavía la nombran. Cuando alguien se va, hay que reorganizar el aula… sin forzar nada. No es fácil, pero se trata de verbalizar lo que los niños te piden: lo que no les preocupa no te lo van a pedir. ¿Qué les preocupa? Que esa personita ya no viene a clase. Luego irán creciendo y se darán cuenta de que vivimos en una sociedad muy asimétrica. El problema de la vivienda afecta en unos centros más que en otros, pero en nuestro propio colegio, en el mismo espacio, hay chicos que duermen en un piso en el que conviven varias familias y niños que viven en un hogar donde parte de los ingresos vienen de viviendas que se alquilan. La diferencia es increíble. Unos pueden disfrutar de una vida cómoda y otros no pueden apuntarse a una extraescolar, no pisan la playa en todo el verano o aprenden a cocinar siendo muy pequeños porque sus padres están todo el día fuera del domicilio. Trabajando. No es fácil gestionar esa brecha porque todos somos vecinos del mismo pueblo. Mis hijos, sin ir más lejos, serían un ejemplo: ellos no tienen muchos de esos problemas y nosotros vivimos a apenas dos quilómetros de distancia de la escuela. Pero si la situación no cambia, les acabará afectando”.
En nuestro propio colegio, en el mismo espacio, hay chicos que duermen en un piso en el que conviven varias familias y niños que viven en un hogar donde parte de los ingresos vienen de viviendas que se alquilan. La diferencia es increíble. Unos pueden disfrutar de una vida cómoda y otros no pueden apuntarse a una extraescolar, no pisan la playa en todo el verano o aprenden a cocinar siendo muy pequeños porque sus padres están todo el día fuera del domicilio trabajando
Las causas y consecuencias de este relato empujaron a Sandra Torrent a disfrazarse de contrato de alquiler el Martes de Carnaval. No salió sola a la calle, sino acompañando, en la rúa del pueblo, a varios de los miembros de la asociación de familias del CEiP Sant Antoni. Las bajas de los compañeros de sus críos, una gota malaya, o los precios y letras que algunos pagan por alquilar o haberse hipotecado, les animaron a que la carroza escolar fuera en 2025 una denuncia rodante. Mostraron una pancarta donde se leía en mayúsculas: “MONOPOLY DE ALQUILER. DATOS REALES: 19 FAMILIAS HAN TENIDO QUE ABANDONAR EL CEiP SANT ANTONI POR LA SITUACIÓN QUE TANTO NOS AFECTA A TODOS EN LA ISLA”. Cada disfraz era una hoja escrita, y cada hoja escrita, una ristra de tarifas: “Habitación individual, 1.800 euros. Habitación compartida, 1.000 euros. Sólo cama 12 hrs/día, 950 euros plus derecho a cocina + 200 euros. Almohada en bañera, 800 euros. Gastos a medias”. Las aderezaba la guasa del Carnaval pero, en plena temporada turística, son menos surrealistas de lo que parecen. Eivissa es uno de los territorios más afectados por la especulación inmobiliaria. Y es una isla.
Nada baja de los 200.000 euros
En los últimos plenos de Sant Antoni de Portmany, cuando a petición del equipo de gobierno (mayoría absoluta del PP) se han debatido mociones para frenar las okupaciones (ha habido varias en el municipio, algunas resueltas con la participación de empresas de desokupación, junto a la Policía Local; la última, sin embargo, tuvo mucho eco en la prensa insular porque fue una multitud de vecinos la que ayudó a que los okupas, pillados in fraganti mientras cambiaban la puerta, salieran del piso), la oposición (formada principalmente por el PSOE) ha puesto sobre la mesa las bajas de los alumnos en el CEiP Sant Antoni como muestra de la “brecha” a la que se refería la maestra Torrent. En la sesión de marzo, justo después del Carnaval, los ánimos se encendieron.
El acceso a la vivienda es la punta de un iceberg que agria el debate cuando el pleno choca contra él. Desde el PP acusan a los socialistas, y a la única concejala de Unides Podem, de ponerse de perfil ante la okupación, o de favorecerla. Los socialistas lo niegan; y desde los grupos de centroizquierda acusan al partido de derechas de no ir a la raíz del drama: construir vivienda pública para rebajar los precios de un municipio donde un apartamento, obra antigua, de 50 metros cuadrados cuesta más de 200.000 euros y un piso que le doble el tamaño, más de 450.000. En este municipio de casi 30 mil habitantes no hay a día de hoy ningún piso de alquiler social. Tampoco existe un proyecto para construirlos o crearlos mediante la expropiación o gestión de edificios o pisos donde no vive nadie.
“Mis padres no verán crecer a sus nietas”
Al noroeste de la Región de Murcia no llega el ruido político de su pueblo natal, pero el WhatsApp de Susana Mangas sí recibió las fotografías de la rúa. Al verlas, reconoce que sonrió un poco.
–Me parece muy bien que se disfrazaran para denunciar lo que ocurre en el cole. Eso muestra que allí, tanto los profes como los padres de los alumnos, estábamos muy unidos. Lo echo de menos. En el fondo me gusta hablarlo para que todo el mundo se entere de lo que está pasando, a ver si cambia la cosa. En Ibiza teníamos nuestra vida hecha y tener que dejarlo todo porque no hay un alquiler digno para una familia es muy duro de aceptar mentalmente.
–¿Intentasteis comprar cuando fuisteis padres por primera vez?
–Ni teniendo trabajos fijos te lo ponen fácil para meterte en una hipoteca. Hace años que ni miro. Los precios son tan altos que el 20% de la entrada, sesenta, setenta mil euros, no lo iba a juntar en la vida. Aunque trabajes, con dos niñas, y con lo que ha subido todo, empezando por la comida, no puedes ahorrar, ¿¡cómo vas a ahorrar!? Es una pena que hasta los que nacen allí se tengan que ir. Me están obligando a que mis padres no vean crecer a sus nietas.
–No te vas porque quieres, estás renunciando a tu tierra. ¿Es un estigma para ti? ¿Te cuesta explicarlo?
–Es que te están obligando. A mí no me da vergüenza contarlo, pero me da mucha pena. No lo hablo mucho porque cada vez que lo hablo me pongo a llorar [se le quiebra la voz]. Es duro venirte sola.
Susana conoció a un chico hace once veranos. Era malagueño y había llegado a Eivissa para echar la temporada en la cocina de un hotel. Se enamoraron y Jonathan Priego –moreno, de piel y cabello, como sus tres hijas, Paula, la pequeña, ha nacido, como sus hermanas, “con melenita”– no volvió a Andalucía. Ahora, paradójicamente, es un matrimonio a distancia. Ella, al agotar el tiempo de baja maternal, no tuvo más opción que renunciar a las catorce nóminas que cobraba en el almacén de unas carnicerías si querían reiniciar sus vidas, pero él ya ha vuelto a la isla porque no pueden permitirse que deje su empleo. Es fijo-discontinuo y en Cehegín, 15.000 habitantes, casi un 20% de paro, no es fácil encontrar trabajo. La Cruz de Caravaca queda muy cerca, pero el turismo, de interior, que atrae la comarca no puede compararse con los tres millones de personas que viajan a Eivissa cada año.
“Nos vinimos porque mis padres”, cuenta Susana, “compraron hace años, cuando tuvieron un poco de dinero, una casa para pasar en la península sus vacaciones, y, al no pagar alquiler, era un buen sitio para empezar de cero. Pero no está siendo fácil”. Asumir, por ejemplo, que hasta julio, cuando las niñas terminen las clases, y coincidiendo con el trigésimo cumpleaños de Susana, no se reunirá la familia. Ya les ocurrió lo mismo cuando se mudaron a Murcia.
Entonces, Jonathan pidió dos días libres seguidos en el hotel para acompañarlas con una furgoneta donde cargaron todas sus cosas. Al vaciarla, volvió pitando a la isla. Hasta el 13 de octubre, servicio de temporada completado, no se reencontraron. Pese a todo, dice Susana, no se arrepienten. En Eivissa estaban contra la espada y la pared. Cuando hay niños en la ecuación, el horizonte hacia el que se mira está más lejos: “Cuando fuimos padres nos pusimos como tope pagar ochocientos, mil euros, máximo, de alquiler por un piso de, al menos, dos habitaciones. No salió nada de nada, y estoy hablando de hace diez años. Viendo el plan que tenía la isla, aunque encontrara un alquiler así, ya pensaba: ¿qué futuro le voy a dejar a mis hijas? [silencio] Porque va a peor: aunque me ahogue y llegue a final de mes malviviendo, cuando crezcan y sean adultas tendrán que abandonar la isla. Si quieren volver algún día, que lo decidan ellas, pero al menos, que no se vean obligadas a abandonarla”.
Aunque me ahogue y llegue a final de mes malviviendo, cuando crezcan y sean adultas tendrán que abandonar la isla. Si quieren volver algún día, que lo decidan ellas, pero al menos, que no se vean obligadas a abandonarla
Paula no tendrá recuerdos de una infancia ibicenca. Lucía, algunos, pero menos que María. Susana confía en que la mediana y, sobre todo, la mayor terminen haciendo nuevos amigos en su nuevo hogar. Ahora, por lo menos, no se les tiñen de negro los juguetes por culpa del moho. La casa que habían conocido en Eivissa tenía goteras. Era el primer piso sobre un almacén que una tía de Susana les cedió para que, reformado vía crédito, pudieran instalarse, justo antes del confinamiento, cuando ella estaba embarazada de Lucía. El pequeño edificio se construyó, en su momento, con materiales baratos. Cuando llovía, el suelo de una de las habitaciones se llenaba de cubos y palanganas para que no se llenara de agua. Pese a la reforma, las humedades ganaron la partida. Susana, como la mayoría de ibicencos de las generaciones millenial y centennial, nació tarde. Su padre, que emigró desde Rute, Córdoba, siendo niño y su madre, que saltó desde Barcelona en plena adolescencia, pudieron pagar un techo donde formar una familia. Con sueldos de albañil y de kelly.