Los trastornos emocionales en animales domésticos, ¿verdad o mito?

El apoyo profesional, tanto veterinario como de etólogos o educadores, es clave para encontrar soluciones.

Abr 21, 2025 - 07:23
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Los trastornos emocionales en animales domésticos, ¿verdad o mito?

La idea de que los animales pueden padecer trastornos mentales ya no pertenece al terreno de la especulación. Aunque durante años se ha considerado un concepto antropomórfico, hoy sabemos que perros, gatos y otros animales domésticos pueden experimentar problemas emocionales y conductuales relacionados con su entorno, su historia vital o su genética. La ciencia empieza a confirmar lo que muchos cuidadores intuían: que los animales también pueden sufrir ansiedad, estrés crónico, depresión e incluso deterioro cognitivo.

Estos trastornos son especialmente frecuentes en contextos de confinamiento, estrés prolongado o falta de estímulos. A diferencia de lo que ocurre en la naturaleza entre las especies salvajes, donde la mayoría viven en equilibrio con su entorno si este no está alterado, la convivencia con humanos presenta desafíos únicos: soledad, rutinas rígidas, falta de interacción, ruido constante, cambios de hogar, incomprensión o maltrato pasado. Y aunque muchos animales de familia viven rodeadas de afecto, eso no las hace inmunes a sufrir malestar psicológico.

Desde alteraciones sutiles del comportamiento hasta problemas serios de salud física relacionados con el estrés, los síntomas pueden pasar desapercibidos o malinterpretarse. Como garantes de su salud física y mental, es importante comprender las señales, adaptar el entorno, buscar ayuda profesional y, sobre todo, incorporar el bienestar mental como parte del cuidado integral de nuestros animales.

Cambios de conducta que pueden indicar un problema

Los animales no pueden expresar con palabras lo que sienten, pero sí lo hacen a través de su comportamiento. En perros y gatos, algunos signos habituales de malestar emocional incluyen cambios repentinos en la interacción social, conductas compulsivas, agresividad, retraimiento, vocalizaciones excesivas o eliminación inadecuada (orinar o defecar fuera del arenero o en lugares inusuales).

También pueden presentarse síntomas físicos, como pérdida de apetito, caída del pelo o enfermedades recurrentes. A nivel hormonal, el estrés crónico eleva los niveles de corticoides, lo que afecta directamente al sistema inmunitario. En casos más graves y si no se les proporciona una atención veterinaria apta, puede derivar en un deterioro generalizado de salud.

Los gatos, por ejemplo, tienen predisposición a desarrollar lo que se conoce como cistitis idiopática felina, un trastorno urinario que muchas veces tiene una causa emocional. En perros, la ansiedad por separación es uno de los diagnósticos más frecuentes, especialmente en animales que han sido adoptados o que no están acostumbrados a estar solos.

Envejecimiento y deterioro cognitivo

Los animales domésticos también pueden desarrollar síndromes similares a las demencias humanas. En perros mayores, se encuentra el síndrome de disfunción cognitiva, un trastorno neurodegenerativo que afecta a la memoria, la orientación y el comportamiento. Puede manifestarse como desorientación, cambios en los patrones de sueño, olvidos de rutinas conocidas o falta de reconocimiento de personas y lugares familiares.

Este proceso no siempre es fácil de detectar, ya que puede confundirse con el simple envejecimiento. Sin embargo, reconocerlo a tiempo permite adoptar medidas para mejorar la calidad de vida del animal, como ajustar horarios, enriquecer el entorno o recurrir a terapias específicas.

La importancia del entorno

Una de las principales causas de malestar emocional en animales domésticos es la falta de estimulación. Perros, gatos, hurones, roedores, aves de jaula y otras especies domésticas necesitan retos mentales, variedad en su día a día, interacciones sociales y oportunidades para desarrollar comportamientos propios de su especie. En su ausencia, pueden aparecer signos de aburrimiento, frustración o incluso depresión.

El entorno físico también influye. Ruidos constantes, cambios bruscos, castigos, una mala socialización temprana o la exposición a estímulos negativos pueden tener consecuencias duraderas. En muchos casos, estos factores generan problemas de conducta que no se resuelven solo con buena intención, sino que requieren intervención veterinaria y, en ocasiones, tratamiento farmacológico.

El enriquecimiento ambiental, los juegos de olfato, la estimulación sensorial, la compañía y el respeto por las necesidades del animal son herramientas efectivas para prevenir y aliviar el sufrimiento psicológico.

La empatía como parte del cuidado

Cada vez más profesionales de la salud animal insisten en la necesidad de considerar el bienestar emocional como parte del cuidado. Esto implica no solo actuar cuando aparecen síntomas, sino también prevenir: dedicar tiempo de calidad, crear rutinas estables, permitir momentos de calma y respetar los ritmos del animal.

Es igual de importante prestar atención a los antecedentes: animales procedentes de criaderos ilegales, con historial de maltrato o procedentes de entornos inestables pueden requerir más acompañamiento emocional.

Para ello, es esencial conocer bien a la especie con la que se convive. No basta con asumir que lo aprendido con un perro servirá para entender a un gato, ni que la experiencia con un conejo o un hurón será igual de válida para cuidar a una cobaya. Cada animal tiene sus propios códigos de comunicación, comportamientos naturales y formas de expresarse, muchas veces alejadas de lo que el ojo humano identifica de forma intuitiva.

Aprender a interpretarlos y actuar en consecuencia forma parte de una convivencia responsable, basada en la observación, la formación y el respeto por las particularidades de cada especie.