Lo que nos enseña la etología sobre Trump y otros machos dominantes
En la selva de un diminuto planeta de un rincón perdido del universo, una pandilla de chimpancés se disputaban el poder. La jerarquía es la jerarquía, y sólo puede haber un macho dominante, que se apropia de todas las hembras del clan y de los mejores alimentos, y que además se suele aliar con otros machos de rango inferior, a los que exige sumisión. Estos simios, aunque puedan parecer adorables, en realidad mantienen un comportamiento muy agresivo con otras comunidades de chimpancés, a los que atacan en asaltos coordinados y letales. Conviene recordar que los gestos y las expresiones faciales y corporales son muy importantes en la vida de estos primates. Hay gestos de miedo, de arrogancia y de agresividad. Cuando el rey de los monos, al que llamaremos Donald, quiere hacer una demostración de poder, frunce el ceño, dilata las fosas nasales, tensiona labios y mandíbulas, enseña los colmillos y afila la mirada. Los machos destronados, viejos y desdentados, que otrora dominaron el clan y se mostraron tan despiadados como Donald (estos chimpancés respondían a nombres franceses, ingleses, holandeses, belgas, portugueses y españoles, entre otros), se mantienen cómodamente al margen, por lo general escondidos para pasar desapercibidos, dormitando entre los laureles o añorando su glorioso pasado. Espero que me disculpen los auténticos chimpancés, una especie en peligro de extinción por culpa de sus primos, los sapiens , pues esta comparación resulta ofensiva para ellos. He comenzado con este símil porque la etología, o ciencia del comportamiento animal, tiene mucho que enseñarnos acerca de Donald Trump y otros machos dominantes con los que se ha aliado, como Elon Musk , que han asaltado la Casa Blanca y hasta la misma democracia para declararse amos del mundo. Al multimillonario dueño de Tesla se le ha visto incluso golpeándose el pecho con ambos puños en señal de triunfo y poder, como un verdadero gorila. Confieso que cuando vi la foto del surafricano con su hijo a hombros (como macho alfa, posee una numerosa prole) en el despacho oval de la Casa Blanca, ante la complaciente mirada de Donald, sentí náuseas y ganas de vomitar. La última obscenidad del presidente de los EEUU no ha podido resultar más repugnante: la humillación pública, con la ayuda del vicepresidente Vance y ante las cámaras de todo el mundo, del ucraniano Volodimir Zelensky, al que previamente había tildado de payaso y dictador. ¿Por qué hace esto?, ¿por qué difunde vídeos tan indecentes, realizados con Inteligencia Artificial, sobre el futuro de Gaza, una región en ruinas donde han sido masacradas más de cincuenta mil personas, entre ellas miles de niños, cuando se deporte a todos los palestinos y se convierta la tierra de sus antepasados en un paradisiaco resort turístico similar a Las Vegas? La respuesta es muy sencilla: porque puede. Humillar, insultar, asustar, todo el comportamiento de estos machos dominantes es una continua manifestación de poder. No sé si estamos asistiendo al nacimiento de una nueva época ni si las transformaciones económicas, sociales y políticas que se están produciendo se deben al ritmo acelerado de los cambios tecnológicos, cambios que la inmensa mayoría de la población no comprende, por lo que prefieren echarse en brazos de líderes carismáticos y populistas. Lo que sí parece evidente es lo que Harari, en su brillante ensayo 'Nexus', llama «suicidio conservador» , pues lo que ha hecho Donald Trump es secuestrar el Partido Republicano de los Estados Unidos y la democracia moderna más antigua del mundo, rechazando el respeto tradicional que se debe a los servidores públicos, garantía del orden constitucional, desdeñando a los científicos y atacando a las instituciones y a tradiciones democráticas fundamentales como las elecciones y la judicatura. El imperialismo no es nuevo, desde luego, ni la codicia de sus políticas extractivas destinadas a la explotación de los recursos naturales de las colonias o los países vasallos, ya se hallen en Ucrania, en Groenlandia o en Panamá. Lo que sí es tan novedoso como preocupante es el poder omnímodo que las nuevas tecnologías ponen en manos de las grandes autocracias imperialistas (léase, sobre todo, EEUU y China) para ejercer un control casi total sobre los individuos. No sabemos si Europa, a la que las superpotencias quieren débil y dividida, va a poder frenar esta barbarie, una cultura (la europea) que lleva vegetando demasiado tiempo, cual bella durmiente, bajo el confortable paraguas norteamericano, quizás porque ya sea tan vieja y esclerótica que no ha tenido reflejos para reaccionar ante ese nuevo modelo geopolítico que se nos viene encima y que algunos denominan ya posdemocrático. Su dependencia tecnológica y militar de la gran potencia del otro lado del Atlántico (hasta la fecha aliada) hace peligrar, pues es mala para los negocios, la supervivencia de esa conquista eminentemente europea que se ha dado en llamar sociedad del bienestar, para quien esto escribe una de las mejor
En la selva de un diminuto planeta de un rincón perdido del universo, una pandilla de chimpancés se disputaban el poder. La jerarquía es la jerarquía, y sólo puede haber un macho dominante, que se apropia de todas las hembras del clan y de los mejores alimentos, y que además se suele aliar con otros machos de rango inferior, a los que exige sumisión. Estos simios, aunque puedan parecer adorables, en realidad mantienen un comportamiento muy agresivo con otras comunidades de chimpancés, a los que atacan en asaltos coordinados y letales. Conviene recordar que los gestos y las expresiones faciales y corporales son muy importantes en la vida de estos primates. Hay gestos de miedo, de arrogancia y de agresividad. Cuando el rey de los monos, al que llamaremos Donald, quiere hacer una demostración de poder, frunce el ceño, dilata las fosas nasales, tensiona labios y mandíbulas, enseña los colmillos y afila la mirada. Los machos destronados, viejos y desdentados, que otrora dominaron el clan y se mostraron tan despiadados como Donald (estos chimpancés respondían a nombres franceses, ingleses, holandeses, belgas, portugueses y españoles, entre otros), se mantienen cómodamente al margen, por lo general escondidos para pasar desapercibidos, dormitando entre los laureles o añorando su glorioso pasado. Espero que me disculpen los auténticos chimpancés, una especie en peligro de extinción por culpa de sus primos, los sapiens , pues esta comparación resulta ofensiva para ellos. He comenzado con este símil porque la etología, o ciencia del comportamiento animal, tiene mucho que enseñarnos acerca de Donald Trump y otros machos dominantes con los que se ha aliado, como Elon Musk , que han asaltado la Casa Blanca y hasta la misma democracia para declararse amos del mundo. Al multimillonario dueño de Tesla se le ha visto incluso golpeándose el pecho con ambos puños en señal de triunfo y poder, como un verdadero gorila. Confieso que cuando vi la foto del surafricano con su hijo a hombros (como macho alfa, posee una numerosa prole) en el despacho oval de la Casa Blanca, ante la complaciente mirada de Donald, sentí náuseas y ganas de vomitar. La última obscenidad del presidente de los EEUU no ha podido resultar más repugnante: la humillación pública, con la ayuda del vicepresidente Vance y ante las cámaras de todo el mundo, del ucraniano Volodimir Zelensky, al que previamente había tildado de payaso y dictador. ¿Por qué hace esto?, ¿por qué difunde vídeos tan indecentes, realizados con Inteligencia Artificial, sobre el futuro de Gaza, una región en ruinas donde han sido masacradas más de cincuenta mil personas, entre ellas miles de niños, cuando se deporte a todos los palestinos y se convierta la tierra de sus antepasados en un paradisiaco resort turístico similar a Las Vegas? La respuesta es muy sencilla: porque puede. Humillar, insultar, asustar, todo el comportamiento de estos machos dominantes es una continua manifestación de poder. No sé si estamos asistiendo al nacimiento de una nueva época ni si las transformaciones económicas, sociales y políticas que se están produciendo se deben al ritmo acelerado de los cambios tecnológicos, cambios que la inmensa mayoría de la población no comprende, por lo que prefieren echarse en brazos de líderes carismáticos y populistas. Lo que sí parece evidente es lo que Harari, en su brillante ensayo 'Nexus', llama «suicidio conservador» , pues lo que ha hecho Donald Trump es secuestrar el Partido Republicano de los Estados Unidos y la democracia moderna más antigua del mundo, rechazando el respeto tradicional que se debe a los servidores públicos, garantía del orden constitucional, desdeñando a los científicos y atacando a las instituciones y a tradiciones democráticas fundamentales como las elecciones y la judicatura. El imperialismo no es nuevo, desde luego, ni la codicia de sus políticas extractivas destinadas a la explotación de los recursos naturales de las colonias o los países vasallos, ya se hallen en Ucrania, en Groenlandia o en Panamá. Lo que sí es tan novedoso como preocupante es el poder omnímodo que las nuevas tecnologías ponen en manos de las grandes autocracias imperialistas (léase, sobre todo, EEUU y China) para ejercer un control casi total sobre los individuos. No sabemos si Europa, a la que las superpotencias quieren débil y dividida, va a poder frenar esta barbarie, una cultura (la europea) que lleva vegetando demasiado tiempo, cual bella durmiente, bajo el confortable paraguas norteamericano, quizás porque ya sea tan vieja y esclerótica que no ha tenido reflejos para reaccionar ante ese nuevo modelo geopolítico que se nos viene encima y que algunos denominan ya posdemocrático. Su dependencia tecnológica y militar de la gran potencia del otro lado del Atlántico (hasta la fecha aliada) hace peligrar, pues es mala para los negocios, la supervivencia de esa conquista eminentemente europea que se ha dado en llamar sociedad del bienestar, para quien esto escribe una de las mejores creaciones, con todos sus defectos, de esa especie rara de primates que somos los sapiens . Pero peligra sobre todo la misma existencia de la democracia, para la miope y opulenta sociedad occidental un sistema político que se da por asentado, tan sólido y establecido que parece que ha existido siempre y que siempre existirá, como antaño se pensaba del Imperio romano. La democracia, sin embargo, se asemeja más a una mariposa, tan preciosa como frágil. Esto me trae a la memoria una vieja fábula oriental que recogí hace unos años en estas mismas páginas y en otro contexto. En su nueva versión, el mono más listo y rico del clan, al que llamaremos Elon, mano derecha del supermacho dominante, había cazado una delicada mariposa azul. Como siempre tuvo envidia de un viejo primate justo y sabio que reunía las mejores virtudes de la gran familia de los simios y al que respetaba toda la comunidad (el respeto era lo único que Elon no podía comprar), le propuso a Donald burlarse de él. Irían a verlo y le harían al sabio la siguiente pregunta: ‒ ¿Adivina qué tengo en la mano, una mariposa viva o una mariposa muerta? Si el sabio respondía que una mariposa viva, apretaría la mano y la mariposa estaría muerta cuando la abriera. Si contestaba, en cambio, que estaba muerta, abriría la mano y la dejaría en libertad. El rey de los monos y otros matones de su camarilla, como el ruso Putin, no pudieron menos que admirar lo inteligente que era Elon. De modo que corrieron a ver al sabio y el rey le hizo la pregunta acordada. El viejo sabio, mirándolo a los ojos, contestó: –Todo depende de ti. Está en tus manos.
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