Lo que no vas a escuchar hoy
Colocarse detrás de la pancarta puede estar bien y ser necesario, pero no sirve de nada si no somos capaces de enfrentarnos al machismo en nuestra propia casa.


Como mujer de izquierdas, me siento avergonzada por las noticias que están saliendo sobre el comportamiento de algunos miembros del gobierno de España con respecto a las mujeres. Creo que colocar a tu querida en una empresa pública para que toda la sociedad le pague el salario por no hacer el trabajo por el que se le paga, sino algo muy distinto, es una actitud deleznable. Lo es en cualquier contexto, pero lo es aún más cuando proviene de quienes dicen defender la igualdad.
No podemos permitirnos el lujo de mirar hacia otro lado. Deberíamos promover una reflexión interna sobre nuestro silencio ante estos asuntos. Si permitimos que las siglas nos callen la boca, ¿Qué feminismo estamos defendiendo? ¿No estamos protegiendo el machismo que decimos combatir? El machismo real es el que tienes en casa, junto a ti, el que se supone que es de los tuyos, el que deberías cambiar. Ahí es donde se demuestra la lucha de verdad.
Colocarse detrás de la pancarta puede estar bien y ser necesario, pero no sirve de nada si no somos capaces de enfrentarnos al machismo en nuestra propia casa. Y para eso, deberíamos empezar por nosotras mismas. El hecho de pertenecer o simpatizar con una formación política no te hace inmune a los vicios que criticas en los demás. Tenemos que permanecer firmes e implacables ante la presencia de babosos que se aprovechan de su posición dentro de nuestras propias filas, y pedir responsabilidades a las personas que los han protegido. La idea de que el mal son los otros, los que no piensan como tú, es una farsa tan vieja como la humanidad.
El hecho de pertenecer o simpatizar con una formación política no te hace inmune a los vicios que criticas en los demás
Soltar la charla teórica de siempre es fácil. Lo complicado es enfrentarse a la manzana podrida. La historia nos muestra que los movimientos sociales pierden fuerza cuando se niegan a hacer autocrítica. El feminismo es una lucha clave por la igualdad, pero su credibilidad se resiente cuando evita denunciar con la misma contundencia a figuras políticas afines acusadas de abuso, como ocurrió con el caso de Bill Clinton y el silencio de muchas feministas influyentes o con el MeToo, un movimiento imprescindible para denunciar la violencia sexual, pero que mostró un doble rasero cuando Asia Argento, una de sus principales impulsoras, fue acusada de abuso a un menor al que pago cientos de miles de dólares, y muchos prefirieron no hablar del asunto.
Estos mecanismos de falsa autoprotección son dañinos. No solo socavan la legitimidad de la causa, sino que refuerzan la idea de que el feminismo es una herramienta de lucha partidista y no un compromiso ético con la igualdad. Si el feminismo quiere seguir siendo un motor de cambio real, debe serlo en todas partes, incluso cuando resulta incómodo. La credibilidad no se construye con eslóganes ni con fotos de manifestaciones multitudinarias, sino con principios firmes que no se negocian según quién esté al otro lado de la denuncia.