La vivienda que no llega
Esta semana hemos sido testigos de las manifestaciones que en distintas ciudades de nuestra España se han realizado por el tema de la vivienda. Y es que la cosa no es para menos. Ya no es que aquí no hay quien viva, como se titulaba la serie de televisión, sino que la que se avecina -parafraseando la serie que la sucedió- es que no hay donde vivir. Cuando yo era joven, una vez habías superado el ciclo de estudios-trabajo-pareja que era el modelo tradicional de vida que nos habían inculcado de siempre, nos repetían aquello de "el casado casa quiere". Y lo bien cierto es que, si sustituimos la referencia al matrimonio por la alusión más amplia de cumplir una edad, es ley de vida que aspiremos a una vida independiente. Por bien que nos llevemos con nuestros progenitores y a gusto que estemos con ellos. Y aún más si no es así. Entonces, en cuanto podíamos, nos embarcábamos en una hipoteca, en muchos casos con unos intereses tremendos, y pasábamos años y esfuerzos hasta conseguir ser propietarios. Recuerdo que una amiga mía siempre decía que la nuestra sería la última generación de propietarios de nuestras viviendas, y a mí me costaba creerla. Pero el tiempo ha dado la razón a sus peores predicciones. Por desgracia para esas generaciones siguientes a las que ella se refería. Y es que ahora no solo es que no puedan comprar una vivienda, es que difícilmente pueden alquilarla, a no ser en régimen de cohabitación con alguien más. Porque entre que los sueldos de la gente joven no son para echar cohetes, y que el precio de la vivienda se sube mucho más arriba que esos mismos cohetes, mal vamos. Por algo somos los europeos que nos marchamos más tarde de la casa familiar, porque no nos queda otro remedio. A todo esto se alega que el derecho a la vivienda está contemplado en la Constitución, y así es. Pero eso no significa que el Estado haya de proporcionar una vivienda a cada persona, de la misma manera que derecho a contraer matrimonio no significa que el Estado haya de conseguirte un novio o novia, porque las cosas no son así. La obligación de papá Estado es la de promover las condiciones para que todo el mundo tenga acceso a una vivienda digna, que es muy muy distinto. Y lo realmente difícil es la manera en que se ha de hacer para lograrlo. Lo que está claro es que así no podemos seguir. La vivienda es una cuestión de suficiente importancia como para que los partidos políticos aparquen sus diferencias y busquen juntos soluciones. Pero ya se sabe que del dicho al hecho hay un buen trecho. SUSANA GISBERT Fiscal y escritora (@gisb_sus)
Esta semana hemos sido testigos de las manifestaciones que en distintas ciudades de nuestra España se han realizado por el tema de la vivienda. Y es que la cosa no es para menos. Ya no es que aquí no hay quien viva, como se titulaba la serie de televisión, sino que la que se avecina -parafraseando la serie que la sucedió- es que no hay donde vivir. Cuando yo era joven, una vez habías superado el ciclo de estudios-trabajo-pareja que era el modelo tradicional de vida que nos habían inculcado de siempre, nos repetían aquello de "el casado casa quiere". Y lo bien cierto es que, si sustituimos la referencia al matrimonio por la alusión más amplia de cumplir una edad, es ley de vida que aspiremos a una vida independiente. Por bien que nos llevemos con nuestros progenitores y a gusto que estemos con ellos. Y aún más si no es así. Entonces, en cuanto podíamos, nos embarcábamos en una hipoteca, en muchos casos con unos intereses tremendos, y pasábamos años y esfuerzos hasta conseguir ser propietarios. Recuerdo que una amiga mía siempre decía que la nuestra sería la última generación de propietarios de nuestras viviendas, y a mí me costaba creerla. Pero el tiempo ha dado la razón a sus peores predicciones. Por desgracia para esas generaciones siguientes a las que ella se refería. Y es que ahora no solo es que no puedan comprar una vivienda, es que difícilmente pueden alquilarla, a no ser en régimen de cohabitación con alguien más. Porque entre que los sueldos de la gente joven no son para echar cohetes, y que el precio de la vivienda se sube mucho más arriba que esos mismos cohetes, mal vamos. Por algo somos los europeos que nos marchamos más tarde de la casa familiar, porque no nos queda otro remedio. A todo esto se alega que el derecho a la vivienda está contemplado en la Constitución, y así es. Pero eso no significa que el Estado haya de proporcionar una vivienda a cada persona, de la misma manera que derecho a contraer matrimonio no significa que el Estado haya de conseguirte un novio o novia, porque las cosas no son así. La obligación de papá Estado es la de promover las condiciones para que todo el mundo tenga acceso a una vivienda digna, que es muy muy distinto. Y lo realmente difícil es la manera en que se ha de hacer para lograrlo. Lo que está claro es que así no podemos seguir. La vivienda es una cuestión de suficiente importancia como para que los partidos políticos aparquen sus diferencias y busquen juntos soluciones. Pero ya se sabe que del dicho al hecho hay un buen trecho. SUSANA GISBERT Fiscal y escritora (@gisb_sus)
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