La solución ya no está en devaluar, sino en acelerar las reformas
Con un peso fortalecido y sin emisión monetaria, la economía argentina experimentará una presión natural a la baja de los precios; hay que emprender en forma urgente las reformas estructurales de primera, segunda y tercera generación

La reforma que está liderando el presidente Javier Milei tiene como objetivo una transformación casi tan profunda como la que experimentaron los países que salieron del comunismo.
Por más de ocho décadas, Argentina ha estado atrapada en un sistema corporativista, estatista y keynesiano, iniciado por Perón y consolidado por los gobiernos que lo sucedieron; tal como analizan Roberto Roth, Jorge Bustamante y Juan Vicente Sola. En Por qué no funciona la Argentina (1987), Roth describe un equilibrio perverso donde sectores organizados –sindicatos, empresarios, profesionales– reclaman privilegios del Estado sin asumir costos, erosionando los valores republicanos de mérito y responsabilidad, y generando crisis recurrentes. En La república corporativa (1988-2023), Bustamante, con aguda ironía, expone cómo este sistema reemplaza la representación ciudadana por una sectorial, creando una red de regulaciones, prebendas y mercados cautivos que paralizan la economía, inflan el “costo argentino” y bloquean la competitividad global. En Keynes y el Estado de Derecho (2025), Sola complementa al señalar que el corporativismo, legitimado por el keynesianismo, justifica una planificación centralizada que consolida una estructura jerárquica de intereses y arraiga un “legado de expropiación, proteccionismo y nuevos mercantilismos”. Este modelo, disfrazado de “comunidad organizada” y “justicia social”, devino en una dinámica insostenible: todos exigen recursos al Estado, que, incapaz de satisfacerlos, recurre a la emisión monetaria, financiando clientelismo, ineficiencia y una inflación crónica con dinero ficticio.
La consecuencia fue previsible: destrucción del valor de la moneda. La inflación no fue un accidente ni una fatalidad, fue una herramienta política deliberada para evitar el conflicto. Pero el costo fue altísimo: la licuación del salario real, la pérdida de poder adquisitivo y un crecimiento sostenido de la pobreza, del 4% en los años ’40 al 57% en el primer trimestre de 2023.
Como advirtió Ludwig von Mises, la emisión monetaria descontrolada distorsiona el sistema de precios destruyendo la confianza, y sin confianza no puede existir ni comercio ni cooperación social duradera. La impresión espuria de dinero es inmoral porque “La idea de un dinero neutral es absurda. Los cambios en la cantidad de dinero siempre producen alteraciones en la estructura de precios e ingresos, lo que necesariamente afecta las relaciones mutuas de quienes ganan y quienes pierden por estos cambios.” (La Acción Humana, 1949).
Resulta evidente que en el corporativismo argentino se verifica también la advertencia de Friedrich Hayek, en Camino de servidumbre (1944), sobre los peligros de la planificación centralizada: “Cuanto más `planifica´ el Estado, más difícil se vuelve la planificación para el individuo’ (p. 92). Esta dinámica limita la libertad individual, cuando el Estado, al mediar entre sectores privilegiados, sofoca la iniciativa privada y perpetúa ineficiencias.
La visión del presidente Milei agrega la crítica moral de Murray Rothbard a la naturaleza coercitiva del Estado: “El Estado es aquella organización en la sociedad que intenta mantener el monopolio del uso de la fuerza y la violencia en un área territorial determinada; en particular, es la única organización en la sociedad que obtiene sus ingresos no por contribución voluntaria o pago por servicios prestados, sino por la coacción.” (Anatomía del Estado, 1974).
Eliminar la inflación, entonces, es mucho más que una decisión técnica. Es una decisión política, ética y cultural. Es cortar de raíz el mecanismo que permitió sostener la decadencia. Es el equivalente económico del “just-in-time”: ya no hay stock de emisión para tapar los problemas. Ahora hay que resolverlos en sus causas.
La escasez de pesos provocada por el equilibrio fiscal, la flotación cambiaria y un Banco Central saneado deriva en un fenómeno lógico: el tipo de cambio baja y el peso se fortalece. Pero la economía queda cara en dólares. No porque haya atraso cambiario, sino porque seguimos siendo ineficientes. La solución ya no está en devaluar: está en acelerar las reformas.
Con un peso fortalecido y sin emisión monetaria, la economía argentina experimentará una presión natural a la baja de los precios. Sin embargo, al tratarse de una economía rígida, con elevada carga impositiva, regulaciones excesivas y mercados poco flexibles, esa presión deflacionaria generará fuertes tensiones en el sector productivo. La única salida es acelerar de forma urgente las reformas estructurales que flexibilicen la economía, reduzcan costos, bajen impuestos y tasas, desregulen mercados y liberen las fuerzas productivas.
Es indispensable asumir que la estabilidad monetaria es condición indispensable para que funcione un sistema de precios que coordine decisiones de millones de individuos. Pero esa condición no es suficiente si no se eliminan los obstáculos estructurales que impiden que las señales de precios se traduzcan en decisiones eficientes.
El Gobierno avanzó como nadie en décadas, pero aún queda un largo camino. Por eso, desde Libertad y Progreso sostenemos que, a pesar de las resistencias políticas y sindicales, urge acelerar las reformas de primera, segunda y tercera generación faltantes, que incluyen: una reforma laboral integral que reduzca costos sin afectar salarios reales, eliminando la ultraactividad, flexibilizando convenios colectivos, permitiendo competencia sindical y libertad de asociación, y creando diferentes seguros de desempleo; una reforma tributaria que simplifique el régimen impositivo y reformule la coparticipación federal para alinear gasto y recaudación en cada provincia; y una modernización del gasto público en provincias y municipios, eliminando estructuras anacrónicas y clientelismo para generar superávit y suprimir impuestos distorsivos sobre los ingresos brutos, los débitos y créditos bancarios o las retenciones a las exportaciones. También es crucial reformar colegios profesionales para evitar la cartelización. Lo mismo que implementar una reforma previsional que elimine privilegios, combine el sistema actual con cuentas individuales y garantice sostenibilidad. Y avanzar en una apertura comercial que mejore la competitividad de insumos y exportaciones.
Finalmente, sigo creyendo en una reforma monetaria que reemplace el peso por el dólar, lo que reduciría más rápido las tasas de interés y el riesgo país, acelerando el crecimiento del crédito y de la economía, y eliminaría para siempre la discrecionalidad monetaria blindando al país contra retrocesos populistas.
Estas reformas no son una utopía. Son el único camino realista para que la Argentina deje atrás su estancamiento secular y se convierta, por fin, en un país desarrollado: con moneda fuerte, reglas claras, respeto por la propiedad privada, con un Estado al servicio de las personas y no de sus propios funcionarios.
Argentina tiene hoy una oportunidad única de dejar atrás el modelo corporativo y estatista que la viene hundiendo desde hace casi un siglo. Aprovecharla o desperdiciarla depende de nuestra lucidez, coraje y convicción.
El autor es economista, director general de Libertad y Progreso