La revolución macarra de Donald Trump
“Esos países me están llamando, me están besando el trasero”, declaró un muy poco presidencial presidente de Estados Unidos en su discurso durante la cena del Comité Nacional Republicano del Congreso (NRCC) en Washington. Parodió luego lo que le decían esos representantes extranjeros: “¡Por favor, por favor, señor, haga un trato. Haré lo que sea. … Continuar leyendo "La revolución macarra de Donald Trump"

“Esos países me están llamando, me están besando el trasero”, declaró un muy poco presidencial presidente de Estados Unidos en su discurso durante la cena del Comité Nacional Republicano del Congreso (NRCC) en Washington. Parodió luego lo que le decían esos representantes extranjeros: “¡Por favor, por favor, señor, haga un trato. Haré lo que sea. ¡Haré lo que sea, señor!’”.
Sí, Donald Trump es un macarra, ese es su estilo, en el que muchos afectados por el Síndrome de Demencia Antitrumpista se quedan atascados, distraídos de lo esencial. Y lo esencial es una revolución que pretende revertir una tendencia de varias décadas en el país más poderoso del planeta, el negocio más arriesgado y vertiginoso al que se haya enfrentado jamás un empresario, una partida de póquer cuyo resultado, de no salir bien, es ruina y desolación.
Desde aquí ignoramos el número de líderes internacionales dispuestos a prestar homenaje a las posaderas presidenciales, pero sí consta que hasta una setentena de países ya ha llamado de urgencia a Washington para negociar los aranceles que ha impuesto el presidente norteamericano, y hasta nuestra belicosa Von der Leyen le ha ofrecido eliminar todos los aranceles que la Unión Europea aplica a los productos norteamericanos para alcanzar la paz comercial. No es poco.
La maldición de toda democracia es el cortoplacismo forzado. Digamos que usted gana las elecciones por mayoría absoluta y, levantando alfombras y examinando la situación, concluye que el país está al borde de una crisis energética y que se necesita como el comer ponerse a construir centrales nucleares. O que su sistema de pensiones, con el brusco vuelco de la pirámide demográfica, es totalmente insostenible y va a saltar por los aires si no se acometen reformas drásticas.
En ambos casos (y docenas de otros), el curso de acción óptimo para el país es entrar a saco y ponerse manos a la obra. Para su interés personal y el de su partido, en cambio, lo más razonable es dar una patada más a la lata, poner parches y cruzar los dedos para que la bomba estalle cuando gobiernen los otros. Porque las reformas necesarias exigen sacrificio, dolor, y sus efectos no se verán hasta muchos después de que usted haya dejado el cargo y otro se lleve el mérito.
Lo que Trump se encontró al llegar por primera vez a la Casa Blanca fue un imperio en declive que iba camino de convertirse en mero arsenal de un globalismo que estaba arrasando la base industrial y, con ella, la clase media americana. Y, en su segunda mandato, está apostando a hacer saltar por los aires todo el sistema para “hacer a América grande de nuevo”. Es el Gran Reinicio ‘made in America’ frente al que proponen en Davos.
Y, claro, habrá dolor, mucho dolor. Los gritos de angustia se oyen desde aquí (corrijo: muchos salen de aquí mismo), las bolsas se hunden, miles de empresas se enfrentan a una ruina cierta. Acabamos de presenciar el mayor aumento arancelario de la historia reciente. Empresas que han invertido fortunas en sus cadenas de suministros globales tienen por delante el fantasma de la quiebra. Es un tratamiento de choque brutal, es una agresiva quimioterapia de urgencia que puede matar al enfermo.
El principal objetivo, naturalmente, es China. Y China ya ha respondido aumentando inmediatamente sus aranceles a los productos norteamericanos, y la Administración Trump ha replicado con un arancel salvaje del 104%. Es el juego de la gallina a una escala inimaginable.
Pero en este juego es Estados Unidos quien tiene los ases: el país vende relativamente poco a los chinos que, en cambio, viven básicamente de vender sus productos a Estados Unidos. No tiene muchas más salidas que negociar si no quiere que todo su modelo se venga abajo.
Al final, nadie puede decir que Trump haya engañado a sus votantes: está aplicando exactamente lo que prometió en campaña. Quizá el asombro del mundo ante lo que está haciendo sea la sorpresa que provoca que, en nuestros días, un político haga exactamente lo que dijo que iba a hacer.