La miniserie del momento: Adolescencia nos sacude y nos muestra que los adultos podemos no estar entendiendo nada
Los padres no debemos distraernos ni mirar para otro lado, les pasan cosas a nuestros chicos delante de nuestros ojos y debemos estar atentos para verlas

Vuelan las opiniones sobre la serie Adolescencia en pantallas y las redes, éxito rotundo de Netflix que viene a sacudir a familias y escuelas hasta lo más profundo. No importa si fue un hecho real o si está hecha sobre varios hechos similares, nos invita a reflexionar.
Los adultos creemos estar cerca de nuestros adolescentes, pero podemos no estar entendiendo nada: los inocentes y simpáticos emojis para los chicos de la serie tenían un significado que escapaba hasta al policía experto, que necesitó que su propio hijo adolescente lo ayude a entender el nivel de agresividad y bullying que circulaba por el Instagram de esos chicos de 13 años.
Sin contar la trama y sus detalles, me gustaría retomar algunas cuestiones centrales.
Nuestros hijos tienen que llegar a la adolescencia con un vínculo seguro y confiado con sus padres y otros adultos referentes, de modo que puedan contar lo que les pasa y pedir ayuda; sin rendirnos ni renunciar, al verlos grandes, a nuestro papel de brújula –aunque parezca que no escuchan, sí lo hacen– que los orienta ofreciendo un puerto seguro al que pueden volver sin miedo de enojarnos, desilusionarnos, asustarnos o entristecernos.
Tenemos que seguir tendiendo redes hacia ellos, acercándonos, interesándonos por aquello que les interesa, mostrando no solo que nos interesa sino que nos importa: escuchando las canciones que escuchan, viendo las series que ven, leyendo lo que ellos leen, mirando a sus ídolos en las redes y averiguando lo que a ellos les impacta de esos personajes, llevándolos y trayéndolos, pasando tiempo con ellos, cenando juntos noche tras noche sin teléfonos ni pantallas, recibiendo a sus amigos en casa, pidiendo su ayuda para entender sus códigos y su vocabulario, enseñándoles a cuidarse en las redes. Para esto último, vamos a tener primero que entenderlas nosotros.
Y hacer todo eso poniendo nuestros pies en hielo para no salir corriendo a tratar de resolverles sus problemas, y también nuestra cabeza en hielo para mantener la calma, el control, y así ganarnos el lugar cerca de ellos sin alejarlos con nuestras respuestas o reacciones impulsivas, no pensadas, fruto del miedo, del enojo, de la frustración de la desilusión, incluso de nuestros prejuicios tanto sobre nuestros hijos como sobre sus compañeros y amigos.
Creemos, como los padres de Jamie, el personaje principal de Adolescencia, que están a salvo en su cuarto, porque nosotros a su edad habríamos estado seguros ahí, pero hoy el mundo entero entra en su cuarto a través de redes y pantallas.
Los padres no podemos distraernos ni mirar para otro lado, les pasan cosas a nuestros adolescentes delante de nuestros ojos y debemos estar atentos para verlas. Tenemos que aprender no solo a mirar sino a ver, a notar para poder hablar, asesorar, actuar, detener. Pero no podemos solos, necesitamos que se comprometan también los docentes, los entrenadores, la familia grande, armando entre todos una red que pueda sostenerlos, siguiendo lo que dice el proverbio africano: “Hace falta un pueblo para educar a un niño”, también a un adolescente. Que no nos confundan su tamaño ni su aparente omnipotencia, siguen siendo chicos y nos necesitan cerca y con plena confianza de que cuentan con nosotros.
“Jamie es nuestro” dicen sus padres en el último capítulo. Cada uno de nuestros adolescentes es nuestro, no somos magos ni dioses omnipotentes, no vamos a poder salvarlos de todo lo que puede ocurrirles, pero la serie Adolescencia nos sacude, nos alerta, nos despierta, nos interpela, para que nos acordemos de mirar un poco más allá de lo visible y para que sigamos comprometidos en la tarea de acompañarlos a crecer.