La leyenda oscura de la bestia de Gévaudan, el monstruo que convirtió los campos franceses en su coto de caza

Terror en Francia - Los testigos coincidían en su descripción: más grande que un lobo, con pelaje rojizo, una línea oscura en el lomo y sumamente inteligenteEl caballero que pasó de luchar junto a Juana de Arco a ser considerado el primer asesino en serie, ¿y si era inocente? En la profundidad de los bosques franceses, donde la niebla se aferra a los árboles y el silencio solo se rompe con el crujido de ramas bajo el peso de algo que no se deja ver, algo acechaba. No era el temor común a los lobos o la desconfianza hacia extraños. Era otra clase de miedo, uno que se arrastraba desde la sombra y se instalaba en la piel, erizando cada vello de la nuca. Aquel terror tenía un nombre, aunque nadie sabía exactamente qué era. Y mientras las historias se propagaban de aldea en aldea, una certeza se imponía sobre todas las demás: algo estaba matando. Y lo hacía con una brutalidad que desafiaba cualquier explicación. El primer cadáver apareció en junio de 1764, en las cercanías de la aldea de Hubacs. Se trataba de Jeanne Boulet, de catorce años, que había sido atacada con tal ferocidad que su cuerpo quedó irreconocible. Lo que al principio pareció un hecho aislado pronto se convirtió en una macabra rutina. Un reguero de sangre comenzó a extenderse por la región de Gévaudan, sumiendo a sus habitantes en un estado de alarma permanente. Los rumores crecían a la misma velocidad que el número de víctimas: algunos hablaban de un lobo gigantesco, otros aseguraban que no era un animal conocido. El rey intervino para restaurar el orden Las muertes continuaron en los meses siguientes, cebándose en su mayoría con niños y mujeres jóvenes que pastoreaban en los campos. Algo atacaba sin previo aviso, con precisión quirúrgica, y después desaparecía sin dejar rastro. La descripción de los supervivientes coincidía en ciertos detalles: una criatura más grande que un lobo, de pelaje rojizo y una línea oscura recorriendo su lomo. Pero había algo más inquietante. Algunos testigos aseguraban que se erguía sobre sus patas traseras, que su astucia parecía casi humana. El cazador Jean Chastel esperó en el bosque con su misal y disparó cuando la bestia apareció El miedo se extendió más allá de los pequeños pueblos y llegó hasta París. El rey Luis XV, presionado por la creciente histeria y la incapacidad de los cazadores locales para frenar los ataques, envió a su propio arcabucero, François Antoine, con una orden clara: cazar a la bestia y restaurar la calma. En septiembre de 1765, Antoine y su grupo abatieron un lobo de proporciones considerables en las inmediaciones de la Abadía de Chazes. Su cadáver fue exhibido en Versalles como prueba del éxito de la misión. La amenaza había terminado. O al menos, eso creyeron. Porque las muertes no cesaron. Durante todo 1766, los ataques continuaron, aunque con un patrón diferente. La bestia—o lo que fuera—parecía actuar con más cautela, evitando la exposición y atacando en momentos inesperados. La desesperación llevó a la población a considerar explicaciones cada vez más descabelladas: un castigo divino, un ser sobrenatural, incluso la obra de un asesino que utilizaba algún animal adiestrado para llevar a cabo sus crímenes. La misteriosa bala de plata En junio de 1767, Jean Chastel, un cazador local, se convirtió en el inesperado protagonista de la historia. Según cuentan, esperó pacientemente en el bosque, rezando con su misal en la mano. Cuando la bestia apareció, le disparó sin dudar. Aquella bala, se decía, había sido moldeada con plata. El animal cayó. Sus restos fueron analizados y descritos como los de un lobo de gran tamaño, aunque no encajaban del todo con los relatos previos.

Mar 14, 2025 - 16:00
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La leyenda oscura de la bestia de Gévaudan, el monstruo que convirtió los campos franceses en su coto de caza

La leyenda oscura de la bestia de Gévaudan, el monstruo que convirtió los campos franceses en su coto de caza

Terror en Francia - Los testigos coincidían en su descripción: más grande que un lobo, con pelaje rojizo, una línea oscura en el lomo y sumamente inteligente

El caballero que pasó de luchar junto a Juana de Arco a ser considerado el primer asesino en serie, ¿y si era inocente?

En la profundidad de los bosques franceses, donde la niebla se aferra a los árboles y el silencio solo se rompe con el crujido de ramas bajo el peso de algo que no se deja ver, algo acechaba. No era el temor común a los lobos o la desconfianza hacia extraños. Era otra clase de miedo, uno que se arrastraba desde la sombra y se instalaba en la piel, erizando cada vello de la nuca.

Aquel terror tenía un nombre, aunque nadie sabía exactamente qué era. Y mientras las historias se propagaban de aldea en aldea, una certeza se imponía sobre todas las demás: algo estaba matando. Y lo hacía con una brutalidad que desafiaba cualquier explicación.

El primer cadáver apareció en junio de 1764, en las cercanías de la aldea de Hubacs. Se trataba de Jeanne Boulet, de catorce años, que había sido atacada con tal ferocidad que su cuerpo quedó irreconocible. Lo que al principio pareció un hecho aislado pronto se convirtió en una macabra rutina. Un reguero de sangre comenzó a extenderse por la región de Gévaudan, sumiendo a sus habitantes en un estado de alarma permanente. Los rumores crecían a la misma velocidad que el número de víctimas: algunos hablaban de un lobo gigantesco, otros aseguraban que no era un animal conocido.

El rey intervino para restaurar el orden

Las muertes continuaron en los meses siguientes, cebándose en su mayoría con niños y mujeres jóvenes que pastoreaban en los campos. Algo atacaba sin previo aviso, con precisión quirúrgica, y después desaparecía sin dejar rastro. La descripción de los supervivientes coincidía en ciertos detalles: una criatura más grande que un lobo, de pelaje rojizo y una línea oscura recorriendo su lomo. Pero había algo más inquietante. Algunos testigos aseguraban que se erguía sobre sus patas traseras, que su astucia parecía casi humana.

El cazador Jean Chastel esperó en el bosque con su misal y disparó cuando la bestia apareció

El miedo se extendió más allá de los pequeños pueblos y llegó hasta París. El rey Luis XV, presionado por la creciente histeria y la incapacidad de los cazadores locales para frenar los ataques, envió a su propio arcabucero, François Antoine, con una orden clara: cazar a la bestia y restaurar la calma. En septiembre de 1765, Antoine y su grupo abatieron un lobo de proporciones considerables en las inmediaciones de la Abadía de Chazes. Su cadáver fue exhibido en Versalles como prueba del éxito de la misión. La amenaza había terminado. O al menos, eso creyeron.

Porque las muertes no cesaron. Durante todo 1766, los ataques continuaron, aunque con un patrón diferente. La bestia—o lo que fuera—parecía actuar con más cautela, evitando la exposición y atacando en momentos inesperados. La desesperación llevó a la población a considerar explicaciones cada vez más descabelladas: un castigo divino, un ser sobrenatural, incluso la obra de un asesino que utilizaba algún animal adiestrado para llevar a cabo sus crímenes.

La misteriosa bala de plata

En junio de 1767, Jean Chastel, un cazador local, se convirtió en el inesperado protagonista de la historia. Según cuentan, esperó pacientemente en el bosque, rezando con su misal en la mano. Cuando la bestia apareció, le disparó sin dudar. Aquella bala, se decía, había sido moldeada con plata. El animal cayó. Sus restos fueron analizados y descritos como los de un lobo de gran tamaño, aunque no encajaban del todo con los relatos previos.

Pese a la muerte del lobo, los ataques siguieron en 1766 con un patrón más esquivo

Desde ese momento, casualmente, los ataques cesaron. La bestia de Gévaudan desapareció tan misteriosamente como había llegado, dejando tras de sí más de un centenar de muertes y un sinfín de preguntas sin respuesta. Con los años, surgieron hipótesis: ¿había sido realmente un lobo? ¿Un león escapado de una colección de fieras exóticas? ¿O algo mucho más oscuro, quizá un lincántropo?

Nunca se halló una verdad absoluta, pero su historia se convirtió en leyenda. Y en los bosques de Gévaudan, donde la niebla sigue envolviendo los árboles y el silencio persiste, algunos dicen que, de vez en cuando, en las noches más cerradas, todavía se escuchan sus pasos.

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