Juan Ramón Jiménez y Brad Pitt
Historia de dos engaños muy diferentes y una causa parecida


Hace ciento veinte años, el poeta Juan Ramón Jiménez, en plena juventud y con el alma predispuesta a la melancolía, comenzó una correspondencia con una mujer peruana llamada Georgina Hübner. Dos jóvenes limeños, José Gálvez y Carlos Rodríguez, inventaron a la musa para conseguir manuscritos firmados y jugar de un modo imprudente con el sentimiento del poeta. El apellido Hübner tenía el punto perfecto de exotismo y literatura. Juan Ramón se enamoró por correspondencia, como aquellos cursos de guitarra de CCC. Los peruanos se asustaron un poco y decidieron matar a Georgina para terminar con la farsa. Juan Ramón se enteró por telegrama, lloró su pérdida y le dedicó el poema Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima. Más tarde descubrió que todo fue un engaño: había amado con devoción a un fantasma.
Más de un siglo después, el engaño ha evolucionado. El mecanismo es el mismo y se repite con frecuencia, pero con un curioso protagonista accidental. Se ha sabido que en 2022, una mujer francesa de 60 años perdió más de 170.000 euros creyendo que mantenía una relación secreta con Brad Pitt. Un grupo de estafadores le hizo creer que el actor estaba enamorado de ella, pero que sus compromisos y problemas legales le impedían verla en persona. Poco a poco, la mujer transfirió dinero para "gastos urgentes" del supuesto Pitt. El caso no es aislado y se ha dado en varias ocasiones.
La trampa se parece algo al famoso timo de la estampita: solo funciona cuando el engañado quiere creer. Juan Ramón -se cumplen pronto 70 años de su premio Nobel- necesitaba una musa y aceptó la existencia de Georgina con la fe de un poeta. Las víctimas de los falsos Brad Pitt buscan lo mismo: ser la elegida, la excepción, la protagonista de un cuento de hadas extraordinario. El estafador, al igual que aquellos peruanos liantes, solo planta la semilla. El resto del trabajo lo hace la imaginación del engañado, construyendo un amor sobre la nada. La ilusión, al final, es un pacto entre dos: uno miente, el otro elige creer. Esto nos suena, ¿verdad?
La ilusión, al final, es un pacto entre dos: uno miente, el otro elige creer.
Se repite el anhelo humano de sentirse especial. No es solo una cuestión de ingenuidad, sino también de autoengaño: a veces es más fácil vivir en la fantasía que enfrentar la soledad o la rutina. Y aunque siempre señalamos al delincuente, él solo refleja los anhelos de quien cae en la trampa; no inventa la necesidad de amor y reconocimiento, solo la explota. El que tenga ese olfato desarrollado puede ser un gran estafador, un ladrón de éxito o, quién sabe, un buen vendedor y un mejor político.
La tecnología ha amplificado las posibilidades de engaño. Juan Ramón cayó en una farsa epistolar, decimonónica y trasatlántica. Hoy las redes sociales y las plataformas digitales amenazan con un fraude sofisticado, masivo e inmediato. La apariencia y la ilusión dominan la percepción y los engaños sentimentales encuentran terreno fértil. Quizá la cuestión no es si alguien fue engañado, sino qué historia quería contarse a sí mismo. Juan Ramón escribió su tragedia amorosa sin saber que era falsa. Las víctimas actuales de los falsos Brad Pitt buscan el mismo relato improbable: convertir una mentira en realidad por pura necesidad.