Hasta qué temperatura aguanta el cuerpo humano antes de rendirse al calor
Exposición - El umbral de seguridad para soportar calor extremo se ha revisado a un rango de entre 26 y 31 grados, mucho más bajo de lo que se creía hasta ahoraAsí afectan los días de calor extremo a nuestro cerebro Hay un momento en que el cuerpo humano ya no aguanta más. No importa cuánta agua se beba o cuánta sombra se busque: hay un punto de ruptura físico, tangible y definitivo. Los músculos, el cerebro y el corazón empiezan a fallar cuando la temperatura interna supera ciertos límites. La termorregulación, un proceso automático y que mantiene a raya el calor interno, tiene fronteras muy claras. Y la mala noticia es que esas fronteras son mucho más cercanas de lo que se pensaba. Una prueba de resistencia que dejó claro hasta dónde se puede llegar Antes de que alguien pudiera decir lo contrario, un equipo de la Universidad de Ottawa dejó clara la cuestión con un experimento largo y extenuante. El trabajo estuvo liderado por la Unidad de Investigación en Fisiología Humana y Ambiental (HEPRU, por sus siglas en inglés), con el doctor Robert D. Meade y el profesor Glen Kenny a la cabeza. Ambos diseñaron una prueba de resistencia extrema que terminó por redefinir lo que el cuerpo humano puede soportar cuando sube la temperatura y el aire pesa de humedad. La metodología fue cualquier cosa menos convencional. No se limitaron a aumentar el calor en una sala hasta ver qué pasaba. Utilizaron los llamados protocolos térmicos escalonados, un método que lleva más de cincuenta años sirviendo para medir cuándo un cuerpo empieza a perder la batalla contra el calor. Un experimento que llevó la teoría térmica a la práctica más dura Esta vez, sin embargo, no se quedaron en la teoría. Tras detectar el umbral personal de cada participante —el momento exacto en el que la temperatura corporal empieza a subir sin control—, hicieron que volvieran para pasar nueve horas soportando temperaturas apenas por encima de ese límite. El objetivo era simple: comprobar si el cuerpo realmente podía adaptarse o no. Los datos obtenidos durante esos ensayos fueron contundentes. Según explica el doctor Meade, tras analizar el comportamiento fisiológico de los voluntarios, quedó claro que “la temperatura interna de los participantes subía sin parar, y muchos no pudieron completar las nueve horas de exposición”. Para conseguirlo, el equipo llevó a los participantes hasta temperaturas de 42 grados con una humedad del 57 %, un nivel que, en términos de humidex, equivalía a una sensación térmica de casi 62 grados. La validación de esta técnica no era un detalle menor. Durante años, los modelos climáticos que pronostican el impacto del calentamiento global han trabajado con estimaciones basadas en protocolos escalonados, pero sin una prueba directa que confirmara que el punto de inflexión de la temperatura corporal era realmente el umbral de supervivencia. Ahora, con esta investigación, se puede afirmar que el margen de maniobra es mucho más reducido de lo que se había planteado en otros estudios. El profesor Kenny, que también participó en la dirección del proyecto, subraya que esta nueva evidencia debería ser tenida en cuenta a la hora de diseñar políticas urbanas y de salud pública, sobre todo teniendo en cuenta que “las condiciones bajo las cuales los seres humanos pueden regular su temperatura corporal son en realidad mucho más limitadas de lo que se pensaba”.

Exposición - El umbral de seguridad para soportar calor extremo se ha revisado a un rango de entre 26 y 31 grados, mucho más bajo de lo que se creía hasta ahora
Así afectan los días de calor extremo a nuestro cerebro
Hay un momento en que el cuerpo humano ya no aguanta más. No importa cuánta agua se beba o cuánta sombra se busque: hay un punto de ruptura físico, tangible y definitivo. Los músculos, el cerebro y el corazón empiezan a fallar cuando la temperatura interna supera ciertos límites.
La termorregulación, un proceso automático y que mantiene a raya el calor interno, tiene fronteras muy claras. Y la mala noticia es que esas fronteras son mucho más cercanas de lo que se pensaba.
Una prueba de resistencia que dejó claro hasta dónde se puede llegar
Antes de que alguien pudiera decir lo contrario, un equipo de la Universidad de Ottawa dejó clara la cuestión con un experimento largo y extenuante. El trabajo estuvo liderado por la Unidad de Investigación en Fisiología Humana y Ambiental (HEPRU, por sus siglas en inglés), con el doctor Robert D. Meade y el profesor Glen Kenny a la cabeza. Ambos diseñaron una prueba de resistencia extrema que terminó por redefinir lo que el cuerpo humano puede soportar cuando sube la temperatura y el aire pesa de humedad.
La metodología fue cualquier cosa menos convencional. No se limitaron a aumentar el calor en una sala hasta ver qué pasaba. Utilizaron los llamados protocolos térmicos escalonados, un método que lleva más de cincuenta años sirviendo para medir cuándo un cuerpo empieza a perder la batalla contra el calor.
Esta vez, sin embargo, no se quedaron en la teoría. Tras detectar el umbral personal de cada participante —el momento exacto en el que la temperatura corporal empieza a subir sin control—, hicieron que volvieran para pasar nueve horas soportando temperaturas apenas por encima de ese límite. El objetivo era simple: comprobar si el cuerpo realmente podía adaptarse o no.
Los datos obtenidos durante esos ensayos fueron contundentes. Según explica el doctor Meade, tras analizar el comportamiento fisiológico de los voluntarios, quedó claro que “la temperatura interna de los participantes subía sin parar, y muchos no pudieron completar las nueve horas de exposición”. Para conseguirlo, el equipo llevó a los participantes hasta temperaturas de 42 grados con una humedad del 57 %, un nivel que, en términos de humidex, equivalía a una sensación térmica de casi 62 grados.
La validación de esta técnica no era un detalle menor. Durante años, los modelos climáticos que pronostican el impacto del calentamiento global han trabajado con estimaciones basadas en protocolos escalonados, pero sin una prueba directa que confirmara que el punto de inflexión de la temperatura corporal era realmente el umbral de supervivencia. Ahora, con esta investigación, se puede afirmar que el margen de maniobra es mucho más reducido de lo que se había planteado en otros estudios.
El profesor Kenny, que también participó en la dirección del proyecto, subraya que esta nueva evidencia debería ser tenida en cuenta a la hora de diseñar políticas urbanas y de salud pública, sobre todo teniendo en cuenta que “las condiciones bajo las cuales los seres humanos pueden regular su temperatura corporal son en realidad mucho más limitadas de lo que se pensaba”.
Además, el experimento confirmó que, incluso cuando los voluntarios eran expuestos a condiciones ligeramente más bajas que su umbral personal, la situación no era precisamente segura. Aunque en ese caso harían falta más de 24 horas para alcanzar una temperatura crítica de 40,2 grados - nivel asociado a un golpe de calor severo -, el cuerpo seguía sufriendo una tensión constante.
El margen seguro es mucho más estrecho de lo que se creía
Entre los aspectos más relevantes del estudio destaca el impacto que estos nuevos datos tendrán en las predicciones a gran escala. El doctor Meade remarca que “nuestros hallazgos son especialmente relevantes ahora que estos límites se están integrando cada vez más en modelos climáticos a gran escala”, lo que permitirá que los pronósticos sobre los efectos del calentamiento global en la salud humana sean mucho más precisos.
La realidad que dibujan estos resultados es preocupante. Los famosos 35 grados de temperatura de bulbo húmedo que se mencionaban en otros informes ya no son el umbral a vigilar. El nuevo rango seguro se sitúa entre 26 y 31 grados, bastante por debajo de lo que se pensaba. Esto implica que en muchas partes del planeta, las condiciones de vida podrían volverse insostenibles mucho antes de lo previsto.
El estudio, publicado en la revista PNAS, aporta también datos sobre la tensión fisiológica que sufre el cuerpo durante exposiciones prolongadas al calor extremo. Según destaca Meade, “también ponen en evidencia la tensión fisiológica que se sufre durante exposiciones prolongadas al calor extremo, algo cada vez más habitual debido al cambio climático”.
No se trata solo de comprender hasta qué punto se pueden estirar los límites. El futuro, tal como lo plantea esta investigación, pasa por aceptar que esos márgenes existen y son muy estrictos. Y que el cuerpo, por mucho que se esfuerce, no está diseñado para sobrevivir indefinidamente en un mundo que hierve.