Francisco, el Papa que convirtió el deporte en puente
Todo comenzó con una nevada.En marzo de 2013, una intensa tormenta de nieve obligó a suspender el partido de eliminatorias entre Irlanda del Norte y Rusia rumbo al Mundial de Brasil. La FIFA, necesitada de reprogramar ese encuentro, solicitó usar la última fecha libre del calendario de ese año: el 14 de agosto. El problema era que la Selección argentina ya tenía, para ese mismo día, un compromiso firmado con la Federación Rusa para disputar un amistoso en Moscú.A solo treinta días de esa fecha, la Albiceleste se quedaba sin rival."No quería intubación" El impactante relato del médico de Francisco sobre sus horas finales Carta Revelan una inédita reflexión del papa Francisco sobre la muerte: "Un nuevo inicio" Fue entonces, desde un congreso de la industria del fútbol en Manchester, que surgió la chispa. Llame a mi colega Stefano Pucci y le propuse una idea singular: ¿por qué no jugar contra Italia y convertir ese encuentro en un homenaje al recién elegido Papa Francisco?La propuesta encajaba como un rompecabezas divino. A pocas semanas del inicio de su pontificado, Francisco -hincha confeso de San Lorenzo y amante del fútbol- podía recibir a las selecciones de sus dos patrias afectivas: Argentina e Italia. En apenas horas, la Federación Italiana confirmó su participación, y el Estadio Olímpico de Roma fue reservado para el 14 de agosto.Pero el evento no terminó ahí.La noticia llegó al Vaticano con entusiasmo. Monseñor Guillermo Karcher, argentino residente en la Santa Sede y hombre de confianza del Papa, se comunicó con Tofoni con una propuesta especial: aprovechar ese marco único para lanzar públicamente un proyecto educativo impulsado por Francisco, llamado Scholas Occurrentes. Así, en el corazón de un partido de fútbol, se sembró una semilla que germinaría en más de 5.000 escuelas alrededor del mundo, uniendo educación, deporte y valores. Lionel Messi, estrella y referente global, fue parte del acto fundacional.Un día inolvidable en RomaEl 14 de agosto de 2013, los planteles de Argentina e Italia se reunieron en el Vaticano para ser recibidos por el Papa Francisco. No era solo un saludo protocolar: era un momento de comunión entre deporte, fe y humanidad. Francisco, con la cercanía que lo caracteriza, les habló a los jugadores como quien conversa en un vestuario antes de salir a la cancha."No se olviden que son modelos para muchos, tanto dentro como fuera del campo", les dijo. Y agregó: "El fútbol puede y debe ser una escuela para construir una cultura del encuentro". No habló de táctica ni de resultados. Habló de respeto, de trabajo en equipo, de humildad. De esas cosas que, tanto en la vida como en el deporte, hacen la diferencia.Aquel amistoso terminó 2-1 a favor de Argentina. El resultado, sin embargo, fue lo de menos. Lo verdaderamente valioso fue lo intangible: el símbolo, el mensaje, el gesto. Un Papa argentino, futbolero, hincha de San Lorenzo, convocando a dos naciones a encontrarse no para competir, sino para celebrar. En el estadio, en las tribunas, y sobre todo en los corazones.Desde adentro: un recuerdo imborrablePara mí, como argentino, como apasionado del fútbol y como alguien que dedica su vida a conectar naciones a través del deporte, aquel partido significó mucho más que un evento en el calendario FIFA. Fue una oportunidad única de tender puentes, de transformar una contingencia (una nevada en Belfast) en un momento histórico.Ver a Lionel Messi estrechar la mano del Papa, escuchar el silencio respetuoso de los jugadores mientras Francisco les hablaba, saber que ese encuentro serviría para lanzar Scholas Occurrentes, un programa que hoy une a miles de escuelas en todo el mundo... fue, sin dudas, uno de los momentos más conmovedores de mi carrera.No se trató solo de organizar un partido. Se trató de tejer una historia. Una historia en la que el fútbol dejó de ser solo un juego para convertirse en un acto de fe, de encuentro, de esperanza.El deporte según FranciscoDesde aquel día, el Papa Francisco ha seguido hablando del deporte como un espacio privilegiado para la formación humana. Lo ha definido como una herramienta educativa, como una escuela de vida. En cada discurso, en cada audiencia con atletas, su mensaje ha sido claro: que el deporte puede sanar, unir, construir.No es casual que haya impulsado iniciativas como Scholas, o que haya respaldado partidos por la paz en los que participaron leyendas del fútbol mundial. Francisco entendió que detrás de una pelota hay algo más grande: valores, comunidad, dignidad.Su mirada del deporte no es romántica, sino profundamente realista y comprometida. El juego, para él, es una plataforma para transformar. Y quizás por eso, el 14 de agosto de 2013 en Roma no fue solo un partido. Fue un punto de partida.

Todo comenzó con una nevada.
En marzo de 2013, una intensa tormenta de nieve obligó a suspender el partido de eliminatorias entre Irlanda del Norte y Rusia rumbo al Mundial de Brasil. La FIFA, necesitada de reprogramar ese encuentro, solicitó usar la última fecha libre del calendario de ese año: el 14 de agosto. El problema era que la Selección argentina ya tenía, para ese mismo día, un compromiso firmado con la Federación Rusa para disputar un amistoso en Moscú.
A solo treinta días de esa fecha, la Albiceleste se quedaba sin rival.
Fue entonces, desde un congreso de la industria del fútbol en Manchester, que surgió la chispa. Llame a mi colega Stefano Pucci y le propuse una idea singular: ¿por qué no jugar contra Italia y convertir ese encuentro en un homenaje al recién elegido Papa Francisco?
La propuesta encajaba como un rompecabezas divino. A pocas semanas del inicio de su pontificado, Francisco -hincha confeso de San Lorenzo y amante del fútbol- podía recibir a las selecciones de sus dos patrias afectivas: Argentina e Italia. En apenas horas, la Federación Italiana confirmó su participación, y el Estadio Olímpico de Roma fue reservado para el 14 de agosto.
Pero el evento no terminó ahí.
La noticia llegó al Vaticano con entusiasmo. Monseñor Guillermo Karcher, argentino residente en la Santa Sede y hombre de confianza del Papa, se comunicó con Tofoni con una propuesta especial: aprovechar ese marco único para lanzar públicamente un proyecto educativo impulsado por Francisco, llamado Scholas Occurrentes. Así, en el corazón de un partido de fútbol, se sembró una semilla que germinaría en más de 5.000 escuelas alrededor del mundo, uniendo educación, deporte y valores. Lionel Messi, estrella y referente global, fue parte del acto fundacional.
Un día inolvidable en Roma
El 14 de agosto de 2013, los planteles de Argentina e Italia se reunieron en el Vaticano para ser recibidos por el Papa Francisco. No era solo un saludo protocolar: era un momento de comunión entre deporte, fe y humanidad. Francisco, con la cercanía que lo caracteriza, les habló a los jugadores como quien conversa en un vestuario antes de salir a la cancha.
"No se olviden que son modelos para muchos, tanto dentro como fuera del campo", les dijo. Y agregó: "El fútbol puede y debe ser una escuela para construir una cultura del encuentro". No habló de táctica ni de resultados. Habló de respeto, de trabajo en equipo, de humildad. De esas cosas que, tanto en la vida como en el deporte, hacen la diferencia.
Aquel amistoso terminó 2-1 a favor de Argentina. El resultado, sin embargo, fue lo de menos. Lo verdaderamente valioso fue lo intangible: el símbolo, el mensaje, el gesto. Un Papa argentino, futbolero, hincha de San Lorenzo, convocando a dos naciones a encontrarse no para competir, sino para celebrar. En el estadio, en las tribunas, y sobre todo en los corazones.
Desde adentro: un recuerdo imborrable
Para mí, como argentino, como apasionado del fútbol y como alguien que dedica su vida a conectar naciones a través del deporte, aquel partido significó mucho más que un evento en el calendario FIFA. Fue una oportunidad única de tender puentes, de transformar una contingencia (una nevada en Belfast) en un momento histórico.
Ver a Lionel Messi estrechar la mano del Papa, escuchar el silencio respetuoso de los jugadores mientras Francisco les hablaba, saber que ese encuentro serviría para lanzar Scholas Occurrentes, un programa que hoy une a miles de escuelas en todo el mundo... fue, sin dudas, uno de los momentos más conmovedores de mi carrera.
No se trató solo de organizar un partido. Se trató de tejer una historia. Una historia en la que el fútbol dejó de ser solo un juego para convertirse en un acto de fe, de encuentro, de esperanza.
El deporte según Francisco
Desde aquel día, el Papa Francisco ha seguido hablando del deporte como un espacio privilegiado para la formación humana. Lo ha definido como una herramienta educativa, como una escuela de vida. En cada discurso, en cada audiencia con atletas, su mensaje ha sido claro: que el deporte puede sanar, unir, construir.
No es casual que haya impulsado iniciativas como Scholas, o que haya respaldado partidos por la paz en los que participaron leyendas del fútbol mundial. Francisco entendió que detrás de una pelota hay algo más grande: valores, comunidad, dignidad.
Su mirada del deporte no es romántica, sino profundamente realista y comprometida. El juego, para él, es una plataforma para transformar. Y quizás por eso, el 14 de agosto de 2013 en Roma no fue solo un partido. Fue un punto de partida.