Fin del cepo: el modelo de supervivencia quedó atrás y es tiempo de redefinir estrategias impositivas
Durante años, en la Argentina, las empresas operaron con una lógica de supervivencia. En un entorno inflacionario, con cepo cambiario y normas inestables, aprender a surfear el caos fue casi una condición para mantenerse de pie. De esa escuela surgieron prácticas que se repitieron hasta automatizarse: anticipar compras, retrasar pagos, endeudarse en pesos, dejar que el tiempo haga su trabajo. Pero ese manual ya no sirve. Lo que antes protegía, hoy expone.Aun así, muchos empresarios tradicionales siguen esperando una devaluación que no llega. Confían en un salto del tipo de cambio que vuelva a poner en valor sus stocks o a licuar sus pasivos en pesos. Pero todo indica que esa lógica, por ahora, quedó atrás. La macroeconomía avanza en otra dirección: dólar estable, bandas de flotación, ingreso de divisas y desinflación. Apostar a un cambio de escenario que ya no es probable puede volverse, directamente, una trampa financiera.Zoom editorial El dólar se acerca a los $ 1000: el campo, nervioso por la liquidación de la cosecha gruesa Horacio RiggiOpinión Un pleno a las expectativas y al carry trade Claudio CapraruloLa inflación viene bajando, el dólar oficial está más firme y los desequilibrios externos empiezan a corregirse. Pero el sistema fiscal no acompañó ese cambio. Al contrario, en muchos casos lo amplificó. Con impuestos que no se ajustan por inflación real y con intereses resarcitorios que compiten con las tasas más altas del sistema, el costo de equivocarse -o de no prever- se volvió altísimo.En este nuevo contexto, los impuestos ya no se licúan: se pagan. Y no solo se pagan más, sino que se pagan antes. El sistema de retenciones y percepciones se llevó al extremo. Muchas empresas terminan financiando al Estado con recursos propios, acumulando saldos a favor inmovilizados durante meses. Mientras tanto, pagan sueldos, materias primas y servicios sin el oxígeno financiero que deberían tener.Además, cada decisión contable hoy tiene una consecuencia fiscal directa. Y no todas las empresas están preparadas para leer su balance desde ese ángulo. ¿Se ajustaron los quebrantos por inflación? ¿Se analizaron las amortizaciones posibles? ¿Se revisó si hay gastos que podrían deducirse, pero quedaron mal encuadrados? ¿Se anticiparon los devengamientos que impactan el resultado sin generar ingresos reales?Peor aún: muchas empresas presentan sus declaraciones juradas sin estrategia, sin planificación. Pagan lo que surge del sistema sin evaluar si hay una manera legal y eficiente de reducir el impacto. En un contexto de márgenes reducidos y tasas reales positivas, eso puede marcar la diferencia entre operar o no.A esto se suma una trampa silenciosa: los intereses que cobra el fisco por cualquier retraso son altísimos, incluso en dólares. Y a diferencia del sistema financiero, no hay negociación ni flexibilidad. Tampoco hay crédito: el impuesto no pagado a tiempo acumula deuda con tasas usurarias, que no siempre se perciben hasta que es demasiado tarde.El mensaje es claro: el entorno cambió, y seguir actuando con reflejos viejos puede salir carísimoPor eso, este no es un momento para improvisar. Es un momento para controlar daños, redefinir estrategias y anticiparse al nuevo ciclo. Revisar el balance desde una mirada fiscal-financiera. Recalibrar estructuras. Corregir prácticas heredadas del viejo paradigma. Y hacerlo ahora, antes de cerrar el ejercicio.El mensaje es claro: el entorno cambió, y seguir actuando con reflejos viejos puede salir carísimo. Las empresas que no se adapten corren el riesgo de operar en desventaja. Y en este contexto, una desventaja tributaria se traduce, muy rápido, en una pérdida de rentabilidad, caja y competitividad.

Durante años, en la Argentina, las empresas operaron con una lógica de supervivencia. En un entorno inflacionario, con cepo cambiario y normas inestables, aprender a surfear el caos fue casi una condición para mantenerse de pie. De esa escuela surgieron prácticas que se repitieron hasta automatizarse: anticipar compras, retrasar pagos, endeudarse en pesos, dejar que el tiempo haga su trabajo. Pero ese manual ya no sirve. Lo que antes protegía, hoy expone.
Aun así, muchos empresarios tradicionales siguen esperando una devaluación que no llega. Confían en un salto del tipo de cambio que vuelva a poner en valor sus stocks o a licuar sus pasivos en pesos. Pero todo indica que esa lógica, por ahora, quedó atrás. La macroeconomía avanza en otra dirección: dólar estable, bandas de flotación, ingreso de divisas y desinflación. Apostar a un cambio de escenario que ya no es probable puede volverse, directamente, una trampa financiera.
La inflación viene bajando, el dólar oficial está más firme y los desequilibrios externos empiezan a corregirse. Pero el sistema fiscal no acompañó ese cambio. Al contrario, en muchos casos lo amplificó. Con impuestos que no se ajustan por inflación real y con intereses resarcitorios que compiten con las tasas más altas del sistema, el costo de equivocarse -o de no prever- se volvió altísimo.
En este nuevo contexto, los impuestos ya no se licúan: se pagan. Y no solo se pagan más, sino que se pagan antes. El sistema de retenciones y percepciones se llevó al extremo. Muchas empresas terminan financiando al Estado con recursos propios, acumulando saldos a favor inmovilizados durante meses. Mientras tanto, pagan sueldos, materias primas y servicios sin el oxígeno financiero que deberían tener.
Además, cada decisión contable hoy tiene una consecuencia fiscal directa. Y no todas las empresas están preparadas para leer su balance desde ese ángulo. ¿Se ajustaron los quebrantos por inflación? ¿Se analizaron las amortizaciones posibles? ¿Se revisó si hay gastos que podrían deducirse, pero quedaron mal encuadrados? ¿Se anticiparon los devengamientos que impactan el resultado sin generar ingresos reales?
Peor aún: muchas empresas presentan sus declaraciones juradas sin estrategia, sin planificación. Pagan lo que surge del sistema sin evaluar si hay una manera legal y eficiente de reducir el impacto. En un contexto de márgenes reducidos y tasas reales positivas, eso puede marcar la diferencia entre operar o no.
A esto se suma una trampa silenciosa: los intereses que cobra el fisco por cualquier retraso son altísimos, incluso en dólares. Y a diferencia del sistema financiero, no hay negociación ni flexibilidad. Tampoco hay crédito: el impuesto no pagado a tiempo acumula deuda con tasas usurarias, que no siempre se perciben hasta que es demasiado tarde.
El mensaje es claro: el entorno cambió, y seguir actuando con reflejos viejos puede salir carísimo
Por eso, este no es un momento para improvisar. Es un momento para controlar daños, redefinir estrategias y anticiparse al nuevo ciclo. Revisar el balance desde una mirada fiscal-financiera. Recalibrar estructuras. Corregir prácticas heredadas del viejo paradigma. Y hacerlo ahora, antes de cerrar el ejercicio.
El mensaje es claro: el entorno cambió, y seguir actuando con reflejos viejos puede salir carísimo. Las empresas que no se adapten corren el riesgo de operar en desventaja. Y en este contexto, una desventaja tributaria se traduce, muy rápido, en una pérdida de rentabilidad, caja y competitividad.