Fernando Aramburu vuelve al relato corto: "El cuento me produce la sensación de que me quito miedos y se los endoso a los lectores"
El escritor vasco acaba de publicar 'Hombre caído', que explora aspectos poco nobles o crueles del ser humano

El deseo de venganza, la crueldad, la obsesión por la estética y el miedo a envejecer y a la muerte son algunos de los temas que aborda Fernando Aramburu en su nuevo libro de relatos, Hombre caído (Tusquets), un formato que utiliza para explorar "aspectos poco nobles o crueles del ser humano".
El autor de Patria (2016) se aleja de la temática de su serie Gentes vascas, con la que ha logrado el mayor reconocimiento, para hilar catorce historias que exploran paradojas o dilemas, que van del terror al humor absurdo y donde lo inesperado irrumpe, a menudo fatalmente, en la rutina.
"El núcleo central alrededor del que giran los cuentos es la poca estabilidad de las relaciones humanas (...), la dificultad para establecer relaciones armónicas duraderas, especialmente las fraternales y las conyugales", ha señalado el autor, que reside en Hannover (Alemania) desde que se casó con una alemana, de visita en Madrid.
A menudo el punto de partida es una imagen, un temor o una pesadilla que se instala en la mente del escritor y necesita liberarse de ella. "Son posibilidades humanas que me inquietan o me incomodan y, al objetivarlo en un cuento, tengo la sensación de que me quito de encima esos asuntos y se los endoso a los posibles lectores", asegura.
Así, en Fotos de ardillas habla de las dificultades que entraña el cuidado de los mayores y en Culo subido se burla de la obsesión por la estética. Hay relatos más existencialistas como El suicidio de Richi Pardal o con evocaciones bíblicas como Hombre caído, que da título al libro y que es también un dardo contra la indiferencia.
Dice Aramburu que no tiene "esa capacidad que tienen otros de ver un más allá ni una trascendencia" y que eso le lleva, más que a "un sentimiento trágico de la vida", a "una aceptación más o menos estoica" y, sobre todo, a "jugar" sus cartas de la manera más constructiva posible.
"No estoy de acuerdo con el personaje de Dostoyevski que considera que, si no hay Dios, todo está permitido; yo he hecho un esfuerzo, con ayuda de la conversación con los amigos y de algunas lecturas, para ser un hombre moral".
El humor es también un ingrediente esencial de su literatura, dice, como lo es de su vida. "Tuve la fortuna de tener un padre que disfrutaba haciendo reír a los demás, desde la niñez la tendencia al humor es natural en mí, de hecho, a menudo tengo que echar el freno para no propasarme".
Ahora bien, no es un humor "explícito" y "de comedia", señala, sino que incluye "facetas negras, dolorosas, dramáticas o fúnebres de la vida".
Este libro supone el regreso al relato de Aramburu trece años después de El vigilante del fiordo (2011). Su dedicación al género es regular, afirma, y espera poder publicar todos los cuentos juntos en un solo volumen en un futuro, dejando al margen los infantiles y Los peces de la amargura, que incluye en Gentes vascas.
Dice el autor vasco que el formato le permite también una mayor experimentación creativa y disfrute. Lo que no tiene intención de retomar son las columnas de opinión, que escribía regularmente en el diario El País hasta noviembre pasado y que abandonó porque "no estaba a gusto".
"Creo que esa tarea excede mis capacidades y, sobre todo, contradice mi disposición a un tipo de escritura más serena, más meditada", explica. "Fuera de la escritura soy tan canalla como cualquier otro, pero en ese espacio que yo llamo la escritura necesito ser auténtico".
Aramburu sostiene que la obligación del escritor es "ir a lo concreto, a lo singular" y evitar las generalidades hablando de la gente, la masa, la muchedumbre o la sociedad. "En cuanto el ser humano pierde el rostro, en mi literatura ya no entra", afirma.
Es consciente de que sus lectores esperan historias sobre el País Vasco, pero recuerda que estas no suponen "ni siquiera la mitad" de lo que ha escrito. "Uno tiene una pequeña ambición creativa y no quiere tocar la misma música siempre", explica. "Mi vida no se limita a la evocación de mi tierra natal y a muchas cosas desagradables y violentas que allí ocurrieron".