El resort de la vergüenza

De vez en mundo, cuando oigo o le algo que me parece increíble, digo eso de que "si me pinchan no sangro". Era una frase que guardaba para las ocurrencias más extravagantes del mundo pero que en estos tiempos tendría que estar utilizando constantemente. Porque el recién elegido presidente de los Estados Unidos nos regala perlas de este tipo en todo momento. Y de seguir con mi frase, ya no me quedaría sangre en todo el cuerpo. La última -seguro que, cuando estas líneas vean la luz, penúltima- es la de convertir la arrasada franja de Gaza en un resort turístico, mucho más agradable y bonito según la idea del mandatario del pelo color naranja y su compinche israelí, que la tierra yerma y destruida en que la guerra ha convertido el territorio. Y, por supuesto, para acabarlo de hacer bonito, hay que quitar a sus habitantes y sustituirlos por otros cuyo color y calor sean más del gusto del mandamás americano. Como si estuviera jugando con maquetas de las que pone y quita muñecos a su gusto, en lugar de tratarse de vidas humanas. De las vidas humanas que quedan allí, claro, porque muchos miles se quedaron por el camino. Me cuesta entender esa falta de empatía, de sensibilidad y de otras muchas cosas del tipo, pero todavía me cuesta más entender que haya tantísima gente que le ha apoyado con sus votos. Y confieso que no solo me sorprende, sino que me causa pánico. Verdadero pánico. Trato de ponerme en la piel de los gazatíes y no soy capaz de conseguirlo, por más que lo intente. Es casi imposible imaginar como se puede sentir alguien a quien destrozan su tierra, matan a su gente y, además, ahora, pretenden que se marche y deje allí sus recuerdos y sus muertos, porque es todo lo que les queda. Pero hemos de hacer el esfuerzo. No podemos permanecer impasibles ante tamaña barbaridad y hemos de reaccionar como ciudadanas y ciudadanos y como estados, y no limitarnos a llevarnos las manos a la cabeza o a quejarnos con la boca pequeña. Pensemos que lo único que nos diferencia de todas las personas que viven en Gaza es el azar de haber nacido en otro lugar del mundo. Hoy es allí, pero mañana podría ser aquí. Y lo peor de todo es que esta no es sino una de las ocurrencias del mandamás, y estamos al principio del mandato. No quiero ni pensar la que se nos viene encima. Porque entonces, de verdad, si me pincharan no sangraría. SUSANA GISBERT Fiscal y escritora (@gisb_sus)

Feb 11, 2025 - 18:28
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El resort de la vergüenza
De vez en mundo, cuando oigo o le algo que me parece increíble, digo eso de que "si me pinchan no sangro". Era una frase que guardaba para las ocurrencias más extravagantes del mundo pero que en estos tiempos tendría que estar utilizando constantemente. Porque el recién elegido presidente de los Estados Unidos nos regala perlas de este tipo en todo momento. Y de seguir con mi frase, ya no me quedaría sangre en todo el cuerpo. La última -seguro que, cuando estas líneas vean la luz, penúltima- es la de convertir la arrasada franja de Gaza en un resort turístico, mucho más agradable y bonito según la idea del mandatario del pelo color naranja y su compinche israelí, que la tierra yerma y destruida en que la guerra ha convertido el territorio. Y, por supuesto, para acabarlo de hacer bonito, hay que quitar a sus habitantes y sustituirlos por otros cuyo color y calor sean más del gusto del mandamás americano. Como si estuviera jugando con maquetas de las que pone y quita muñecos a su gusto, en lugar de tratarse de vidas humanas. De las vidas humanas que quedan allí, claro, porque muchos miles se quedaron por el camino. Me cuesta entender esa falta de empatía, de sensibilidad y de otras muchas cosas del tipo, pero todavía me cuesta más entender que haya tantísima gente que le ha apoyado con sus votos. Y confieso que no solo me sorprende, sino que me causa pánico. Verdadero pánico. Trato de ponerme en la piel de los gazatíes y no soy capaz de conseguirlo, por más que lo intente. Es casi imposible imaginar como se puede sentir alguien a quien destrozan su tierra, matan a su gente y, además, ahora, pretenden que se marche y deje allí sus recuerdos y sus muertos, porque es todo lo que les queda. Pero hemos de hacer el esfuerzo. No podemos permanecer impasibles ante tamaña barbaridad y hemos de reaccionar como ciudadanas y ciudadanos y como estados, y no limitarnos a llevarnos las manos a la cabeza o a quejarnos con la boca pequeña. Pensemos que lo único que nos diferencia de todas las personas que viven en Gaza es el azar de haber nacido en otro lugar del mundo. Hoy es allí, pero mañana podría ser aquí. Y lo peor de todo es que esta no es sino una de las ocurrencias del mandamás, y estamos al principio del mandato. No quiero ni pensar la que se nos viene encima. Porque entonces, de verdad, si me pincharan no sangraría. SUSANA GISBERT Fiscal y escritora (@gisb_sus)