El pueblo de dos nombres y 167 habitantes que viven al pie de la Cordillera y alejados de todo

La comuna rural Atilio Viglione está a solo 15 kilómetros de Chile y 260 de Esquel; por qué quieren recuperar su denominación original

Mar 29, 2025 - 04:34
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El pueblo de dos nombres y 167 habitantes que viven al pie de la Cordillera y alejados de todo

ATILIO VIGLIONE, Chubut.— “Somos el último pueblo de Chubut, estamos en la Argentina, pero también vivimos en otro mundo”, afirma Sandra Muñoz, a frente del almacén El Cordillerano, en un pueblo que tiene dos nombres y que sueñan por recuperar el original. A los pies de la Cordillera de los Andes, la comuna rural Atilio Viglione está a solo 15 kilómetros de Chile y 260 de Esquel, la ciudad más próxima. Sus 167 habitantes viven alejados de todo.

“Acá no entra nadie”, dice Muñoz. Para llegar hay que hacerlo desde Río Pico, a 40 kilómetros, un pueblo con algunos comercios de los que se abastecen. La inhóspita ruta 19 de ripio penetra por un valle de mallines, huellas de cornisa hasta terminar en un caserío ordenado donde se destaca sobre un mástil, alta y radiante, la bandera argentina, con la cordillera detrás.El acceso al pueblo

“La podemos tocar con las manos”, dice Muñoz. Un cerro sobresale en este milenario paredón dentado con nieves eternas, el Desnudo de 2250 metros de altura. Chile está siguiendo un caprichoso camino en el curso de dos ríos; si el cauce lo permite, es posible llegar a Lago Verde, el pequeño pueblo andino. El contacto entre ambas localidades es estrecho. Los primeros habitantes de Viglione fueron pioneros chilenos.

“Cuando marcaron la frontera, mi abuela quedó del lado chileno”, dice Verónica Carrillo. Su historia es común a muchos, sus padres son argentinos, pero ella nació en Chile. Durante la Guerra de Malvinas, los deportaron (por la sola portación de la nacionalidad) y dos años después pudo reencontrarse con ellos en Viglione. “Cuando vine había menos de diez casas”, recuerda Carillo.La oficina de turismo del pueblo

Originalmente se llamó Aldea Las Pampas, y sus habitantes se dedicaban, sobre todo, a la ganadería, este salvaje territorio de indeterminados límites geográficos fue tierra de nadie hasta bien entrado el siglo XX, aún en la actualidad es inhóspito. El lejano oeste chubutense fue la tierra elegida por los ladrones más buscados del mundo, los cowboys Butch Cassidy y Sundance Kid, pero también de bandoleros fronterizos.

Un hecho vuelve a este pueblo uno muy particular: aquí se llevó a cabo el primer secuestro extorsivo de la historia delictiva de nuestro país. Dos miembros de la banda de aquellos dos, Robert Evans, William Wilson junto al galés Daniel Gibbon, a fines de marzo de 1911 interceptaron a Lucio Ramos Otero, hijo de una familia acaudalada de Buenos Aires que había decidido escapar del mandato familiar y probar suerte en la lejana Patagonia.El pueblo cuenta hoy con 167 habitantes

“El calabozo” es hoy una atracción para los que visitan Viglione, se llega cabalgando una hora, entre bosques de radales y lengas. Se trata del lugar donde los bandoleros en aquel año lo hicieron con troncos y estuvo cautivo Ramos Otero, hasta que consiguió escapar. Los norteamericanos fueron abatidos por la policía fronteriza argentina. Sus tumbas están en las afueras de Río Pico.

“Esta en la última frontera, acá termina el mapa de la Argentina”, dice Carrillo. El pueblo carece de gas y señal telefónica, una débil red de internet llega cruzando la estepa. Algunas casas tienen conexión. “Es nuestro único contacto con el mundo”, dice desde su casa de material, al lado aún conserva su primera vivienda, un rancho de madera, patinada por años de nieve, hielo y viento.El viejo cartel del pueblo

“La restauré y en verano comemos allí”, afirma. El gran problema de Viglione es la calefacción, aún en los meses estivales de noche baja la temperatura y en otoño los días se tiñen de tonos anaranjados y el frío cordillerano asume un rol importante, en invierno es protagónico.

“Dependemos de la leña”, cuenta Carrillo. En esta sociedad que se sostiene en pilares precarios, las únicas chances de tener un hogar habitable son con mucha leña, pero no es barata. Un metro tiene un costo de $40.000, sólo para pasar el invierno necesitan 30 metros y si es uno muy crudo, aún más. “Cuesta mucho”, asegura. 15 y 20 grados bajo cero suele marcar el termómetro.La soledad de las rutas cordilleranas

“Nos quedamos aislados”, asegura. La nieve, cuando hace su resplandeciente aparición no abandona la realidad hasta fines del invierno, que aquí significa fines de septiembre. “Lo que más preocupa es el hielo”, cuenta Carrillo. El hielo vuelve intransitable el camino. Mientras tanto, la belleza. “Todos los días cuando me despierto veo la cordillera”, dice. Carrillo tiene la suerte de trabajar en la única escuela de frontera de una amplia región. Entra a las 8 y sale a las 16.

De 1918

La escuela fue construida en 1918 y se rige con un calendario especial, en febrero inicia el ciclo lectivo, pero durante junio y julio las clases se interrumpen por la impiedad y el desenfado del frío extremo. Tienen un invernáculo que nutre al pueblo de algunas hortalizas. Prolijo y pequeño, las casas se amontonan alrededor de una plaza triangular que sólo tiene lugar para una capilla, frágil posesión de la fe. Un mástil con la bandera nacional lo ancla al mapa.Está a solo 15 kilómetros de Chile

“A veces se hace difícil vivir acá”, recalca Muñoz. Su almacén es muy surtido, tiene el espíritu de un ramos generales de montaña. No le falta nada, y tiene lo más preciado: frutas y verduras. “Todos los jueves llega el verdulero a Río Pico”, dice. Ambulante, recorre los pueblos de frontera. Si ese día el camino no está en condiciones, el pueblo se queda sin ellas. “Nos tenemos que arreglar con lo que hay”, cuenta.

“Es un lugar único, pero estamos lejos de todo”, explica Muñoz. Sale a caminar cuando termina el día, es una actividad que todos hacen. El pueblo está sobre un valle pedregoso, en el medio lo cruza el río Pampa (de él extraen el agua que llega a las casas), un puente de campaña conecta una orilla con la otra. Cuando baja mucha agua de las montañas, el río aumenta su caudal.En Viglione se respira tranquilidad

Viglione está rodeado de una cuenca de 20 lagos, todos ellos deseados por los amantes de la pesca. La particularidad es que los más próximos no tienen nombres sino números. El N°4 está sobre la ruta de acceso, y el 5 es el más visitado porque está a seis kilómetros del pueblo. Son absolutamente vírgenes, de aguas de matices esmeraldas, puras y calmas, en algunos existen lodges escondidos en la espesura del bosque.

“Es un lugar único para descansar”, dice Marcelo Pacheco. Construyó una casa en el pueblo. “Caminarlo te hace salir de la rutina”, dice su esposa Julieta González. Ambos son de Trelew, en la otra punta de la provincia. Llegan dos veces al año para pasar días de tranquilidad. “Nos escapamos del mundo: sin señal ni televisión”, dice Pacheco. Eligen no tener internet, y gozar de la intimidad cordillerana.El pueblo está rodeado por decenas de lagos y cursos de agua

El nombre del pueblo es todo un tema, y también otra particularidad. En 2005 el ex gobernador Mario Das Neves elevó a la entonces Aldea Las Pampas a categoría de Comuna Rural, y realizó un movimiento inconsulto con sus pocos habitantes: cambiarle el nombre por el de Atilio Viglione.

¿Quién fue? Un gobernador de Chubut que permitió que el pueblo tuviera electricidad y otras mejoras como el tendido de la red telefónica. En 2007 cuando estuvo hecha, el entonces presidente Raúl Alfonsín hizo un llamado a un habitante del pueblo. Sin embargo, para los 167 pobladores jamás cayó bien que les cambiaran el nombre y desde entonces están en gestiones para que les devuelvan la antigua denominación.La vida al pie de la cordillera

Otra particularidad lo hace aún más especial. En 2015 se realizó la primera elección para elegir jefe comunal, competían dos primas, María Cristina Acevedo Solís (FPV) y Norma Solís (Chubut Somos Todos) y ambas obtuvieron 65 votos, configurando de esta manera el primer balotaje en la historia de la democracia desde 1983.

“Sólo se oye el sonido del viento y el agua cuando choca entre las piedras”, dice Muñoz. Describe las noches en la galante y minúscula comunidad. Saben que pronto vendrá el invierno, en su antesala ya se ven las tímidas y caprichosas columnas de humo de las chimeneas que se elevan hasta desaparecer en el cielo azul.