El pueblo, a menos de 2 horas de Capital, que sorprende con 3 propuestas para comer bien y disfrutar de largas sobremesas

A 150 kilómetros de Buenos Aires, este pueblito ofrece tres alternativas gastronómicas para conectarse con las raíces gauchescas

Abr 11, 2025 - 15:42
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El pueblo, a menos de 2 horas de Capital, que sorprende con 3 propuestas para comer bien y disfrutar de largas sobremesas

Un pueblo perdido en la inmensidad de la pampa con tres bares/restaurantes, un hotel pequeño, alguna casa de alquiler, algún que otro perro que le ladra a la luna por las noches. Una capilla dedicada a San Roque de 1898, bien conservada. Una huerta orgánica que explota de colores. La estación de ferrocarril y las fachadas antiguas de algunas casas, las pocas calles de asfalto y las otras de tierra que mueren en el campo. Es decir, un lugar donde el desenchufe y la tranquilidad están aseguradas: así es General Rivas, a 20 km por un único camino de asfalto desde Suipacha, la ruta provincial 43, que cruza el arroyo Los Leones, a 150 km del Obelisco. Distancia suficiente para sentir el ser en la nada, el rojo del sol del atardecer sobre el confín del horizonte.

De 130 tambos en las épocas de gloria, cuando la comunidad irlandesa se dedicaba a la cría de ovejas y la parte rural se encontraba densamente poblada, quedaron dos.

Pura desconexión: no hay ruidos que impidan que se escuche el susurro de los cientos de pájaros como el zorzal o los cabecita negra.

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En la Huerta Orgánica Yerba Suelta, Omar y Mariana reciben a todo aquel que quiera aprender de plantas y comprar dulces, especias, hierbas deshidratadas y conservas caseras. Entre ellos se nota el amor que se profesan a pesar del tiempo transcurrido, los hijos y nietos y solo eso merece la visita. Él se ocupa de la huerta y ella de las conservas, las reservas, los tés o desayunos con sus deliciosos dulces. “Cuando llegamos acá nos enamoramos del lugar. En ese entonces vivíamos en General Paz y Lope de Vega y veníamos 3 o 4 días. No había nada, solo un montecito de acacias donde construimos nuestra casa”, cuenta Omar que viajó por todo el mundo con la Cruz Roja Internacional, mientras enseña maravillado los distintos colores de los tomates. Junto con los ajíes, la salvia, la menta, el orégano, el tomillo, el ajenjo que da sabor a El Fernet, las berenjenas, los porotos pallares “que son los favoritos de mi mujer”, los frutales. “Llegó un momento que vendimos la casa y nos vinimos para acá, porque es hermoso. Sembramos lo que nos gusta a nosotros y si sobra, lo vendemos”.

La huerta es colorida, completa para mostrar la variedad de todas las verduras, prolija… “¿Que cómo hago para que esté así de prolija?”, ríe y dice: “Pues me arrodillo y saco los pastitos. Hay que hacerlo simplemente, no hay que soplar”, concluye, risueño.General Rivas, a 20 km por un único camino de asfalto desde Suipacha

Historia y sabores

Cuenta Jorge Patalagoiti, vecino de Rivas, que puede reconstruir la historia del pueblo en parte por haberla vivido y en base a los recuerdos que escribió en el 2000 otro vecino ilustre, Héctor José Puricelli. Señala dentro de la iglesia unos agujeros en las paredes de la capilla San Roque, sobre un terreno donado por el entonces próspero comerciante Nicolás Juliano, inaugurada en 1898. Pertenecen a los disparos que efectuaron allá lejos y hace tiempo para intentar sacar una pandilla de murciélagos que, cual Batman, azotaba a los feligreses que se veían obligados a escuchar misa en la puerta de la iglesia, con la consiguiente desesperación del sacerdote que hasta tiros permitió con tal de echar a los díscolos animalitos. Hasta que llegó el ultrasonido y santo remedio.

Cuenta de la época en que un tanque tirado por tres caballos regaba las calles de tierra de este pueblo con escuela, salita de primeros auxilios y una plaza que se llama San Martín. Dentro del partido de Suipacha, el pueblo es como un viaje en el tiempo
Picada de quesos y embutidos en Don Guille, uno de los bares emblemáticos

“En 1930 se fundó el club de fútbol y más tarde todos ayudamos a su construcción. Eran épocas épicas en que la yegua Lola afirmaba su piso porque no teníamos cómo hacerlo entonces la encerramos, para que pise y pise”, se emociona el exdelegado que siente un profundo amor por su terruño.

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El pueblo lleva este nombre en homenaje al general Ignacio Rivas, que nació en Paysandú, Uruguay, en 1827, peleó para Urquiza y pasó por aquí hacia la batalla de Caseros para deponer a Juan Manuel de Rosas en 1852. Dicen que venía seguido por la zona y tenía una hermana en Mercedes, distante a 30 km.

@viajarenfoco

¿Que darías por vivir con esta tranquilidad? Así es la vida en la mayoría de los pueblos de nuestro país. Una vez escuchamos a un turista decir… “Esto es otro planeta” Jjjajaja solo te tenes que alejar 100km de una gran ciudad