El presidente acaba con la barra libre de los rejones y le niega una Puerta del Príncipe a Diego Ventura
Vino el presidente Gabriel Fernández Rey a poner un mínimo de cordura y rigor a la fiesta. No a la Fiesta Nacional, sino a la fiesta en la que se había convertido el tradicional festejo de rejones de la Maestranza cuyo público ocasional viene legítimamente a pedir unas orejas que justifique el elevado precio de sus entradas. Puede que hasta fuera más estricto de lo necesario, pero es mejor en estos casos quedarse corto que pasarse de generoso. Ya saben: ante el vicio de pedir, la virtud de no dar . Y con su inflexible actitud le negó la Puerta del Príncipe a Diego Ventura , que ciertamente sí mereció una primera oreja ante el segundo después de haberse inventado una vibrante y reunida labor frente a un manso de libro. Concedió finalmente una al rejoneador cigarrero en el quinto y otra a Guillermo Hermoso de Mendoza en el sexto. Fijó toda su atención el usía en la colocación de los diferentes instrumentos empleados; desde los rejones de castigos hasta las banderillas y las rosas finales. Fue emocionante, como decimos, la meritoria faena de Ventura al segundo, pero también cabe decir que hasta en dos ocasiones marró en la ejecución de sus garapullos. Y si empezamos a abrir la veda, terminamos como veníamos en los últimos años: con una Maestranza en formato romería . Todo lo contrario fue la primera de las dos actuaciones de Guillermo Hermoso de Mendoza, que clavaba sus rejones y banderillas sobre un mismo punto – «en una moneda», que dirían los antiguos – y se lanzaba a matar de poder a poder. Muy de frente siempre. Fue la corrida de Bohórquez demasiado terciada y pobre de cara, crecida en raza y movilidad a partir del tercero después del manso y flojo inicio de la tarde. Había descorrido el telón el portugués Rui Fernande s ante el desrazado y flojo primero con el que no pasó de corrección, más conectado con los tendidos en su labor ante el encastado y colaborador cuarto. Faltó reunión y acierto con los rejones de muerte. Más reunido, carismático y entregado estuvo Diego Ventura . Con el manso primero y con el manejable quinto. Fue con Nó mada cuando encendió los cubiertos tendidos de la Maestranza en una faena que prácticamente se desarrolló al hilo de las tablas. Haciendo del defecto (mansedumbre) virtud , lo llevó cosido a su grupa y estribo por los tercios antes de dejar una pirueta sobre la cara de Machista –segundo de Bohórquez–, al que entendió de principio a fin. Su par a dos manos con Bronce, al que había despojado de la cabeza, resultó ser el punto álgido de una faena que rubricó a toro parado con un rejón que terminó clavando en dos tiempos. Necesitó del uso del verduguillo, mandando a toda su cuadrilla a taparse. Fue ésta la primera de las dos orejas que en total le negó el presidente al cigarrero. Más colaborador fue el quinto aunque tampoco terminó de romper con entrega. Bordó Ventura con Oro Negro compases reunidos entre garapullos y aún más apretados fueron los quiebros con Quitasueño. Volvió, como antes, a sacar a Bronce para un extático final sin cabezada. Vino Guillermo Hermoso de Mendoza lleno de verdad y pureza. Muy de frente en todo lo que hacía, no erró en la colocación de las banderillas y trató de matar, como hizo, de largo y por derecho. Recibió al tercero de la tarde con un solo rejón, citando con mucha distancia y ajuste a lomos de Ecuador; aunque fue, como decimos, esa suerte suprema de poder a poder con Esencial lo que mereció el reconocimiento de todos. La verdad del toreo, llevada a caballo. A pesar del buen sitio del rejón, no cayó el toro y tuvo que hacer uso del descabello. Más emocionante fue si cabe su faena ante el sexto de la tarde, al que recibió desde el interior de la puerta de chiqueros. Con Berlín se gustó en banderillas y con Nairobi se adornó entre piruetas . Más que una cuadra, lo suyo era La Casa de Papel . Le cayó ahora más trasero el rejón, volviendo a descabellar, aunque ahora sí le concedió Gabriel Fernández Rey la oreja. .
Vino el presidente Gabriel Fernández Rey a poner un mínimo de cordura y rigor a la fiesta. No a la Fiesta Nacional, sino a la fiesta en la que se había convertido el tradicional festejo de rejones de la Maestranza cuyo público ocasional viene legítimamente a pedir unas orejas que justifique el elevado precio de sus entradas. Puede que hasta fuera más estricto de lo necesario, pero es mejor en estos casos quedarse corto que pasarse de generoso. Ya saben: ante el vicio de pedir, la virtud de no dar . Y con su inflexible actitud le negó la Puerta del Príncipe a Diego Ventura , que ciertamente sí mereció una primera oreja ante el segundo después de haberse inventado una vibrante y reunida labor frente a un manso de libro. Concedió finalmente una al rejoneador cigarrero en el quinto y otra a Guillermo Hermoso de Mendoza en el sexto. Fijó toda su atención el usía en la colocación de los diferentes instrumentos empleados; desde los rejones de castigos hasta las banderillas y las rosas finales. Fue emocionante, como decimos, la meritoria faena de Ventura al segundo, pero también cabe decir que hasta en dos ocasiones marró en la ejecución de sus garapullos. Y si empezamos a abrir la veda, terminamos como veníamos en los últimos años: con una Maestranza en formato romería . Todo lo contrario fue la primera de las dos actuaciones de Guillermo Hermoso de Mendoza, que clavaba sus rejones y banderillas sobre un mismo punto – «en una moneda», que dirían los antiguos – y se lanzaba a matar de poder a poder. Muy de frente siempre. Fue la corrida de Bohórquez demasiado terciada y pobre de cara, crecida en raza y movilidad a partir del tercero después del manso y flojo inicio de la tarde. Había descorrido el telón el portugués Rui Fernande s ante el desrazado y flojo primero con el que no pasó de corrección, más conectado con los tendidos en su labor ante el encastado y colaborador cuarto. Faltó reunión y acierto con los rejones de muerte. Más reunido, carismático y entregado estuvo Diego Ventura . Con el manso primero y con el manejable quinto. Fue con Nó mada cuando encendió los cubiertos tendidos de la Maestranza en una faena que prácticamente se desarrolló al hilo de las tablas. Haciendo del defecto (mansedumbre) virtud , lo llevó cosido a su grupa y estribo por los tercios antes de dejar una pirueta sobre la cara de Machista –segundo de Bohórquez–, al que entendió de principio a fin. Su par a dos manos con Bronce, al que había despojado de la cabeza, resultó ser el punto álgido de una faena que rubricó a toro parado con un rejón que terminó clavando en dos tiempos. Necesitó del uso del verduguillo, mandando a toda su cuadrilla a taparse. Fue ésta la primera de las dos orejas que en total le negó el presidente al cigarrero. Más colaborador fue el quinto aunque tampoco terminó de romper con entrega. Bordó Ventura con Oro Negro compases reunidos entre garapullos y aún más apretados fueron los quiebros con Quitasueño. Volvió, como antes, a sacar a Bronce para un extático final sin cabezada. Vino Guillermo Hermoso de Mendoza lleno de verdad y pureza. Muy de frente en todo lo que hacía, no erró en la colocación de las banderillas y trató de matar, como hizo, de largo y por derecho. Recibió al tercero de la tarde con un solo rejón, citando con mucha distancia y ajuste a lomos de Ecuador; aunque fue, como decimos, esa suerte suprema de poder a poder con Esencial lo que mereció el reconocimiento de todos. La verdad del toreo, llevada a caballo. A pesar del buen sitio del rejón, no cayó el toro y tuvo que hacer uso del descabello. Más emocionante fue si cabe su faena ante el sexto de la tarde, al que recibió desde el interior de la puerta de chiqueros. Con Berlín se gustó en banderillas y con Nairobi se adornó entre piruetas . Más que una cuadra, lo suyo era La Casa de Papel . Le cayó ahora más trasero el rejón, volviendo a descabellar, aunque ahora sí le concedió Gabriel Fernández Rey la oreja. .
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