El más versátil del boom

Mario Vargas Llosa llegó al fenómeno del boom, estuvo en el instante que debió́ estar, algo que no muchas veces —casi nunca— se da. A los 23 años ya tenía una obra madura alumbrada a fuerza de golpes de la máquina, en París, mientras se multiplicaba en oficios alimentarios para mantener en tierra el cielo... Leer más La entrada El más versátil del boom aparece primero en Zenda.

May 3, 2025 - 06:51
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El más versátil del boom

Ahora que las luces se han apagado, que el hombre no está allí́ para ser denostado, que no oficiará de comida chatarra para charlatanes de ocasión que quizá nunca lo hayan leído, tal vez cobremos dimensión de la figura en su ámbito. La estatura que pervivirá en la posteridad, que es, ni más ni menos, la que solo los grandes alcanzan.

Mario Vargas Llosa llegó al fenómeno del boom, estuvo en el instante que debió́ estar, algo que no muchas veces —casi nunca— se da. A los 23 años ya tenía una obra madura alumbrada a fuerza de golpes de la máquina, en París, mientras se multiplicaba en oficios alimentarios para mantener en tierra el cielo de su sueño, sostenido en él con obstinación febril. La Literatura es fuego, su discurso pronunciado en 1967 al recibir el premio Rómulo Gallegos, debería ser leído por cualquier aspirante serio a escritor. ¿Fue un elegido? Sí, por la agente Carmen Balcells, que echaría mano a unos cuantos talentos de esta región para montarlos en un escalafón en el que anidaría el sueño latinoamericano de la literatura. Una liga que contaría con unos pocos —Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, entre otros— elegidos para convertirse en cara del fenómeno —y negocio— editorial de Barcelona al planeta: el de las historias de aquí divulgadas por quienes mejor las contarían.

"Después llegarían otros que habrían oficiado de grandes obras, convertidos injustamente en hermanos menores, por la sola gracia de sus predecesores"

Aclaración pertinente: por fuera del boom, estaban Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, entre otros, como padres fundadores y referentes ineludibles de ese movimiento que estaba a punto de germinar. Pero ninguno de ellos sería tan leído y difundido en ese instante como los elegidos del boom.

Al humilde entender de este lector, Mario Vargas Llosa resultaría el más versátil. ¿Cuantos pueden tener un debut novelístico como La ciudad y los perros? Casi nadie. Ni siquiera su amado William Faulkner lograría ese prodigio: La paga de los soldados es un texto plagado de párrafos impropios de un autor como él. Sostendría el peruano ese nivel con La casa verde (1967), donde daría rienda suelta a su faulknerizacion, y más adelante La Guerra del Fin del Mundo, otra novela total. Pero llegaría al cénit con la enorme Conversación en La Catedral, donde se desplegaría entera la estructura del artefacto tal como el peruano lo concebía. “El libro que más dolores de cabeza me dio al escribir”, diría. Después llegarían otros que habrían oficiado de grandes obras, convertidos injustamente en hermanos menores, por la sola gracia de sus predecesores. Habría tiempo para otra novela descomunal: La Fiesta del Chivo (2000), tal vez el último texto alineado con esa calidad extraordinaria.

"Los más encarnizados detractores le criticarían sin piedad, sobre todo por sus declaraciones políticas en los últimos años, atribuyéndole el rol de un orgánico al servicio de los sectores ultra conservadores"

Pero además, Vargas Llosa fue un ensayista preciso, inspiradísimo y agudo analista, cuyo marco no se restringía al literario sino que abarcaría las diversas manifestaciones del arte, la geopolítica y los movimientos socioculturales, con sus convicciones como columnista, claro. El pez en el agua, esa maravilla concebida como memoria con el esquema del gran novelista, vino a explicar el porqué de su incursión fallida en la política y el cambio de dogma ideológico que le haría ganar tantos haters seriales en la hoguera cultural. Sí, pasarse de la izquierda al liberalismo sería una traición imperdonable para varios de sus compañeros de ruta. Incluso aunque fuera un hombre de convicciones firmes acerca del ejercicio de la libertad individual en contra de todo tipo de dictaduras: la de Manuel Oldría en Perú en 1948 y la que denunciaría en Cuba, a donde viajaría iniciáticamente con sus colegas. Primero deslumbrado como todos por la Revolución democratizadora en la región y luego horrorizado por la persecución castrista a disidentes. Diría aquello que otros callarían para siempre. “La más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura, estén a la cabeza de ella Pinochet o Fidel Castro”, escribiría en 2021.

Los más encarnizados detractores le criticarían sin piedad, sobre todo por sus declaraciones políticas en los últimos años, atribuyéndole el rol de un orgánico al servicio de los sectores ultra conservadores, alejado definitivamente de aquellos entrañables personajes populares de la Amazonía peruana, que tanto espacio ocuparon en su obra.

"Un cronista maravilloso después, un reseñador impecable que desmontaba el texto como un disciplinado arquitecto. Un Nobel, el premio que lo persiguió como un fantasma casi toda la vida"

Dos textos anteriores: García Márquez: Historia de un deicidio y Flaubert: La orgía perpetua, explicarían su tozudez y honestidad de ocuparse de lo que estaba convencido. Su interés de escribir como tesis doctoral sobre otro gran autor directo contemporáneo (al que admiraba y frecuentaba antes de la famosa pelea) y sobre otro que refería como concebía el oficio; el del escribidor, alejado de musas esporádicas y tentaciones mundanas para trabajar con la rigidez horaria del oficinista.

Por construcción literaria, por despliegue de sus complejos mundos que llevaban la horma de quienes leyó́ con devoción y lápiz en la mano, solo quedan hoy unos cuantos capaces de replicar el modelo; la novela Theodoros de Mircea Cărtărescu, posiblemente sea un ejemplo actual de esa literatura exuberante que tiene cada vez menos lectores. Sí, MVLL fue un lector inconmensurable primero, antes de acercarse a los dioses que lo deslumbraron. Un cronista maravilloso después, un reseñador impecable que desmontaba el texto como un disciplinado arquitecto. Un Nobel, el premio que lo persiguió como un fantasma casi toda la vida, tras la consagración de Cien años de soledad. Un hombre que tuvo la inmensa fortuna de no dilapidar sus dones. Ese era, don Mario. Junto con el Gabo, el mejor de los del boom.

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