El funeral que el Vaticano quiere olvidar: cuando el cadáver del papa Pío XII explotó en su ataúd
Cadáver putrefacto - El experimento de Galeazzi-Lisi con aceites y celofán no frenó la descomposición, sino que la aceleró hasta convertir el féretro en una amenaza hediondaEl origen de la Guardia Suiza: los mercenarios reconvertidos que llevan 500 años defendiendo al Papa y el Vaticano Nada más abrir el féretro, el hedor hizo retroceder a los guardias. En el centro de la basílica de San Pedro, el cuerpo del papa Pío XII se había hinchado, deformado y comenzaba a agrietarse como una sandía al sol. No fue necesario tocarlo para notar que algo dentro se estaba acumulando con violencia. Entonces, el pecho estalló. No fue una explosión en sentido técnico, pero sí lo bastante aparatosa como para generar pánico, cerrar la capilla ardiente y arruinar por completo el funeral. Esta fue la consecuencia directa de desobedecer su última voluntad: no ser embalsamado. La voluntad papal ignorada en nombre de una ciencia dudosa Aunque actualmente la atención está en el funeral del papa Francisco, fallecido este pasado Lunes de Pascua a los 88 años tras un ictus cerebral, han resurgido recuerdos de otros entierros papales menos sobrios. En vida, Jorge Mario Bergoglio dejó instrucciones precisas: sin embalsamamiento, ceremonia austera y tumba sencilla en la Basílica de Santa María la Mayor. Su voluntad será respetada. No se puede decir lo mismo de Eugenio Pacelli, más conocido como Pío XII. El caso de Pío XII forzó al Vaticano a endurecer sus protocolos y controlar con mayor rigor El 9 de octubre de 1958, el Papa murió en Castel Gandolfo, pero su cadáver no fue tratado con los métodos habituales. Su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, convenció al entorno papal de que había desarrollado una técnica alternativa basada en prácticas de cristianos primitivos y egipcios. La bautizó como ósmosis aromática. Según su planteamiento, no requería extracción de órganos ni refrigeración, solo una mezcla de aceites, hierbas y celofán. Pío XII había dejado instrucciones claras para que no se embalsamara su cuerpo, y el médico presentó su método como una alternativa que respetaba esa voluntad. En lugar de frenar la descomposición, el experimento la aceleró. A las pocas horas, el cuerpo ya presentaba un tono verdoso y un olor tan penetrante que provocó desmayos entre los guardias que custodiaban el féretro. Mientras el cadáver seguía expuesto cerca de San Pedro, las temperaturas de octubre en Italia y la falta de ventilación aumentaron la presión interna. El celofán sellado impidió que los gases salieran. Cuando finalmente el pecho reventó por dentro, los responsables del funeral se vieron obligados a improvisar una solución urgente. Una cámara escondida y una traición imperdonable Para evitar mostrar el rostro deteriorado del pontífice, los médicos optaron por cubrirlo con una máscara de cera. También elevaron el féretro para que los fieles no se acercaran demasiado. La ceremonia fue recortada, y los restos enterrados cuanto antes en las grutas vaticanas. Todo se gestionó con discreción, pero ya era demasiado tarde.

Cadáver putrefacto - El experimento de Galeazzi-Lisi con aceites y celofán no frenó la descomposición, sino que la aceleró hasta convertir el féretro en una amenaza hedionda
El origen de la Guardia Suiza: los mercenarios reconvertidos que llevan 500 años defendiendo al Papa y el Vaticano
Nada más abrir el féretro, el hedor hizo retroceder a los guardias. En el centro de la basílica de San Pedro, el cuerpo del papa Pío XII se había hinchado, deformado y comenzaba a agrietarse como una sandía al sol. No fue necesario tocarlo para notar que algo dentro se estaba acumulando con violencia. Entonces, el pecho estalló.
No fue una explosión en sentido técnico, pero sí lo bastante aparatosa como para generar pánico, cerrar la capilla ardiente y arruinar por completo el funeral. Esta fue la consecuencia directa de desobedecer su última voluntad: no ser embalsamado.
La voluntad papal ignorada en nombre de una ciencia dudosa
Aunque actualmente la atención está en el funeral del papa Francisco, fallecido este pasado Lunes de Pascua a los 88 años tras un ictus cerebral, han resurgido recuerdos de otros entierros papales menos sobrios.
En vida, Jorge Mario Bergoglio dejó instrucciones precisas: sin embalsamamiento, ceremonia austera y tumba sencilla en la Basílica de Santa María la Mayor. Su voluntad será respetada. No se puede decir lo mismo de Eugenio Pacelli, más conocido como Pío XII.
El 9 de octubre de 1958, el Papa murió en Castel Gandolfo, pero su cadáver no fue tratado con los métodos habituales. Su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, convenció al entorno papal de que había desarrollado una técnica alternativa basada en prácticas de cristianos primitivos y egipcios. La bautizó como ósmosis aromática.
Según su planteamiento, no requería extracción de órganos ni refrigeración, solo una mezcla de aceites, hierbas y celofán. Pío XII había dejado instrucciones claras para que no se embalsamara su cuerpo, y el médico presentó su método como una alternativa que respetaba esa voluntad.
En lugar de frenar la descomposición, el experimento la aceleró. A las pocas horas, el cuerpo ya presentaba un tono verdoso y un olor tan penetrante que provocó desmayos entre los guardias que custodiaban el féretro. Mientras el cadáver seguía expuesto cerca de San Pedro, las temperaturas de octubre en Italia y la falta de ventilación aumentaron la presión interna. El celofán sellado impidió que los gases salieran. Cuando finalmente el pecho reventó por dentro, los responsables del funeral se vieron obligados a improvisar una solución urgente.
Una cámara escondida y una traición imperdonable
Para evitar mostrar el rostro deteriorado del pontífice, los médicos optaron por cubrirlo con una máscara de cera. También elevaron el féretro para que los fieles no se acercaran demasiado. La ceremonia fue recortada, y los restos enterrados cuanto antes en las grutas vaticanas. Todo se gestionó con discreción, pero ya era demasiado tarde.
El escándalo no terminó en el funeral. Días después, se supo que Galeazzi-Lisi había ocultado una cámara fotográfica bajo su chaqueta durante la agonía del Papa y había captado imágenes del pontífice en su lecho de muerte. Varios medios le habrían ofrecido grandes cantidades de dinero por esas fotografías. Cuando la noticia se hizo pública, el Vaticano reaccionó de forma tajante. El médico fue expulsado de la Santa Sede y suspendido del Colegio Médico de Roma.
Este episodio fue más que una anécdota grotesca. Marcó un punto de inflexión en la forma en que el Vaticano gestiona las muertes papales. Desde entonces, el protocolo se volvió más estricto, y los profesionales implicados son sometidos a un control mucho más riguroso. Nadie en Roma quiere volver a revivir un funeral así.
El final grotesco de un pontificado controvertido
Pío XII, que había liderado la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial - con mucha polémica por lo que se entendió como falta de condena respecto al nazismo - y cuyo pontificado siempre estuvo rodeado de polémica, terminó envuelto en una de las historias más surrealistas del siglo XX.
Su cadáver estalló en pleno funeral por culpa de un procedimiento que jamás debió haberse aprobado. La dignidad que buscó preservar fue traicionada por quienes, con supuestas buenas intenciones, decidieron ignorar su última petición.
Actualmente, mientras las cámaras siguen de cerca el entierro de Francisco, aquel episodio sirve como ejemplo de lo que ocurre cuando la fe se topa con la negligencia médica. Nada que ver con la serenidad del Vaticano actual. Nadie olvida que, en 1958, el cuerpo de un Papa se descompuso tan deprisa que el funeral tuvo que adaptarse a la putrefacción.