El día que Joseph Pulitzer salvó la Estatua de la Libertad desde su periódico y con el bolsillo de sus lectores
Crowdfunding - La estructura interior la firmaba Eiffel, la figura era de Bartholdi, pero nadie quería pagar la baseLos secretos de la Estatua de la Libertad, símbolo eterno de Nueva York Costaba más que un rascacielos y no servía para vivir. Pesaba lo mismo que dos ballenas azules y estaba desmontada en centenares de piezas. Era extranjera, traída por mar, y durante meses no tuvo un sitio donde plantarse. Así llegó la Estatua de la Libertad a Estados Unidos: como una especie de mueble carísimo sin casa. Nadie parecía dispuesto a pagar el pedestal, ni siquiera Nueva York, la ciudad que más la deseaba. A punto estuvo de marcharse a otra parte, si no llega a ser por Joseph Pulitzer, un editor influyente que acabaría dando nombre a uno de los premios de periodismo más prestigiosos del mundo y que convirtió una página de prensa en herramienta de construcción. La Estatua llegó sin pedestal y nadie quería pagarle el suelo Todo ese andamiaje emocional que se había montado alrededor de la estatua —el supuesto símbolo de la unión entre Francia y Estados Unidos, la amistad forjada en la Revolución— se tambaleó cuando el dinero se convirtió en un importante problema. Francia ya había cumplido su parte: había financiado íntegramente la figura, diseñada por Bartholdi y con estructura interior de Eiffel. Lo difícil, por increíble que suene, era levantarle el suelo. Faltaban más de cien mil dólares y la estatua estaba abandonada en cajas, como si fuera material de oficina sin repartir. Numerosas ciudades intentaron llevársela si Nueva York no se decidía El Comité Americano encargado de recaudar fondos había logrado reunir algo más de la mitad del coste del pedestal, pero se encontró con la negativa rotunda tanto del Congreso como del estado de Nueva York. A esa altura, otras ciudades vieron una oportunidad. Desde Filadelfia se ofrecieron a acogerla en Fairmount Park, y en la costa oeste, San Francisco propuso colocarla frente al estrecho que años después daría nombre al Golden Gate. Otras ciudades de la costa este como Boston y Baltimore también presentaron sus propias candidaturas, como si la estatua fuese parar al mejor postor. El problema no era solo económico, también era de percepción. La mayoría de los estadounidenses que vivían fuera de Nueva York no veían la estatua como algo propio. Un vecino de Indiana llegó a decir que se trataba de “un asunto de Nueva York, no de interés nacional”. Otro se preguntaban por qué tenían que contribuir “los ciudadanos de Chicago y Connecticut a pagar lo que los de Nueva York no quieren pagar”, según recogían los periódicos de la época. Francia cumplió su parte, pero en Nueva York nadie movía un dedo Fue entonces cuando Joseph Pulitzer se metió de lleno en la causa. Desde su periódico, The New York World, lanzó una campaña sin precedentes. Empezó a organizar recaudaciones con peleas de boxeo, espectáculos de teatro y exposiciones de arte. También se vendieron réplicas pequeñas de la estatua. Pero su apuesta principal fue editorial. En uno de sus textos más célebres escribió: “¡Debemos recaudar el dinero! El World es el periódico del pueblo y ahora apela al pueblo para que dé un paso al frente y recaude el dinero”.

Crowdfunding - La estructura interior la firmaba Eiffel, la figura era de Bartholdi, pero nadie quería pagar la base
Los secretos de la Estatua de la Libertad, símbolo eterno de Nueva York
Costaba más que un rascacielos y no servía para vivir. Pesaba lo mismo que dos ballenas azules y estaba desmontada en centenares de piezas. Era extranjera, traída por mar, y durante meses no tuvo un sitio donde plantarse. Así llegó la Estatua de la Libertad a Estados Unidos: como una especie de mueble carísimo sin casa.
Nadie parecía dispuesto a pagar el pedestal, ni siquiera Nueva York, la ciudad que más la deseaba. A punto estuvo de marcharse a otra parte, si no llega a ser por Joseph Pulitzer, un editor influyente que acabaría dando nombre a uno de los premios de periodismo más prestigiosos del mundo y que convirtió una página de prensa en herramienta de construcción.
La Estatua llegó sin pedestal y nadie quería pagarle el suelo
Todo ese andamiaje emocional que se había montado alrededor de la estatua —el supuesto símbolo de la unión entre Francia y Estados Unidos, la amistad forjada en la Revolución— se tambaleó cuando el dinero se convirtió en un importante problema. Francia ya había cumplido su parte: había financiado íntegramente la figura, diseñada por Bartholdi y con estructura interior de Eiffel.
Lo difícil, por increíble que suene, era levantarle el suelo. Faltaban más de cien mil dólares y la estatua estaba abandonada en cajas, como si fuera material de oficina sin repartir.
El Comité Americano encargado de recaudar fondos había logrado reunir algo más de la mitad del coste del pedestal, pero se encontró con la negativa rotunda tanto del Congreso como del estado de Nueva York. A esa altura, otras ciudades vieron una oportunidad.
Desde Filadelfia se ofrecieron a acogerla en Fairmount Park, y en la costa oeste, San Francisco propuso colocarla frente al estrecho que años después daría nombre al Golden Gate. Otras ciudades de la costa este como Boston y Baltimore también presentaron sus propias candidaturas, como si la estatua fuese parar al mejor postor.
El problema no era solo económico, también era de percepción. La mayoría de los estadounidenses que vivían fuera de Nueva York no veían la estatua como algo propio. Un vecino de Indiana llegó a decir que se trataba de “un asunto de Nueva York, no de interés nacional”.
Otro se preguntaban por qué tenían que contribuir “los ciudadanos de Chicago y Connecticut a pagar lo que los de Nueva York no quieren pagar”, según recogían los periódicos de la época.
Francia cumplió su parte, pero en Nueva York nadie movía un dedo
Fue entonces cuando Joseph Pulitzer se metió de lleno en la causa. Desde su periódico, The New York World, lanzó una campaña sin precedentes. Empezó a organizar recaudaciones con peleas de boxeo, espectáculos de teatro y exposiciones de arte. También se vendieron réplicas pequeñas de la estatua. Pero su apuesta principal fue editorial. En uno de sus textos más célebres escribió: “¡Debemos recaudar el dinero! El World es el periódico del pueblo y ahora apela al pueblo para que dé un paso al frente y recaude el dinero”.
Pulitzer no solo pedía ayuda, también explicaba por qué debía venir de la gente común. Como él mismo escribió en ese mismo editorial, “los 250.000 dólares que costó la estatua fueron pagados por las masas del pueblo francés: por los obreros, los comerciantes, las dependientas, los artesanos; por todos, sin distinción de clase o condición. Respondamos de la misma forma. No esperemos a que los millonarios nos den ese dinero. No es un regalo de los millonarios de Francia a los millonarios de América, sino un regalo de todo el pueblo de Francia a todo el pueblo de América”.
Diez centavos por aquí, un dólar por allá… y la base acabó construida
La respuesta superó todas las previsiones. Un total de 125.000 personas enviaron pequeñas cantidades, hasta alcanzar los 102.000 dólares. Algunos donaron monedas sueltas, otros la paga entera. Pulitzer cumplió su palabra e imprimió el nombre de cada donante, desde los que dieron diez centavos hasta los que llegaron al dólar. Con ese dinero, el pedestal se construyó y la estatua se quedó en Nueva York.
El 28 de octubre de 1886 se celebró su inauguración con una ceremonia multitudinaria, aunque no exenta de polémicas: las mujeres no pudieron asistir a la isla y las sufragistas organizaron su propia protesta en barco. Ese día empezó también otra tradición: los desfiles con confeti. En Wall Street, los empleados lanzaron cintas de teletipo por las ventanas al paso de la comitiva.
Hoy, la estatua sigue en el mismo sitio donde no querían ponerle ni una base. Aquel pedestal se levantó sobre miles de pequeñas donaciones y sobre la convicción de que el papel impreso podía sostener algo más que noticias. Cada 10 de abril se recuerda el nacimiento de Joseph Pulitzer, que cambió la prensa y evitó que la Estatua de la Libertad acabara en otra ciudad.