Dos hombres con una preocupación común: buscar un camino para que el cambio incluya a los pobres

La mirada vivaz de Juan Llach nunca abandonaba a su interlocutor. Era uno de sus gestos distintivos, así como una capacidad inagotable para debatir sin perder de vista el equilibrio. Pocas veces lo escuché levantar (un poco) la voz, pero debo decir que siempre tenía el punto a favor.Antes de convertirse en ministro de Educación de Fernando de la Rúa, El Cronista tuvo el honor de que Juan aceptará ser presidente de su consejo editorial, un ámbito de debate hasta entonces inédito para la prensa argentina, en la que una docena de destacados académicos se reunía para discutir un tema y exponer visiones a veces coincidentes, a veces encontradas. Ernesto Kritz, Javier González Fraga, Miguel Kiguel, Félix Peña, Jorge Forteza, Manuel Mora y Araujo, Julio Nogués, Guillermo Rozenwurcel, Sergio Bereensztein y Nicolás Ducote, entre varios otros, animaron esos intercambios, guiados por el espíritu conciliador de Llach. Su tarea siempre lloraba el objetivo: reunir consenso.Papa FranciscoSu partida duplicó la tristeza de la Pascua, porque con pocas horas de diferencia se conoció la muerte del papa Francisco, el jesuita que como jefe de la Iglesia Católica, buscó imprimir un cambio en una institución que se había alejado de sus fieles. Su mensaje pacificador tuvo, desde el primer día, un sesgo que identificó su papado: revivir una Iglesia sin oropeles, cercana a los pobres y dedicada a devolverles dignidad como personas.Desde su sorpresiva elección en 2013, Francisco se cargó al hombro metas titánicas, como ser combatir la desigualdad y las guerras, y mostrar una posición firme contra los abusos cometidos por miembros del clero.El Papa tampoco fue neutral en el debate económico. Aunque muchas veces se lo caratuló como un detractor del capitalismo, siempre procuró darle entidad a lo que desde sus años jóvenes de cura porteño se denominó doctrina social de la Iglesia.Conmoción Murió el Papa Francisco: el Vaticano hace público el testamento y la última voluntad del fallecido Antes de ser Francisco, compartió visiones con Llach, quien como sociólogo y economista egresado de la UCA, mostró un perfil muy cercano al de Jorge Bergoglio, ya que se definía como un socialcristiano. De hecho, en el 2002 participó en el Diálogo Argentino como asesor de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), institución en la que el entonces cardenal participaba activamente desde su rol de Arzobispo de Buenos Aires.Imagino diálogos frecuentes entre ambos, llenos de argentinidad pero con preocupaciones comunes y un deseo permanente de que el cambio alguna vez empiece por los de abajo. El Papa logró transformar esa meta en un legado. Los católicos tienen la responsabilidad de cuidarlo y expandirlo.

Abr 22, 2025 - 02:30
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Dos hombres con una preocupación común: buscar un camino para que el cambio incluya a los pobres

La mirada vivaz de Juan Llach nunca abandonaba a su interlocutor. Era uno de sus gestos distintivos, así como una capacidad inagotable para debatir sin perder de vista el equilibrio. Pocas veces lo escuché levantar (un poco) la voz, pero debo decir que siempre tenía el punto a favor.

Antes de convertirse en ministro de Educación de Fernando de la Rúa, El Cronista tuvo el honor de que Juan aceptará ser presidente de su consejo editorial, un ámbito de debate hasta entonces inédito para la prensa argentina, en la que una docena de destacados académicos se reunía para discutir un tema y exponer visiones a veces coincidentes, a veces encontradas. Ernesto Kritz, Javier González Fraga, Miguel Kiguel, Félix Peña, Jorge Forteza, Manuel Mora y Araujo, Julio Nogués, Guillermo Rozenwurcel, Sergio Bereensztein y Nicolás Ducote, entre varios otros, animaron esos intercambios, guiados por el espíritu conciliador de Llach. Su tarea siempre lloraba el objetivo: reunir consenso.

Papa Francisco

Su partida duplicó la tristeza de la Pascua, porque con pocas horas de diferencia se conoció la muerte del papa Francisco, el jesuita que como jefe de la Iglesia Católica, buscó imprimir un cambio en una institución que se había alejado de sus fieles. Su mensaje pacificador tuvo, desde el primer día, un sesgo que identificó su papado: revivir una Iglesia sin oropeles, cercana a los pobres y dedicada a devolverles dignidad como personas.

Desde su sorpresiva elección en 2013, Francisco se cargó al hombro metas titánicas, como ser combatir la desigualdad y las guerras, y mostrar una posición firme contra los abusos cometidos por miembros del clero.

El Papa tampoco fue neutral en el debate económico. Aunque muchas veces se lo caratuló como un detractor del capitalismo, siempre procuró darle entidad a lo que desde sus años jóvenes de cura porteño se denominó doctrina social de la Iglesia.

Antes de ser Francisco, compartió visiones con Llach, quien como sociólogo y economista egresado de la UCA, mostró un perfil muy cercano al de Jorge Bergoglio, ya que se definía como un socialcristiano. De hecho, en el 2002 participó en el Diálogo Argentino como asesor de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), institución en la que el entonces cardenal participaba activamente desde su rol de Arzobispo de Buenos Aires.

Imagino diálogos frecuentes entre ambos, llenos de argentinidad pero con preocupaciones comunes y un deseo permanente de que el cambio alguna vez empiece por los de abajo. El Papa logró transformar esa meta en un legado. Los católicos tienen la responsabilidad de cuidarlo y expandirlo.