Dólar atrasado o no: cuando el río suena
Dos razones, una externa y una local, encienden alertas respecto del atraso del tipo de cambio, por lo que no se debería soslayar el tema; el desafío de fondo es impulsar una reforma tributaria que mejore la competitividad

El amor es el sentimiento más puro del ser humano. Surca muchos ámbitos de la vida, como la pareja, los amigos, la familia o el arte. Con excepción de uno: la economía. Guste o no, aquí, el egoísmo, la búsqueda del beneficio y la oportunidad guían todas las decisiones. Lo que se percibe como rentable y seguro en un momento puede dejar de serlo al otro, y flujos que marchan en un sentido pueden ir hacia el otro, casi al instante. El amor no ordena los impulsos económicos privados.
Entender esta suerte de axioma es clave en cualquier gobierno. La regla de supervivencia, siempre, dice que jamás hay que enamorarse de los resultados (usualmente, transitorios) y que es vital saber elegir en cada momento los instrumentos y las secuencias de política adecuados para adaptarse a los cambios del entorno internacional y también de los efectos no deseados de medidas exitosas de corto plazo.
En concreto, es lo que está sucediendo con la desinflación y su “daño colateral”, el eventual retraso del tipo de cambio y su impacto sobre la cuenta corriente cambiaria. Veamos. El Gobierno generó, mediante un drástico ajuste fiscal y monetario, una reducción significativa de la tasa de inflación. Pero este éxito está basado, además, en un hasta ahora creíble tipo de cambio cuasi fijo, instrumento habitualmente utilizado en toda primera etapa de una estabilización consistente. Reducir la inflación exige anclar variables, es sabido. Y hacerlo con el tipo de cambio, en tanto se va produciendo la deseada desinflación, abarata el dólar (o fortalece el peso, según la mirada). En una economía bimonetaria, que utiliza al peso no mucho más que para sus transacciones corrientes, la sociedad siente el encanto de la mejora del ingreso en dólares.
Nada nuevo. Y aunque es verdad que definir el tipo de cambio real “correcto” de largo plazo es casi un imposible teórico, que el debate sobre el retraso cambiario puede tornarse bizantino (“el disco rayado de los economistas”, brama el Presidente) y que las comparaciones históricas suelen distorsionar –el argumento oficial de que jamás hubo superávit fiscal, por caso–, vale la pena tener presentes algunas referencias.
Una revelación en perspectiva es que la economía argentina convive con un dólar oficial que, en promedio, oscila entre los $880 y los $1200 (a moneda constante) desde 2008, diecisiete años atrás, cuando se inició la primera presidencia de Cristina Kirchner. Los $1060 actuales, un 20% inferiores al de la megadevaluación en la asunción de Javier Milei y similares al promedio de la gestión Macri, se ubicarían entonces en la media de ese rango. En tanto, el dólar de la convertibilidad de los años noventa hoy rondaría los $780 y, curiosamente (o no tanto) también el de los años 2011-15, el del último cristinismo, en $880.
Para decirlo claramente: el encanto del dólar “barato”, de ser el caso, sería patrimonio de todos los espacios ideológico-políticos en los últimos veinte años. Las brechas con los dólares libres y financieros, por supuesto, variaron a lo largo de los gobiernos, pero la constante siempre ha sido la misma: no dejar correr al dólar oficial.
Una mirada micro refleja que en los precios de los alimentos de consumo masivo y de la vestimenta es donde se perciben frecuentemente los mayores atrasos. En Analytica seguimos una canasta básica homogénea de consumo de alimentos, y para diversos productos y en diferentes países, en rigor, el retraso no luce tal. Los precios en dólares MEP, el de referencia de las familias, no resultan más elevados en varios casos. Sin considerar la mayor carga tributaria argentina que impacta sobre el precio al consumidor, no es concluyente entonces, desde esta perspectiva, que el dólar esté barato. Depende del producto y del país elegido.
En cambio, las diferencias sí aparecen como muy significativas en los precios de prendas de vestir “homogéneas”. Los precios en dólares de una casa de ropa internacional en la Argentina resultan entre 3 y 4 veces superiores a los de su similar española, por caso. Lo mismo sucede con la telefonía celular: en España cuesta la mitad.
Observemos ahora los costos salariales en dólares, medidos al tipo de cambio oficial en los sectores transables y al CCL en los no transables. En el agro y la industria no parecen haber crecido, en promedio, respecto de 2023 pero sí lo hicieron, y sensiblemente, en los servicios, como el comercio, la construcción o el turismo.
Esta relativa ausencia de conclusión favorable respecto del retraso del tipo de cambio no debería, sin embargo, soslayar la cuestión o tildar de chantas a los que lo señalan. Dos razones, una externa, otra local, encienden alertas. La primera es el probable cambio en el escenario internacional. Donald Trump puede significar un mundo más autárquico, menos multilateral en materia de comercio e inversiones que lo deseable para las exportaciones argentinas. La aplicación de aranceles como una de sus primeras decisiones no es la mejor noticia. Si la política comercial norteamericana provoca más inflación y suba de tasas de interés, probablemente haya una nueva ronda de devaluaciones competitivas en los países que compiten con la Argentina, como Brasil. Adecuarse al nuevo entorno será entonces regla de supervivencia.
La segunda razón de alerta es doméstica. La cuenta corriente cambiaria, que refleja los ingresos y los pagos por comercio exterior de bienes y servicios y los intereses pagados y cobrados en moneda extranjera, básicamente, acumuló un déficit (creciente) de US$7000 millones en la segunda mitad de 2024. La economía empieza a recuperarse, y el déficit cambiario crece. Son alrededor de dos puntos del PBI, la mitad de lo usualmente entendido como déficit de riesgo, pero con la particularidad de que el Banco Central (BCRA) no dispone de reservas suficientes (e interviene diariamente para contener la brecha), la generación de dólares genuinos vía exportaciones no alcanza para equilibrar la cuenta y sigue existiendo el cepo para las transacciones en divisas.
El nuevo acuerdo con el FMI será el evento macroeconómico más relevante del año y deberá servir de paraguas (y de financiamiento adicional) para comenzar a ordenar estas cuestiones. La salida simplista de la devaluación no figura en el menú de opciones del Gobierno, porque se llega a un acuerdo en condiciones de calma relativa, no en medio de una crisis de balanza de pagos, como sucedía habitualmente. Sin embargo, parte del arreglo cambiario hacia la unificación podría suponer alguna corrección de la relación entre el peso y el dólar. El desafío de fondo para encarar por un gobierno caracterizado por la audacia, sin embargo, es impulsar una amplia reforma tributaria en los tres niveles de gobierno que reduzca los costos de producción y desde ahí mejore la competitividad. Impuestos punitivos como las retenciones o el impuesto al cheque a nivel nacional, o ingresos brutos a nivel provincial, deben ser inteligentemente reducidos o eliminados en algún caso.
El Presidente siempre reza la máxima futbolera de que equipo que gana no se toca. Entender el juego es también saber qué herramientas ese equipo intocable debe utilizar ante cada coyuntura, para que algo parecido al amor se mantenga en las decisiones económicas privadas.
El autor es economista. Presidente de la consultora Analytica