Después de los 50: en un viaje detectó una necesidad insatisfecha y dejó un puesto ejecutivo seguro para emprender con su mujer en otro país
Unas vacaciones, un bache de servicio, el escozor emprendedor clásico argentino y el atrevimiento de dejarlo todo para recomenzar, pasado el medio siglo, lejos de casa y reinventando sin experiencia un negocio

“Nunca es fácil dejar un puesto ejecutivo para independizarte, porque lo que perdés es la tarjeta, el cargo, es eso que es la empresa ya afianzada con años, con una estructura, representa cierta seguridad que te calma la ansiedad cuando hay que mantener a la familia”, arranca Fernando Maffi. La edad para él no fue una barrera significativa. Tal vez con algo de inconsciencia, a partir de la cabeza puesta más en las ilusiones del futuro que en las certezas del presente. Sin embargo, fueron muchas apuestas: no sólo se trató de revolear todo superado el medio siglo, sino que apostó a un trabajo que no sabía, se convirtió en emprendedor por primera vez, lo hizo emigrando y en pareja. Demasiadas variables ponían en riesgo que la cosa funcionara.
Priorizar el tiempo
Fernando nació en Belgrano. De pequeño le gustaban mucho las manualidades y arreglar cosas. Pero también el deporte y la naturaleza. Tuvo claro desde pequeño que quería ser ingeniero y en la UBA estudió ingeniería industrial. Comenzó una carrera corporativa más bien tradicional, con grandes aspiraciones y muchas posibilidades. Así siguió por tres décadas, cuando la idea de siempre tener un jefe sobre su cabeza fue limando su voluntad. “Con la edad a mi me pasa todo lo contrario -sugiere-. A los 30 quería escalar en la empresa, tenía la energía para trabajar en grandes corporaciones. No veía el horizonte de emprender. Después, con la madurez, priorizás el tiempo, no tener siempre que reportar a alguien, tenés el apoyo de la familia, conseguiste más seguridad y confianza para apostar a que algo vaya a funcionar. Siento que estaba en mejor posición ahora para apostar a un cambio, que cuando era más joven”.
Una barrera, la de la edad, no fue realmente tal. Pero había otras. Emigrar parecía ser una de ellas. Su padre con los hermanos de Fernando del segundo matrimonio de su papá vivían en España desde 1984, “así que yo iba todos los años -explica-. Era mi segunda casa. Pero, sin embargo, no pensaba en emigrar. Estaba bien en Argentina, con buen trabajo y no tenía papeles para vivir legalmente en Europa”. Más tarde, con Eugenia, su mujer, sacaron la ciudadanía italiana y esa puerta abierta le disparó la necesidad de estar más cerca de su padre, que ya era mayor, y que sus hijas pudieran disfrutar de su abuelo. “Nos motivaba la idea de vivir una experiencia en Europa, conocer otras culturas”, afirma. Viajaron en septiembre de 2013, con sus dos hijas, Mía de 5 años y Sol de 2. Luego en el 2018, llegó el varón, Pau, en Barcelona. Aún con las ganas y parte de la familia en el sitio de origen, para Fernando fue duro. “El principal reto fue desarmar una vida de 50 años y armarla de nuevo -relata-, desde lo más simple como una cuenta de banco, hasta lo más complejo, como lo emocional”. Llegó a España con trabajo en una agencia de publicidad, y se instaló con los suyos en Sant Cugat, es un pueblo de montaña a 20 minutos de Barcelona”.
Olfato para la oportunidad
En 2015 decidieron en familia, incluida la abuela, que estaba de visita, hacer un viaje en plenas vacaciones de verano. La idea era emprenderlo en motorhome porque querían recorrer muchos sitios y les parecía lo más práctico. “La experiencia fue maravillosa -asegura-. La libertad de parar en cualquier lugar y visitar Francia, Italia, Suiza, Alemania y Austria, tener todo cerca y sin ir de hotel en hotel”.
Pero en mayo de ese año cuando Eugenia empezó a buscar motorhome para alquilar, llamó a 40 empresas y a particulares. Pero no había nada disponible para el mes de agosto siguiente, cuando ellos planeaban vacacionar. “Terminamos alquilando en Marsella, a unos 500 km de donde vivíamos, una distancia que tuvimos que hacer en coche con todo cargado, para recoger el motorhome, dar toda la vuelta pensada para el viaje y devolverlo en Marsella”, relata. La experiencia no sólo les dejó recuerdos, sino ideas en la cabeza. Ahí había una oportunidad. Analizaron el negocio, hicieron investigaciones de mercado y se dieron cuenta de que en general estaba muy poco profesionalizado, que los servicios eran muy básicos y poco claros, con muchos extras que terminaban aumentando el alquiler.
Ahí llegó la tercera barrera: emprender. “Hicimos un bussines plan -explica- y nos ayudaron mucho en una entidad pública, Barcelona Activa, donde en forma totalmente gratuita, te asesoran en cada rubro. Para nosotros, que nos encontrábamos tanto con temas puntuales como legales o impositivos que son distintos a lo que estábamos acostumbrados, nos sirvió mucho. También al finalizar, ellos mismos lo analizan y, si es viable, lo certifican. Lo que permite ir a un banco a pedir financiación con una certificación de un organismo público”. La cuarta barrera que enfrentaron fue el desconocimiento. “Fue todo un desafío y tuvimos que aprender mucho -dice-, pero también nos permitió ser flexibles para no repetir un modelo. Desde el principio planteamos una estrategia de diferenciación con los competidores”. Sumaron variables que acercaron la prestación a la de una habitación de hotel. Entonces llegó la hora de abandonar la relación de dependencia y dedicarle 24/7 al negocio familiar: porque decidieron que fuera un proyecto de todos. “No fue fácil -reconoce-, pero la apuesta fue encarar algo propio y avanzar ´a por todas´”.
De lo básico a un gran crecimiento
Una app en Google Play y en Apple Store, una sucursal en Alicante que maneja otro argentino, un bot de inteligencia artificial que acompaña a los clientes… El crecimiento fue enorme. Se vienen sucursales en Madrid, Málaga y Bilbao. La proyección llega atada a la libertad. “Uno trabaja casi 24 horas por día, pero maneja sus tiempos -explica-. En una empresa es mucho más difícil. Hoy puedo ir a buscar a mis hijos al colegio, aunque después tenga que trabajar sábado y domingo todo el día. Por otro lado, si bien yo tenía cierta libertad en las empresas en las que trabajé porque tenía un cargo, no dejaba de tener siempre alguien arriba o un consultor externo que te marcaba el paso. Acá yo quiero modificar cualquier cosa, lo consulto con mi mujer, nos ponemos acuerdo, y vamos para adelante”.
Fernando vive con los suyos en un pueblo de 20.000 habitantes: Sant Quirze, a 10 minutos del parking donde montaron la empresa y a unos 20 minutos de Barcelona. Eugenia se encarga de la relación con los clientes, asesorándolos, antes y durante el viaje, con reservas personalizadas con el objetivo de que la experiencia sea inolvidable. Fernando del resto. No duda ni un instante en pensar que la decisión tomada para comenzar la mitad del resto de su vida fue certera. “Volver a empezar atemoriza a todos -sentencia-. Es muy difícil dejar la zona de confort. Pero se puede lograr”.