Comerse el pastel entero

Haríamos bien en comprender, como Trump, que sin industria no hay país, y que el poder político no significa mucho cuando se paga con salarios bajos.

Abr 17, 2025 - 08:45
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Comerse el pastel entero

Cuentan que Kissinger, durante su etapa como consejero de Seguridad Nacional, pidió a su equipo que ideara soluciones al problema del déficit en el que habían caído a finales de los años sesenta. Sabía que, históricamente, cuando un imperio dejaba de generar excedentes de forma sostenida, el declive no tardaba en llegar. La mayoría de las respuestas fueron ortodoxas: reducir el gasto público, subir las tasas de interés y restringir las importaciones. Pero una sugería lo impensable: “si nuestro déficit es alto, incrementémoslo más todavía… y que el capital extranjero pague la cuenta”.

Desde entonces, el desequilibrio económico de los Estados Unidos se convirtió en la piedra angular de su poder. La demanda agregada que genera su colosal gasto público —y su estilo de vida— absorbe las exportaciones del mundo, desde Canadá y México, hasta Europa y China. A cambio, esos países reciben dólares que reinvierten en bonos del gobierno estadounidense. Es un vicio funcional para Washington porque le permite vivir por encima de sus propios medios sin agotar sus reservas. Es este el “privilegio exorbitante” que el expresidente francés Valéry Giscard denunció en su momento.

Pero ese modelo ha llegado a un punto de saturación. Los países que exportan a los Estados Unidos no convierten los dólares que reciben a sus propias monedas —lo que las apreciaría—, los acumulan como reservas internacionales. Así abaratan sus exportaciones y encarecen las de los Estados Unidos. Eso es lo que acusa Trump cuando afirma que el resto del mundo gana a costa de los trabajadores estadounidenses. Para él, el dólar fuerte y hegemónico ha embotado a la industria nacional.

Trump no quiere renunciar al privilegio de endeudarse y pagar en su propia moneda, pero sí busca pagar menos y reindustrializar su país. ¿Cómo? Mediante un rediseño del tablero internacional: por un lado, ofrecimientos (o amenazas) militares y “acuerdos unilaterales”; por otro, una ofensiva arancelaria diseñada para presionar a los bancos centrales a reducir sus tasas. Banxico ya actúa en esa dirección: apenas el 28 de marzo anunció un recorte de 50 puntos base a la tasa de referencia para quedar en 9 por ciento, y la presión para realizar mayores recortes continúa. Una estrategia osada y riesgosa, con una lógica que no conviene subestimar. Haríamos bien en comprender, como Trump, que sin industria no hay país, y que el poder político no significa mucho cuando se paga con salarios bajos.

México aparece en este tablero con una doble exposición: como socios comerciales clave, pero también como parte del desequilibrio que se busca corregir. Funcione o no el plan de Trump, tendremos que definir entre aspirar a ser un taller o un socio estratégico, empezando por serlo de nosotros mismos, activando nuestra propia demanda agregada.

Giscard decía también, en referencia a Mitterrand, que este no tenía “el monopolio del corazón”. Hoy podríamos pensar lo mismo de los Estados Unidos: son dueños del sistema internacional de pagos, pero no del alma del mundo. Japón, por ejemplo, se ha negado, aun a costa de intereses particulares, a vender sus bonos del tesoro y a reducir sus tasas de interés; mientras la seducción de pertenecer a los BRICS sigue aumentando para países como Arabia Saudí. Si México quiere un lugar digno en este nuevo juego, deberá pensar con cabeza fría, sin entregar su corazón.