Carlos Peña: Entre Dólares y Dragones
Estamos transitando una era de transformación económica sin precedentes. Estados Unidos, consciente de la fragilidad de su hegemonía, ha desatado una nueva guerra comercial basada en tres frentes estratégicos. En primer lugar, se persigue mantener al dólar como la moneda dominante en las transacciones internacionales, pese a los intentos globales de desdolarización. En segundo término, se orquesta una recesión técnica para mitigar el avalancha de deuda respaldada por bonos de altos intereses, cuyo servicio resulta cada vez más oneroso. Por último, la estrategia busca repatriar las cadenas de producción, incentivando el retorno de industrias manufactureras y preservando el empleo, lo que refleja una maniobra tan política como económica.Mientras en Occidente se intensifican estas tácticas, en Oriente emerge una contrapartida contundente. Un tratado comercial de dimensiones históricas, liderado por China, Japón, Corea del Sur y otras economías asiáticas, se consolida para impulsar un libre mercado menos dependiente de la presión estadounidense, reconfigurando así las reglas del juego global.En este escenario de tensiones, la volatilidad se impone en el mercado cambiario. Durante 2025, el tipo de cambio del peso frente al dólar ha sido un termómetro clave de la incertidumbre. Datos duros evidencian que, al iniciarse el año, el peso se cotizaba cerca de 18 pesos por dólar; sin embargo, a medida que las políticas monetarias restrictivas y las presiones internacionales se hicieron sentir, se ha registrado un retroceso sostenido, culminando en valores que rondan los 20 pesos por dólar a lo largo del periodo. Este comportamiento refleja tanto las inquietudes internas, como la inflación persistente, como los impactos de una economía global en pugna por la supremacía.Ante tal panorama, la respuesta no puede ser meramente reactiva. La diversificación en activos tangibles —como bienes raíces, tierras y producción agrícola—, acompañada por la tradicional protección de los metales preciosos, en particular oro y plata, se erige como una estrategia de salvaguarda. Estos refugios reales han demostrado su capacidad para conservar valor en tiempos de crisis, siendo un bálsamo frente a la erosión de la confianza en los sistemas monetarios.La convergencia de estos factores —el choque entre políticas autoritarias y alianzas emergentes, el comportamiento del tipo de cambio del peso y la búsqueda de activos refugio— exige un análisis crítico y profundo. Solo anticipando y comprendiendo estos movimientos se podrán identificar las oportunidades de preservación y crecimiento en un escenario incierto, donde la solidez se halla en lo tangible y en la prudencia estratégica.

Estamos transitando una era de transformación económica sin precedentes. Estados Unidos, consciente de la fragilidad de su hegemonía, ha desatado una nueva guerra comercial basada en tres frentes estratégicos.
En primer lugar, se persigue mantener al dólar como la moneda dominante en las transacciones internacionales, pese a los intentos globales de desdolarización. En segundo término, se orquesta una recesión técnica para mitigar el avalancha de deuda respaldada por bonos de altos intereses, cuyo servicio resulta cada vez más oneroso. Por último, la estrategia busca repatriar las cadenas de producción, incentivando el retorno de industrias manufactureras y preservando el empleo, lo que refleja una maniobra tan política como económica.
Mientras en Occidente se intensifican estas tácticas, en Oriente emerge una contrapartida contundente. Un tratado comercial de dimensiones históricas, liderado por China, Japón, Corea del Sur y otras economías asiáticas, se consolida para impulsar un libre mercado menos dependiente de la presión estadounidense, reconfigurando así las reglas del juego global.
En este escenario de tensiones, la volatilidad se impone en el mercado cambiario. Durante 2025, el tipo de cambio del peso frente al dólar ha sido un termómetro clave de la incertidumbre. Datos duros evidencian que, al iniciarse el año, el peso se cotizaba cerca de 18 pesos por dólar; sin embargo, a medida que las políticas monetarias restrictivas y las presiones internacionales se hicieron sentir, se ha registrado un retroceso sostenido, culminando en valores que rondan los 20 pesos por dólar a lo largo del periodo. Este comportamiento refleja tanto las inquietudes internas, como la inflación persistente, como los impactos de una economía global en pugna por la supremacía.
Ante tal panorama, la respuesta no puede ser meramente reactiva. La diversificación en activos tangibles —como bienes raíces, tierras y producción agrícola—, acompañada por la tradicional protección de los metales preciosos, en particular oro y plata, se erige como una estrategia de salvaguarda. Estos refugios reales han demostrado su capacidad para conservar valor en tiempos de crisis, siendo un bálsamo frente a la erosión de la confianza en los sistemas monetarios.
La convergencia de estos factores —el choque entre políticas autoritarias y alianzas emergentes, el comportamiento del tipo de cambio del peso y la búsqueda de activos refugio— exige un análisis crítico y profundo. Solo anticipando y comprendiendo estos movimientos se podrán identificar las oportunidades de preservación y crecimiento en un escenario incierto, donde la solidez se halla en lo tangible y en la prudencia estratégica.