Nada más entrar ayer en Atocha, el ajetreo constante de viajeros que van y vienen, que en realidad es su tranquilidad más preciada, parecería el habitual de cualquier martes por la mañana de no ser por unas mantas de la Cruz Roja apiladas en el suelo o la estampa de dos jóvenes con el sueño de Morfeo abrazadas a sus maletas. Pero aquello en realidad solo era el espejismo de la planta baja. Al subir a la primera, el caos post-apagón lo inundaba todo: miles de pasajeros, por no decir decenas de miles, esperaban maletas en mano a la entrada del control de equipaje. Un total de 48.638 personas se vieron afectadas el día del gran fundido a negro sin...
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