Alto el fuego en Ucrania: ¿qué implicaciones tiene para Europa?

Ya han pasado varias semanas desde la discusión entre el presidente de Ucrania, Vlodímir Zelenski, y Donald Trump del 28 de febrero en el Despacho Oval y Zelenski ha aceptando el alto el fuego que le demanda Estados Unidos, allanando el camino a una negociación que permita alcanzar un acuerdo de paz con Rusia. Quizás considerándose reivindicado por la retórica de Trump, y con ventaja en el campo de batalla, Vladimir Putin se ha mostrado reticente a aceptar la propuesta norteamericana para un cese total de las hostilidades. Por el momento, solo ha accedido a detener los ataques contra la […] La entrada Alto el fuego en Ucrania: ¿qué implicaciones tiene para Europa? se publicó primero en Ethic.

Mar 21, 2025 - 12:59
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Alto el fuego en Ucrania: ¿qué implicaciones tiene para Europa?

Ya han pasado varias semanas desde la discusión entre el presidente de Ucrania, Vlodímir Zelenski, y Donald Trump del 28 de febrero en el Despacho Oval y Zelenski ha aceptando el alto el fuego que le demanda Estados Unidos, allanando el camino a una negociación que permita alcanzar un acuerdo de paz con Rusia.

Quizás considerándose reivindicado por la retórica de Trump, y con ventaja en el campo de batalla, Vladimir Putin se ha mostrado reticente a aceptar la propuesta norteamericana para un cese total de las hostilidades. Por el momento, solo ha accedido a detener los ataques contra la infraestructura energética ucraniana.

El presidente ruso habrá pensando, probablemente, en la posibilidad de un eventual colapso del frente ucraniano. O al menos, en afianzar su ventaja para, finalmente, negociar desde una posición de fuerza que le permita imponer unas condiciones favorables que pasarían como mínimo por conservar el territorio ocupado, mantener a su enemigo fuera de las instituciones occidentales y evitar el despliegue de fuerzas de países de la OTAN en el territorio ucraniano.

Una paz que no satisfaga plenamente sus necesidades de seguridad será, para Rusia, una mala paz

No obstante, incluso si una negociación le diera todo esto, la cuestión geopolítica de fondo que llevó a Putin a la guerra estaría lejos de haber quedado resuelta. Rusia necesita el control de Ucrania como clave de bóveda del glacis territorial que considera esencial para su seguridad en occidente y, por mucho que ahora aparezca como la vencedora, dista de haber alcanzado lo que pretendía cuando decidió invadir. Una paz que no satisfaga plenamente sus necesidades de seguridad será, para Rusia, una mala paz, y dejará la cuestión abierta. El corolario es que es prudente prepararse para evitar un nuevo episodio de violencia.

Europa, ausente de las negociaciones

Europa, exceptuando las breves visitas a la Casa Blanca de un limitado número de sus líderes, ha sido postergada en los esfuerzos negociadores y no ha sido escuchada en un asunto que, aunque solo sea por razones geográficas, le atañe directísimamente. Este desprecio evidencia lo poco que cuenta el Viejo Continente para su socio norteamericano, y confronta a los Estados europeos con cuestiones existenciales que no puede seguir soslayando.

En honor a la verdad, Rusia no abriga intenciones imperialistas –aunque nunca puede saberse cómo actuaría si encontrara franco el camino hasta el Atlántico–, pero sí aspira a restaurar el escudo de seguridad que perdió al final de la Guerra Fría. La posibilidad de que, en el futuro, insista en ese empeño si se dan las condiciones geoestratégicas adecuadas no es descartable, y quita el sueño a los responsables políticos de los Estados del este de Europa, en particular a los de las repúblicas bálticas.

Por sí sola, Europa no puede garantizar a Ucrania el apoyo que recibía de Occidente cuando Estados Unidos estaba involucrado en el esfuerzo. Desde un punto de vista pragmático, no tiene muchas opciones. Probablemente, aceptará el esfuerzo norteamericano por poner fin a la guerra, tratando de hacerse oír en el proceso y llegando, en el caso de que Rusia llegara a aceptarlo, a desplegar sobre el terreno unidades militares para velar por el mantenimiento de la paz.

Hacia una auténtica autonomía estratégica

Mientras, el continente no debería cejar en el esfuerzo que ha iniciado para dotarse de una capacidad de autodefensa digna de tal nombre y que necesita no solo como instrumento disuasorio, sino también como única forma de mantener el interés de Estados Unidos en una OTAN que sigue siendo vital para los europeos.

Europa precisa un poder militar suficiente, creíble y proyectable si aspira a seguir siendo relevante

Suponiendo que no cabe marcha atrás en el proyecto de integración política, Europa precisa un poder militar suficiente, creíble y proyectable si aspira a seguir siendo relevante y escuchada en una arena internacional cada vez más carnívora.

Ese esfuerzo por lograr una auténtica autonomía estratégica debe hacerse cultivando y reforzando el vínculo transatlántico. Ni a Estados Unidos ni a Europa les interesa dañar, no digamos ya romper, sus relaciones. Si eso sucediera, el paraguas nuclear norteamericano desaparecería, abriendo camino a un futuro lleno de preocupantes incógnitas en el que los Estados europeos podrían comenzar a buscar por su cuenta una solución a sus problemas de seguridad, lo que, a su vez, podría derivar en el final de la Unión Europea, estimular la proliferación nuclear en el continente, degenerar en una relación de rivalidad con Norteamérica, o en una combinación de estas y otras posibilidades.

Si sigue admitiendo el sacrosanto valor de la soberanía de los Estados y el de su derecho a decidir sin interferencias sobre el camino que quieren seguir; es decir, si no se rinde a la idea de que Rusia tiene derecho a una esfera de seguridad propia, Europa debe prepararse para un futuro en el que tendrá que atender al «problema» ruso sin contar con el apoyo incondicional que hasta ahora había recibido de Estados Unidos. Haría bien en mantener el escudo que despliega al este desde 2014 a efectos disuasorios y como muestra de resolución y compromiso colectivo con la seguridad continental.

Europa debe estar a la altura de este momento histórico y aprovechar la oportunidad para crecer como actor global. Pero, eso sí, navegando cuidadosamente entre los icebergs de la descomposición del proyecto europeo, la alienación de Estados Unidos de la seguridad continental y una ruptura definitiva con Rusia que impida la recomposición de un marco de entendimiento con Moscú que, si no ahora, será fundamental en el futuro.


Salvador Sánchez Tapia es profesor de Análisis de Conflictos y Seguridad Internacional en Universidad de Navarra. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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