20 años son nada

El peligro de involución es real e inmediato. La internacional del odio hace tiempo puso el foco sobre el control del cuerpo de las mujeres, a sabiendas de que somos peligrosas porque somos muchas, la inmensa mayoría de la población mundial Reza el tango que 20 años son nada y ciertamente es poco tiempo para transformar el patriarcado como cultura e identidad social global sedimentada a través de los siglos, en una cultura de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Marga Sánchez Romero en su libro 'Prehistorias de mujeres' explica muy bien cómo y cuándo se produjo el cambio de paradigma hace miles de años. En las sociedades prehistóricas no había una clara diferencia de roles, pese a lo que nos han contado. Hombres y mujeres cazaban y recolectaban, y todas las actividades tendentes al mantenimiento de la comunidad gozaban de igual valor, pues todas ellas eran precisas y necesarias para perpetuar la especie. Con el tiempo, esta equiparación axiológica se transforma en dominación cuando se mercantilizan determinadas actividades por las que se obtienen rendimientos económicos, generalmente actividades monopolizadas por hombres, frente a las tareas vinculadas a los cuidados relegadas a las mujeres. Esa división del trabajo deriva en dominación, en invisibilidad de los logros de las mujeres, anulando sus capacidades en la esfera pública y por ende en violencia: misoginia, machismo, patriarcado como sustento ideológico de una forma de organización social desigual, inequitativa e injusta. 20 años desde la aprobación de la ley integral contra la violencia de género 1/2004, o 300 años desde que Olympe de Gouges pagara con su vida la osadía de escribir la Declaración de derechos de las mujeres, no son nada en una historia de miles de años de desigualdad, discriminación y sometimiento; pero significan mucho a la vez, y conviene agitar el orgullo de un movimiento feminista y de una sociedad española que, representada por un Gobierno progresista, inició el camino para superar los obstáculos que impiden la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. La ley integral contra la violencia de género sacó del ámbito del anonimato y de la esfera privada y familiar el maltrato, la violencia machista, los asesinatos de mujeres y la injusta violación de sus derechos humanos. Hizo visible una terrible realidad. La hizo aflorar a la agenda pública y le dio visibilidad y nombre: violencia de género. Las palabras describen realidades y articulan nuestra conciencia personal y colectiva. No es baladí el título de la ley, como tampoco lo es el intento de la extrema derecha de devolver al ámbito de la caverna la desigualdad radical sobre la que se construyen todas las demás formas de discriminación en nuestra sociedad, con términos como violencia doméstica o violencia intrafamiliar, muy del gusto de la internacional reaccionaria. Junto a lo expuesto, la ley de la que celebramos aniversario, hizo mucho más: estableció garantías de los derechos de las mujeres y puso las bases de consolidación de una red institucional que ha servido para acercar los servicios públicos a las mujeres que reivindican su libertad: juzgados y fiscalías especializadas en violencia contra la mujer, unidades de violencia, el sistema de valoración del riesgo VioGén, observatorios, la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, un ministerio específico, así como consejerías y concejalías de igualdad y servicios públicos especializados como el 016 o Atenpro. La ley ha procurado además recursos económicos importantes, millones de euros dedicados a transformar una violencia estructural en convivencia democrática y respeto a los derechos y a la libertad de todas las personas. Pero un cambio de paradigma tan profundo requiere de una conciencia ciudadana que abrace la transformación y la reconozca como necesaria y positiva. Dicha conciencia se ha ido desperezando a golpe de casos concretos: Ana Orantes, Nevenka Fernández, la joven víctima de la manada, o Gisèle Pelicot. Todas ellas han generado mareas de solidaridad y fraternidad feminista. La dignidad y entereza de estas mujeres han despertado una conciencia ciudadana que reivindica la igualdad real y efectiva, que descarta la violencia sobre las mujeres como forma de ejercer dominación y que exige cambios esenciales de nuestro modelo de convivencia. Si bien, frente a cada paso adelante, el peligro de involución acecha y es global. La ultraderecha pretende devolver la sociedad del siglo XXI al siglo XIX, como si fuera cuestión de mover el palito, sin entender que el lugar que ocupa en el presente significa siglos de lucha para que hombres y mujeres desarrollemos dignamente nuestro proyecto de vida sin sumisión ni dominación, sin violencia ni coacciones, desde la igualdad de oportunidades y el respeto. El peligro de involución es real e inmediato. La

Feb 9, 2025 - 07:46
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20 años son nada

20 años son nada

El peligro de involución es real e inmediato. La internacional del odio hace tiempo puso el foco sobre el control del cuerpo de las mujeres, a sabiendas de que somos peligrosas porque somos muchas, la inmensa mayoría de la población mundial

Reza el tango que 20 años son nada y ciertamente es poco tiempo para transformar el patriarcado como cultura e identidad social global sedimentada a través de los siglos, en una cultura de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres.

Marga Sánchez Romero en su libro 'Prehistorias de mujeres' explica muy bien cómo y cuándo se produjo el cambio de paradigma hace miles de años. En las sociedades prehistóricas no había una clara diferencia de roles, pese a lo que nos han contado. Hombres y mujeres cazaban y recolectaban, y todas las actividades tendentes al mantenimiento de la comunidad gozaban de igual valor, pues todas ellas eran precisas y necesarias para perpetuar la especie.

Con el tiempo, esta equiparación axiológica se transforma en dominación cuando se mercantilizan determinadas actividades por las que se obtienen rendimientos económicos, generalmente actividades monopolizadas por hombres, frente a las tareas vinculadas a los cuidados relegadas a las mujeres. Esa división del trabajo deriva en dominación, en invisibilidad de los logros de las mujeres, anulando sus capacidades en la esfera pública y por ende en violencia: misoginia, machismo, patriarcado como sustento ideológico de una forma de organización social desigual, inequitativa e injusta.

20 años desde la aprobación de la ley integral contra la violencia de género 1/2004, o 300 años desde que Olympe de Gouges pagara con su vida la osadía de escribir la Declaración de derechos de las mujeres, no son nada en una historia de miles de años de desigualdad, discriminación y sometimiento; pero significan mucho a la vez, y conviene agitar el orgullo de un movimiento feminista y de una sociedad española que, representada por un Gobierno progresista, inició el camino para superar los obstáculos que impiden la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres.

La ley integral contra la violencia de género sacó del ámbito del anonimato y de la esfera privada y familiar el maltrato, la violencia machista, los asesinatos de mujeres y la injusta violación de sus derechos humanos. Hizo visible una terrible realidad. La hizo aflorar a la agenda pública y le dio visibilidad y nombre: violencia de género.

Las palabras describen realidades y articulan nuestra conciencia personal y colectiva. No es baladí el título de la ley, como tampoco lo es el intento de la extrema derecha de devolver al ámbito de la caverna la desigualdad radical sobre la que se construyen todas las demás formas de discriminación en nuestra sociedad, con términos como violencia doméstica o violencia intrafamiliar, muy del gusto de la internacional reaccionaria.

Junto a lo expuesto, la ley de la que celebramos aniversario, hizo mucho más: estableció garantías de los derechos de las mujeres y puso las bases de consolidación de una red institucional que ha servido para acercar los servicios públicos a las mujeres que reivindican su libertad: juzgados y fiscalías especializadas en violencia contra la mujer, unidades de violencia, el sistema de valoración del riesgo VioGén, observatorios, la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, un ministerio específico, así como consejerías y concejalías de igualdad y servicios públicos especializados como el 016 o Atenpro.

La ley ha procurado además recursos económicos importantes, millones de euros dedicados a transformar una violencia estructural en convivencia democrática y respeto a los derechos y a la libertad de todas las personas.

Pero un cambio de paradigma tan profundo requiere de una conciencia ciudadana que abrace la transformación y la reconozca como necesaria y positiva. Dicha conciencia se ha ido desperezando a golpe de casos concretos: Ana Orantes, Nevenka Fernández, la joven víctima de la manada, o Gisèle Pelicot. Todas ellas han generado mareas de solidaridad y fraternidad feminista. La dignidad y entereza de estas mujeres han despertado una conciencia ciudadana que reivindica la igualdad real y efectiva, que descarta la violencia sobre las mujeres como forma de ejercer dominación y que exige cambios esenciales de nuestro modelo de convivencia.

Si bien, frente a cada paso adelante, el peligro de involución acecha y es global.

La ultraderecha pretende devolver la sociedad del siglo XXI al siglo XIX, como si fuera cuestión de mover el palito, sin entender que el lugar que ocupa en el presente significa siglos de lucha para que hombres y mujeres desarrollemos dignamente nuestro proyecto de vida sin sumisión ni dominación, sin violencia ni coacciones, desde la igualdad de oportunidades y el respeto.

El peligro de involución es real e inmediato. La internacional del odio hace tiempo puso el foco sobre el control del cuerpo de las mujeres, a sabiendas de que somos peligrosas porque somos muchas, la inmensa mayoría de la población mundial. Devolvernos al hogar es el primer paso para someternos con violencia, como siempre antes… Por eso no es tiempo de resistir ni de mantenernos agazapadas. Es tiempo de salir a defender con todas nuestras capacidades la libertad conquistada y de seguir avanzando sin miedo. Ya lo dijo Gloria Steinem, las mujeres son agentes de cambio, no damas en espera, y “la esperanza es una emoción muy rebelde”.

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