Un nuevo mensaje
Conservamos la mala costumbre de observar mucho a las mujeres y escucharlas poco: la mirada de arriba a abajo que sopesa, archiva y juzga todo (la edad, el...

Conservamos la mala costumbre de observar mucho a las mujeres y escucharlas poco: la mirada de arriba abajo que sopesa, archiva y juzga todo (la edad, el peso, el acierto en la indumentaria, su precio, la manera en la que envejece o frena ese envejecimiento, la gracia, la amabilidad, el acompañante) se encuentra tan absorta en su labor que olvida la razón por la que esa mujer ocupa un espacio público.
La voz de actrices como Meg Ryan en los Óscar o de Millie Bobby Brown en los SAG Awards no se ha oído en el entorno de la ceremonia a la que acudían como invitadas; por cierto que en ambas se optó, en general, por un discurso subjetivo y personal que no atrajera demasiado la atención en tiempos revueltos. Zumbaban, en cambio, las críticas a ambas, una acusada de intentar que su aspecto pareciera más juvenil, la otra de aparentar mayor edad. Brown lo ha denunciado con amargura: "Crecí frente al mundo y, por alguna razón, parece que la gente no puede aceptar ese cambio".
Esta semana la reina Letizia pronunciaba uno de los discursos sobre las enfermedades raras más coherentes y emocionantes que hemos escuchado nunca por parte de las instituciones. Y bien sabemos que los enfermos y sus familias, esas madres cuidadoras, agotadas, empobrecidas, necesitan toda la atención que puedan conseguir, toda la inversión que esa atención atraiga, la visibilidad, el apoyo, todo lo que justificaba el acto en el que oímos ese discurso.
Pero, ah, la reina estrenaba un traje pantalón. ¿No es eso emocionante? Si se apresuran aún pueden comprar uno idéntico. No me malinterpreten: la moda manda un potente mensaje, y si alguien lo controla y sabe usarlo es precisamente doña Letizia. Pero hay nuevos mensajes superpuestos al cuerpo, a la belleza o la presencia, más urgentes, más importantes. Y esos, que convienen menos, que perturban más, siguen sin escucharse.