Un horario franquista

Poco se habla de nuestro horario franquista. Nuestros relojes deberían marcar la misma hora que en el Reino Unido, pero señalan la de Alemania por un capricho...

Mar 16, 2025 - 08:46
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Un horario franquista

Poco se habla de nuestro horario franquista. Nuestros relojes deberían marcar la misma hora que en el Reino Unido, pero señalan la de Alemania por un capricho del caudillo, que en 1940 decidió sincronizar España con la Roma de Mussolini y el Berlín de Hitler. Por lógica, podríamos decir que nuestro horario no solo es franquista, sino también un poco nazi.

Los españoles no cenamos tan tarde como creen los europeos; en realidad, lo hacemos a las ocho, como tarde a las nueve, pero el reloj marca las diez por una decisión del dictador que ni los más antifranquistas se atreven a corregir. Y en verano, peor: no comemos a las tres, sino a la una, según el sol. El antifranquismo inspira los discursos de nuestros dirigentes, como arma arrojadiza legítima o para esquivar temas incómodos como la vivienda —según se mire—, pero el horario de Franco sigue marcando el ritmo del país. A finales de mes, cuando toque adelantar el reloj al horario de verano, el Gobierno tendrá una oportunidad de oro: dejar las manecillas quietas y ajustar nuestra hora a la que nos corresponde por geografía, la del huso de Greenwich.

Un sociólogo amigo me dice que, aunque así fuera, la gente no cambiaría sus costumbres. "Los españoles jamás cenaremos a las ocho", asegura. "Por mucho que anochezca antes, siempre comeremos más tarde que nuestros socios europeos". Puede ser, pero ¿tanto? Y, sobre todo, ¿por qué tenemos que ser una excepción en el continente? ¿Por qué vivir conforme al horario de Berlín y no al de Londres? ¿Por qué este horario franquista? Recalco lo de franquista porque el adjetivo tiene la virtud de conjurar acción y rechazo. En nuestro país, un horario franquista siempre será más fácil de cambiar por franquista que por meramente perjudicial. Aprovechemos eso, pues.

Además, la baja productividad española podría estar relacionada con esta anomalía. El presentismo en las oficinas —esa práctica execrable de quedarse más tiempo del necesario solo para aparentar trabajo— vive de las cenas tardías. Quienes ya tenemos cierta edad sabemos que el presentismo es el refugio de los mediocres para hacer méritos. No pueden destacar en talento, pero sí en presencia y falsa actividad. Si estás en la oficina, estás entregado a la empresa, este es el mensaje, falso, que captan los jefes despistados. Chess.com, Candy Crush y otros juegos online son grandes aliados involuntarios del presentismo, amén de las redes sociales.

Es cierto que los más productivos también pueden alargar su jornada, pero ahí radica el problema: los peores se aprovechan de ello para camuflar su táctica. Y si ya es inviable trabajar ocho horas sin descanso, hacerlo durante diez lo es todavía más. Todos necesitan pausas, visibles o no, detectables o no. En España, algunas consultoras de prestigio han llegado a presumir de tener a sus empleados más jóvenes doce o catorce horas en la oficina. ¿Haciendo qué? Nada, salvo demostrar una lealtad absurda a la causa. Las estadísticas europeas lo dejan claro: los españoles lideramos tanto la presencia en los centros de trabajo como la falta de productividad. Algo se está haciendo mal, muy mal.

La productividad no depende del tiempo que se pasa en el puesto de trabajo, sino de cómo se emplea ese tiempo. Este desfase horario, herencia del franquismo, no solo es absurdo, sino que contribuye a perpetuar una cultura laboral basada más en la apariencia que en la eficacia. Quizá sea el momento de ajustar nuestro reloj a la realidad y corregir caprichos históricos que, además, tienen una carga simbólica poco edificante. Quizá sea el momento de preguntarnos: ¿por qué tenemos que vivir conforme a un huso horario que no es el nuestro? ¿Por qué mantener un ritmo de vida tan franquista? ¿Por qué este horario tan nazi?