Todo lo que nos está enseñando Rigoberta Bandini de televisión
Así se crea una buena puesta en escena con una actuación musical.

Su Kaiman en el Benidorm Fest. Su El amor en Los Goya. Cuando aparece Rigoberta Bandini en televisión se queda en nuestra memoria. Porque no sólo canta, también cuenta.
En una sociedad de la hipérbole, en la que algunos han interiorizado que la atención se conquista a través de la exageración, Rigoberta Bandini nos devuelve a la teatralidad de la que echa raíces cualquier buena historia. Porque las buenas historias crecen entendiendo el suspense, motor de la televisión clásica.
Pero suspense no significa que tenga que aparecer Jessica Fletcher o Iker Jiménez. Suspense es conquistar la curiosidad a poquitos, así surge la complicidad más fiel. La que no necesita llenar el escenario de cosas, la que va dejando en nuestros ojos un mapa del tesoro repleto de pistas que van cogiendo sentido hasta llevarnos a un lugar de celebración, de emoción y de reflexión. Celebración, emoción y reflexión, tres palabras que son poderosas juntas.
Así cuando Rigoberta versiona El amor de Massiel, la elegancia de la oscuridad llega por fin a una gala de Los Goya que abusó de luz plana, digna de supermercado. Se crea un ambiente íntimo de pasión que no de prohibición. Al fondo, la silueta de Rigoberta se atisba frente a un contraluz rojo. Empieza la canción. "El amor es un rayo de luz indirecta". La atmósfera empieza a cobrar sentido. El círculo rojo comienza a crecer detrás de la cantante. Pero no se hace más grande el foco de luz que alumbra su rostro, que calculadamente solo muestra su cara.
La realización focaliza el protagonismo en Paula Ribó, Rigoberta. Y su expresividad, que suele atesorar la ironía inteligente que crea vínculos de fidelidad para siempre. Mientras, el rojo va creciendo. Mientras, muestra a sus compañeros, al teclado, a la segunda voz. Y, de repente, se abre la compuerta y aparece un cuerpo de baile. Caminan hacia ella. Se acerca el punto álgido. La cámara rompe el eje y mira al escenario por detrás. Los bailarines se convierten en parejas de chicas y parejas de chicos besándose. El amor que no estaba invitado a estas fiestas de prime time prende el auditorio.
Se vuelve a abrir el plano y vemos a Rigoberta sobre un pedestal. Se descubre su vestido brillante al completo. La luz ha crecido. Como la sociedad crece cuando abraza la diversidad que es intrínseca a la vida.
Siete días antes, entre una sobredosis de clichés eurovisivos, Rigoberta Bandini presentó su Kaiman en el Benidorm Fest. De nuevo, un punto álgido. Con una realización visual diseñada para bailar en crescendo con una canción que representa a la mejor fiesta: la que entretiene, pero también nos enfrenta a cómo somos y nuestra necesidad de validación.
De nuevo, el show se inicia con el rostro de Rigoberta encendiéndose en un sutil primer plano. La mordacidad aparece cuando enseña literalmente sus colmillos de acero. La complicidad con el espectador está sembrada. La buena complicidad, la que brota del detalle. Cada gesto corporal de Rigoberta impulsa la letra con la travesura hecha belleza. La travesura que otros descartarían de una propuesta escénica, a Rigoberta la hace todopoderosa. No sacraliza nada, relativiza mucho.
Y se abre el zoom. Y el ritmo de la canción se viene arriba. La realización empieza a mostrar a la banda de Rigoberta. Sorpresa. Mujeres mayores de setenta años está a los instrumentos y a la mesa de mezclas. Mujeres que no son mero relleno. No se queda ahí y como excelente puesta en escena va más allá: hay que escenificar una postal icónica que sea punto de inflexión de la actuación y que visibilice la fuerza de la unión de amigas, de esas amigas que no fallan, que te escuchan, que te dicen que eres alguien, que no eres un fake. Que sigues viva. Y pletórica.
Tras un maravilloso viaje de la cámara steady cam por el escenario mostrando a las compañeras de viaje de Kaiman, una vez más se acude con maestría el suspense. Rigoberta está cantando sola y el plano se va haciendo más grande. Se van incorporando cada una de esas mujeres. Todas juntas con la manos en el hombro de su compañera. Una escalera hacia la visibilidad de lo que otros borran.
Y la pantalla gigante que preside el auditorio se ha teñido de amarillo. Lo que hace más enérgica la estampa de las mujeres unidas. Están a punto de ponerse a bailar, a quererse, a sentirse. "Dime si me amas. Y si lo hago bien. Dime si te gusto. O no me puedes ver".
Entonces, irrumpen en el escenario más y más mujeres. La sincronía de interpretación, música, iluminación, fondos gráficos y realización, a cargo de Mercé Llorenç, ha convertido una canción en una experiencia. Se ha hecho como se narra cualquier buena historia: a tope de detalles que van sumando información hasta acabar en un apoteosis. Todo el escenario lleno de ellas bailando en una ciudad de Benidorm que para muchas ha sido un símbolo de liberación cuando creías que la vida se estaba acabando. Y no. La vida no se acaba hasta que se acaba.
Y se finiquita la canción. De golpe. Pero la imagen vuelve al primer plano de Rigoberta, que no ha dejado de tener claro en ningún momento a quién, cómo y a qué canta. Porque la emoción en televisión sobre todo se proyecta en primer plano. Que no se nos olvide.