Terror en San Cristóbal: maniataron y golpearon a una pareja de jubilados para robarles miles de dólares, pesos y joyas
Los ladrones arrebataron 17.000 dólares, 800.000 pesos, un teléfono celular, dos camisetas, anillos, dos relojes, una tarjeta de débito, dos tarjetas de crédito y una cadena

La mañana del domingo en el corazón de San Cristóbal fue escenario de un violento asalto: cinco delincuentes irrumpieron en el departamento de una pareja de jubilados, los maniataron, los golpearon y escaparon con una caja fuerte llena de dólares y pesos, además de otros objetos de valor. Se presume que fue un golpe quirúrgico, planeado al detalle, que dejó a las víctimas aterradas y a los investigadores sin pistas claras.
Eran las 10 cuando la rutina de limpieza de la casa de Elsa, de 79 años, y su esposo, de 86, dio paso al pánico. “La puerta estaba entreabierta y de la nada se metieron cinco jóvenes armados a robar. Estaban bien vestidos. Somos jubilados y lo que teníamos es ahorro de mucho tiempo. Yo cuido la plata y los gastos”, dijo Elsa a LA NACION.
El salvajismo de los ladrones no tuvo límites: los redujeron, los ataron de pies y manos a la cama y comenzaron a golpearlos sin piedad. Durante 15 minutos de terror, la banda saqueó cada rincón del departamento. “Yo luché, forcejeaba para que no fueran al dormitorio. Me paré frente al placard porque tenía la plata ahí”, confesó la jubilada. Pero su resistencia le valió el ensañamiento de los delincuentes. “Me taparon la boca con la mano, no podía respirar. Me pegaron muchas veces en la cabeza porque intentaba defenderme y me desataba los pies. Me dijeron ‘a vos te vamos a pegar porque sos pilla, estás mirando mucho y no parás de hablar’. Estoy toda golpeada. A mi marido le pegaron una sola vez con un objeto contundente y lo amenazaron con un revólver, después le ataron los pies y las manos con un piolín”, detalló la mujer, que recibió un punto de sutura en la frente, producto de la golpiza que recibió.
Todavía no se sabe si el robo fue al azar o no. Sin embargo, el objetivo estaba claro: en un armario, con las llaves aún colocadas, se encontraba la caja fuerte que contenía 17.000 dólares, 800.000 pesos y un celular. Pero el botín no terminó allí. “A mi marido le llevaron dos camisetas nuevas, anillos, dos relojes, la tarjeta de débito, dos tarjetas de crédito, una cadena y muchísimas otras cosas”, agregó la víctima.
Los ladrones escaparon por la puerta principal del edificio, sin dejar rastros. Lo más desconcertante es que, a pesar de la violencia del ataque, no hubo testigos ni registros fílmicos. No hay cámaras en la cuadra de Combate de los Pozos al 700 ni cámaras privadas de los vecinos que permitan identificar a los delincuentes ni tampoco trazar el recorrido realizado tras el robo.
Tampoco se encontraron signos de violencia en la puerta del edificio ni en la cerradura, lo que sugiere que los asaltantes podrían haber ingresado con complicidad externa, con una llave o contando con información previa sobre los movimientos de la pareja. “No sabemos cómo entraron. Encima yo vivo en uno de los pisos más altos”, manifestó Elsa, aturdida por lo ocurrido.
El calvario de la pareja terminó cuando Elsa consiguió ayuda. “Cuando se fueron los ladrones yo le toqué el timbre al vecino de enfrente para que me desatara los piolines con los que me habían atado los pies y las manos, y llamó a la policía”, explicó.
En cuestión de segundos, el personal de la Comisaría Vecinal 3B de la Policía de la Ciudad llegó al lugar y encontró a las víctimas en completo estado de shock. El SAME los asistió y los trasladó al Hospital Penna, donde fueron diagnosticados con traumatismos de cráneo producto de la brutal golpiza.
“Me tuvieron que dar un punto en la frente del semejante golpe que me dieron”, lamentó la mujer. Aunque no sufrieron pérdida de consciencia ni corren riesgo de vida, el miedo y la impotencia los acompañarán mucho más allá de la recuperación física.
La causa quedó en manos del fiscal Leonel Gómez Barbella, quien ordenó la intervención de la División Robos y Hurtos para dar con los responsables del asalto, que hasta ahora no han podido identificar a los delincuentes, ni reconstruir su derrotero anterior y posterior.
“Les pido a las autoridades más seguridad. La presencia policial no es suficiente y tienen que instalar cámaras. Siempre pedimos y nunca pusieron. También pedimos que pongan rejas, pero nunca las colocaron. Algunos se tiran a dormir en la puerta del edificio para ver los movimientos de los vecinos”, advirtió Elsa, mientras la indignación y el temor crece entre los habitantes del barrio.
Los vecinos consultados coincidieron en que si bien la zona es “relativamente tranquila”, en comparación con otros sectores de la ciudad, la inseguridad es una sombra implícita que no deja de acechar. “Inseguridad hay, como en todo Buenos Aires”, reconocieron varios vecinos que conversaron con LA NACION.
Advirtieron que los robos de celulares son moneda corriente, especialmente cuando los pasajeros bajan en las paradas de colectivos.
Hace seis meses, la mayor preocupación en la zona eran los robos de autos con inhibidores de alarma. Aunque ahora estos hechos disminuyeron, la sensación de vulnerabilidad persiste. “Necesitamos presencia policial y que los patrulleros recorran más seguido el barrio”, admitió otro vecino.
El temor cambió la dinámica del barrio. Los comerciantes, cansados de ser blanco de la delincuencia, se vieron obligados a reforzar sus medidas de seguridad. La mayoría de los negocios atiende a sus clientes detrás de rejas. “Desde la pandemia que la mayoría atiende detrás de rejas. No nos queda otra, si no nos protegemos nosotros nadie lo hace”, lamentó otro comerciante.
Aunque algunos intentan seguir con su vida con normalidad, la desconfianza está instalada y el miedo a ser la próxima víctima es constante.