‘Sinners’, la nueva película de vampiros que redefine la palabra ‘pecado’

En Sinners, Ryan Coogler transforma el horror en una herramienta de crítica social, espiritualidad negra y deseo reprimido. Ambientada en el sur de Estados Unidos durante la Gran Depresión, la película mezcla el mito de los vampiros con rituales oscuros, música maldita y una historia de resistencia en la que el “pecado” no es lo que parece.

‘Pecadores’ (‘Sinners), la nueva película de vampiros, pecado y sangre de justicia

El protagonista central de este relato es Sammy, interpretado por Miles Caton, un joven músico cuya pasión por el blues no solo es auténtica (Caton realmente toca en la película), sino que desata los eventos sobrenaturales de la historia.

En el universo de Sinners, ciertos personajes tienen la capacidad de invocar espíritus y entidades demoníacas a través de la música y los rituales. Sin saberlo, Sammy se convierte en el canal que atrae a los vampiros a su pueblo. Lo que en un principio parece una maldición es, al mismo tiempo, una forma de liberación, aunque no exenta de consecuencias.

Porque estos vampiros no son los de siempre. Viven en aparente armonía, parecen libres, incluso seductores. No muerden a la fuerza: invitan, tientan con una existencia sin miedo, sin reglas. Poco a poco, van transformando el pueblo con una especie de calma peligrosa, casi espiritual.

Y aunque muchos sobrevivientes consideran unirse a ellos, la película no deja de mostrar las fisuras de ese mundo alternativo. La tensión entre la libertad prometida y el precio a pagar convierte esta historia en una cacería de vampiros, sí, pero también en una reflexión sobre el deseo, la comunidad y el miedo a lo desconocido.

En medio de todo esto están Smoke y Stack, dos hermanos gemelos interpretados por Michael B. Jordan en una actuación doble simplemente brillante. Lo que logra con estos personajes es notable: crea dos identidades tan distintas, tan vivas, que cuesta creer que no estamos viendo a dos actores diferentes.

Uno de ellos es pragmático, cansado del mundo; el otro está marcado por el fuego del deseo y la rebeldía. Y aunque no están en el centro del conflicto como Sammy, su vínculo con él y sus propias contradicciones los hacen piezas clave en esta historia de cuerpos marcados por el pecado y la redención.

 

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En esa línea de conexión entre mundos, hay dos mujeres que funcionan como puentes. Annie, interpretada por Wunmi Mosaku, es quien une lo supersticioso con lo real. Su presencia impone: es la guardiana de un conocimiento ancestral que da pistas, pero nunca respuestas completas.

Mary, en cambio, es el personaje de Hailee Steinfeld, una joven blanca decidida, segura de sí misma, que al convertirse en vampira sufre un giro radical. Se vuelve más libre, más peligrosa, menos obediente. Su transformación es también una liberación: el vampirismo no la corrompe, la desinhibe, y eso la convierte en una figura inquietante, impredecible.

Como en sus trabajos anteriores, Coogler dirige con claridad política y emocional. En Sinners, no hay buenos ni malos tan evidentes: hay sistemas, deseos, poderes que se entrecruzan. El horror está en las elecciones que los personajes deben tomar cuando el mundo que conocían ya no existe… y el nuevo, aunque tentador, también los pone en peligro.

Porque a veces, el pecado no es tocar blues. Es sobrevivir como podés en un mundo que te quiere en silencio.

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