Senel Paz: Hernán Lara, adiós desde Cuba

Gran pesar ha causado el fallecimiento del escritor Hernán Lara Zavala entre sus amigos cubanos. Lo queríamos mucho acá. Me tocó el honor de darle entrada a nuestro predio. Allá por 1982 formó parte del jurado de un concurso de la revista Plural en el que otorgaron mención a un cuento mío. Como suele ocurrirnos cuando hacemos de jueces, un texto que no fue el ganador se nos queda en la memoria, y Hernán terminó escribiéndome una nota de mero saludo, a la que siguió un intercambio irregular, hasta que la vida lo trajo a La Habana para encontrarse con una de sus hermanas, no recuerdo si Magali o Ana, que por alguna razón estaba acá. Para conocernos por todo lo alto los invité a un restaurante llamado Centro Vasco, al que aún quedaba algo de su antigua gloria, pensaba yo. El almuerzo estuvo bien, la conversación mejor, y como dejó dicho Lichi Diego, la amistad surgió a primera vista, sin esfuerzo. En lo que comíamos y platicábamos, el camarero escuchó el cantadito mexicano de mis invitados, de modo que al final, muy sonriente, trajo la cuenta en dólares con la inapelable decisión de no cobrarla en ninguna otra moneda por mucho que yo protestara y me tirara de los pelos. Hernán recordaría para siempre mi bochorno, que al final sirvió para sellar la amistad con broche de oro.

Mar 21, 2025 - 15:36
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Senel Paz: Hernán Lara, adiós desde Cuba
Gran pesar ha causado el fallecimiento del escritor Hernán Lara Zavala entre sus amigos cubanos. Lo queríamos mucho acá. Me tocó el honor de darle entrada a nuestro predio. Allá por 1982 formó parte del jurado de un concurso de la revista Plural en el que otorgaron mención a un cuento mío. Como suele ocurrirnos cuando hacemos de jueces, un texto que no fue el ganador se nos queda en la memoria, y Hernán terminó escribiéndome una nota de mero saludo, a la que siguió un intercambio irregular, hasta que la vida lo trajo a La Habana para encontrarse con una de sus hermanas, no recuerdo si Magali o Ana, que por alguna razón estaba acá. Para conocernos por todo lo alto los invité a un restaurante llamado Centro Vasco, al que aún quedaba algo de su antigua gloria, pensaba yo. El almuerzo estuvo bien, la conversación mejor, y como dejó dicho Lichi Diego, la amistad surgió a primera vista, sin esfuerzo. En lo que comíamos y platicábamos, el camarero escuchó el cantadito mexicano de mis invitados, de modo que al final, muy sonriente, trajo la cuenta en dólares con la inapelable decisión de no cobrarla en ninguna otra moneda por mucho que yo protestara y me tirara de los pelos. Hernán recordaría para siempre mi bochorno, que al final sirvió para sellar la amistad con broche de oro.