Se derrumba al ser rechazado en el último momento por un motivo absurdo: «Yo pedí a alguien como…»
First Dates: el amor servido en bandeja. Desde su estreno en 2016, First Dates ha demostrado que el romance sigue teniendo un sitio privilegiado en la televisión. Con una fórmula sencilla pero eficaz, el programa reúne a desconocidos en un restaurante para vivir una cita a ciegas que puede terminar en flechazo… o en decepción. ... Leer más

First Dates: el amor servido en bandeja.
Desde su estreno en 2016, First Dates ha demostrado que el romance sigue teniendo un sitio privilegiado en la televisión. Con una fórmula sencilla pero eficaz, el programa reúne a desconocidos en un restaurante para vivir una cita a ciegas que puede terminar en flechazo… o en decepción. Bajo la batuta de Carlos Sobera, el espacio se ha convertido en un clásico de Cuatro, que noche tras noche mantiene enganchados a miles de espectadores. A pesar del paso del tiempo, su frescura y cercanía siguen conquistando a distintas generaciones.
El secreto de su éxito no está solo en el amor, sino en las historias humanas que se revelan a través de cada encuentro. Personas de todas las edades, orígenes y estilos de vida llegan a la cita cargados de ilusión, nervios y, en muchos casos, cicatrices emocionales. Ver cómo se enfrentan a esa incertidumbre frente a una copa de vino es lo que sigue cautivando a la audiencia. Cada cita se convierte en un microrelato que puede tocar fibras muy profundas o provocar carcajadas.
Además, First Dates ha sabido evolucionar con los tiempos, dando visibilidad a perfiles diversos y derribando estereotipos. Desde adolescentes hasta jubilados, pasando por personas del colectivo LGTBI+, el programa celebra el amor en todas sus formas. Esa apuesta por la autenticidad ha consolidado su lugar en la parrilla y en el corazón de los fans. En un mundo que a menudo parece hostil, este pequeño restaurante televisivo sigue siendo un refugio de esperanza.
Un rockero con alma joven.
En la emisión de este miércoles, uno de esos personajes inolvidables volvió a iluminar la pantalla. Francisco, un pintor jubilado de 69 años que llegó desde Valencia con el corazón abierto. «Aunque tenga mi edad, me considero una persona de 45 años», decía, con la seguridad de quien no piensa dejarse encasillar por los años. Su presencia irradiaba autenticidad, y eso ya prometía una cita diferente.
«Yo hasta la muerte soy rockero. A mí no me quita nadie los anillos o me dice no te pintes las uñas. Ahí, sí que cortamos», sentenció, dejando claro que lo suyo es una actitud ante la vida. También compartió con orgullo su faceta artística: «La gente dice que mis cuadros son muy bonitos», un detalle que completaba su retrato de espíritu libre. No le importaba romper moldes si eso significaba ser fiel a sí mismo.
Pero tras su energía positiva se escondía una historia de soledad. «Llevo unos dos años solo, pero me he sentido solo hará como 8 años. Cuando estoy enamorado soy una persona que lo da todo. Creo que es mi defecto, por eso me han dejado. Aunque tampoco me gusta estar todo el día empalagoso», confesaba ante las cámaras. Sus palabras reflejaban una mezcla de vulnerabilidad y madurez emocional.
Reme, entre la ternura y la exigencia.
La cita de Francisco fue con Reme, de 59 años, empresaria y cocinera jubilada de Petrer, Alicante. Ella también llegaba con sus propias heridas: «Llevo 17 años sin tener relaciones», se presentó con franqueza. Su vida había estado dedicada al trabajo y a su hija, y ahora buscaba una segunda oportunidad en el amor. Pese al tiempo transcurrido, su esperanza seguía intacta.
Francisco no ocultó su entusiasmo inicial: «Me ha dado buena impresión», dijo al verla. Sin embargo, el entusiasmo no fue del todo mutuo. «Tiene barriga. A lo mejor yo estoy peor que él, pero no me gusta un hombre con barriga», comentó Reme, revelando que su filtro físico seguía siendo relevante. La primera impresión, a veces, pesa más que cualquier afinidad.
«Nadie se lo cree, pero yo me he dedicado a mi restaurante y a mi hija que la he criado. La hostelería es muy esclava, yo era cocinera y llevaba cinco trabajadores a mi cargo», explicó sobre su pasado. Y pese a algunas dudas iniciales, también reconoció la conexión con Francisco: «En sus cosas y las que tengo yo, congeniamos súper bien.» Había espacio para la curiosidad y la tolerancia: «Yo no tengo ningún tatuaje pero no me importa que la persona tenga. Que lleve sus anillos y uñas tampoco. Se lo he preguntado por curiosidad».
El peso de las expectativas.
«Me parece guapa porque la veo una persona sencilla. Lo que dice, lo dice de verdad y lo siento», opinaba Francisco, cada vez más convencido de su cita. Y Reme también parecía entrar en sintonía: «He encontrado una persona muy compatible conmigo, muy buena y detallista», reconocía. Durante la cena compartieron anécdotas, risas y algunas confidencias. Todo indicaba que la velada iba por buen camino.
Pero el encanto se rompió con una frase demoledora: «Es un hombre encantador y amoroso. Le gusta todo como a mí, pero sin embargo hay una cosa que no es la que yo pedía, por ejemplo, que a mí no me gustan los hombres barrigones. El prototipo de hombre que me gusta a mí es como Richard Gere, eso es lo que yo pedí». Las palabras de Reme dejaron al descubierto la distancia entre lo que soñamos y lo que tenemos delante. A veces, el ideal pesa más que la realidad que nos hace bien.
Y así, en una decisión inesperada, Reme declinó seguir conociendo a Francisco. «Me lo he pasado muy bien, pero lo que yo veo es que tengo otro prototipo de hombre. Quiero ser tu amiga, pero no quedar para una cita. No quiero engañar a nadie, me ha faltado la chispa», le dijo. Francisco, dolido, respondió con dignidad: «Yo te hubiera dicho que sí por conocernos más, pero es así, no pasa nada». Aunque intentó disimularlo, la desilusión se le notaba en el rostro.
Donde el amor se cocina a fuego lento.
La historia de Francisco y Reme es solo una más de las muchas que cada noche ofrece First Dates, pero resume a la perfección su esencia: vulnerabilidad, esperanza y realidad. Porque más allá de los decorados y las cámaras, lo que vemos son personas enfrentándose a uno de los retos más humanos: abrirse a otro. No hay guion que pueda anticipar lo que sucederá en esas mesas, y quizá ahí radica el encanto.
Quizá por eso el programa no cansa. Porque no es solo televisión, es una ventana a nuestras propias contradicciones emocionales. Un espejo donde nos reconocemos en los miedos, en los rechazos y en ese deseo profundo de ser elegidos. Aunque a veces la cita no acabe con beso, siempre deja algo que pensar.
First Dates sigue siendo un fenómeno porque, al final del día, todos buscamos lo mismo: alguien que se quede después del postre. Aunque tenga barriga. Aunque no sea Richard Gere. Porque cuando se apagan las cámaras, lo único que importa es la chispa que queda encendida.