Qué son los derechos NIL y por qué pueden cambiar el futuro del baloncesto
Derechos NIL: Name, image and likeness. Nombre, imagen y semejanza. Tres palabras que están cambiando la historia del baloncesto, casi como libertad, igualdad y fraternidad lo hicieron con la del ser humano. Es el famoso NIL, el programa que ya ha cambiado el universo de la pelota naranja, y que lo va a transformar completamente […] La entrada Qué son los derechos NIL y por qué pueden cambiar el futuro del baloncesto aparece en Gigantes del Basket.

Derechos NIL: Name, image and likeness. Nombre, imagen y semejanza. Tres palabras que están cambiando la historia del baloncesto, casi como libertad, igualdad y fraternidad lo hicieron con la del ser humano. Es el famoso NIL, el programa que ya ha cambiado el universo de la pelota naranja, y que lo va a transformar completamente en los próximos años.
Durante décadas, explorar la vía universitaria en Estados Unidos ha sido una opción consistente para aquellos jóvenes baloncestistas que no tenían gran certidumbre sobre la certeza de su futuro paso al profesionalismo. Aprovechar el buen hacer en la cancha era una vía excelente para labrar un porvenir académico en el país de las oportunidades, consolidar el idioma universal por excelencia y, de la mano, seguir progresando en el deporte —una conjunción extremadamente difícil de compatibilizar en España—. A través de una beca, mucho más si esta era completa, tener estudios totalmente pagados resultaba una oportunidad irrechazable para asegurar el largo plazo mientras el corto y medio, con la pelota en las manos, resultase incierto. Sin embargo, dado el concepto históricamente amateur de la NCAA, se trataba de una vía prácticamente descartada, salvo en casos contados, para los talentos realmente destacados, aquellos capaces de generar desde muy jóvenes un nivel de ingresos tal como para pasar a un segundo plano el desarrollo académico.
A partir de ahora, borren este primer párrafo. Como si nunca jamás hubiera existido. Prácticamente nada de lo que durante años hemos conocido sobre la relación de la NCAA con sus deportistas es ya igual desde la aparición de los derechos NIL, y este hecho afectamente de forma radical al baloncesto como fenómeno global y, desde luego, de forma muy particular, al que se practica en el Viejo Continente. Yo no hay que poner a un lado de la balanza la apuesta romántica por un futuro respaldado académicamente y en el otro una rápida generación de ingresos. Ambas se han vuelto compatibles y están haciendo temblar los cimientos del universo baloncesto. ¿Por qué elegir cuando se pueden tener las dos cosas y, en el caso de los realmente buenos, ganar además mucho más dinero de lo que cualquier club profesional fuera de Estados Unidos pagaría por un joven? Probablemente usted también tomaría la misma decisión, no se engañe.
Qué son los derechos NIL
Los derechos NIL (name, image and likeness, nombre, imagen y semejanza) provocan un tsunami que no ha hecho más que empezar y que está poniendo patas arriba, y lo que te rondaré morena, la relación de los clubes con sus jóvenes valores. Aquello que nos contaron en 1994 en la célebre ‘Blue Chips’ (comercializada en España como ‘Ganar de cualquier manera’), protagonizada por Nick Nolte, Shaquille O’Neal, Anfernee Hardaway y una tercera estrella de Indiana encarnada por el mucho menos mediático Matt Nover, jugador del CB Murcia en la campaña 2003-04, es ya agua de borrajas. Prácticamente nada de la cinta se mantiene vigente en la tercera década del siglo XXI. Es casi pura arqueología baloncestística.
Varios movimientos legales dieron pie, en la transición entre la pasada década y la actual, a esta revolución liderada curiosamente, entre otros, por LeBron James, quien nunca jugó en la NCAA pero que tiene muy claro lo que es hacer negocio como jugador. Ya en 2019, el gobernador de California, Gavin Newsom, promulgó una ley que prohibía que las universidades del estado dorado castigaran a sus deportistas por ingresar dinero en su etapa estudiantil. Hasta julio de 2021, cuando todo cambió por orden de la Corte Suprema, nunca un universitario había podido ingresar dinero por sus derechos de imagen (por protagonizar un anuncio, por ejemplo). Posteriormente, en 2023, se falló en contra de las normas NCAA, asegurando que estas violaban las leyes antimonopolio. Y aunque hoy, a efectos legales, las universidades siguen sin pagar estrictamente por jugar, todo ha cambiado radicalmente. Los estudiantes ya están respaldados legalmente para controlar cómo se usa su imagen, también con fines comerciales.
En 2025, la inmensa mayoría de universitarios que hacen baloncesto, fútbol americano u otros deportes en la División I de la NCAA cobran por ello. Algo que nunca hicieron, legalmente al menos, Kareem Abdul-Jabbar en UCLA, Michael Jordan en North Carolina o Hakeem Olajuwon en Houston, donde simplemente fueron becados por su buen hacer en la cancha. A los actuales no se les abona un salario por jugar, pero sí por participar en actividades paralelas, como campamentos de tecnificación y, por supuesto, por explotar su imagen, gestionada en múltiples casos por especialistas en asuntos legales y de marketing. No paga la universidad, sí sus benefactores. La NCAA investiga con mimo que no se utilice como herramienta directa para reclutar jugadores más allá del plan de estudios del centro o de su programa deportivo, y ha sancionado a varias universidades, algunas muy potentes, tras detectar algún derrape en el proceso. La batalla legal es permanente, y estados como Virginia, Nueva York, Florida o Tennessee han demandado a la asociación por impedir que el NIL se use como herramienta (legal) para captar talento.
Y es que no se le pueden poner puertas al campo, mucho más en un país con cincuenta legislaciones diferentes en función de cada estado, además de la del Distrito de Columbia. Más allá de controlar que no se anuncien productos como drogas y alcohol ―hecho regulado en algunos estados, como Texas―, el terreno es yermo y las consecuencias, variopintas, empiezan a estar sobre la mesa. El quarterback de Colorado, Shedeur Sanders, alcanzó el verano pasado una valoración de mercado de 4’7 millones tras firmar con Nike. Cooper Flagg, la estrella de Duke y gran candidato al número uno del próximo draft de la NBA, cotiza ya en 4’8 ‘kilos’. Angel Reese, ahora superestrella de la WNBA, hizo caja en Louisiana State con los dulces Reese’s, que apostaron por vincular su imagen a la de deportistas universitarios cuyo apellido coincidiera con el nombre de la marca. Su archirrival, Caitlin Clark, salió de Iowa siendo imagen de marca de Gatorade, Goldman Sachs, Nike o State Farm. Hasta en niveles más terrenales, cualquier estudiante puede llegar a un acuerdo comercial con un supermercado del barrio donde está el campus de su universidad. Un estudio del ‘New York Times’ asegura que el contrato promedio en la NCAA actual contiene cinco cifras, con muchos yéndose a más de seis. La dimensión económica es enorme. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Y en algún lugar, LeBron sonríe y acaricia un gatito.
El terremoto es imparable. En cuanto acabe el March Madness arrancará una frenética actividad de mercado, con el portal de transferencias ardiendo y jugadores cambiando de universidad prácticamente al mejor postor. Un gran bazar inimaginable hace un lustro. El one and done ya cambió la realidad de la competición universitaria cuando muchos centros, con la Kentucky de John Calipari como principal exponente, apostaron por reclutar jugadores por un año, conscientes de su inminente salto a la NBA. Puro resultadismo por encima de la formación. Pero los derechos NIL cambian todo de cabo a rabo y lo lleva un paso más allá.
No apuesten demasiado porque Álvaro Folgueiras cumpla un tercer año en la modesta Robert Morris o Aday Mara en la poderosa UCLA (*nota del autor: los dos jugadores ya han anunciado sus nuevas universidades, Iowa y Michigan). El trasiego es incesante, como ya se vio el pasado verano con dos compatriotas destacados: Great Osobor, contrato millonario mediante, dejó Utah State por Washington. Y el base Álvaro Cárdenas se ha quedado a las puestas del gran baile de marzo con Boise State tras consolidar en Idaho el nivelazo que, durante tres años, mostró en la californiana San José State.
Mientras en Estados Unidos se debate sobre su sostenibilidad, la revuelta está en marcha y sus consecuencias en Europa ya se palpan. Hay que empezar a asumir que cada vez serán más contados los casos de jóvenes que no querrán probar la aventura americana a causa de los derechos NIL. Los clubes a este lado del charco afrontan un problema incuestionable para retener talento. Sin poder competir económicamente, quizá toque reinventar el sistema.
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