Pinos, agua y megaterios: el popular balneario del sur bonaerense que esconde un barco varado y fósiles de 12000 años de antigüedad
La historia de uno de los destinos más queridos por los bonaerenses

Un viento de sal y arena barre los médanos dejando su marca en cada sendero. El Atlántico golpea con fuerza, pero en sus pausas, su murmullo parece arrastrar historias de otros tiempos. Pehuén-Có no es un balneario como los demás. Aquí, las olas moldean huellas de criaturas extintas, los barcos encallados dejan su rastro en la arquitectura y los nombres de las calles tienen su origen en un diccionario, ‘Toponimia patagónica de etimología araucana’, escrito por un joven Juan Domingo Perón.
Ubicado al suroeste de la provincia de Buenos Aires, entre Bahía Blanca y Monte Hermoso, Pehuén-Có es un pueblo que se abre paso entre médanos forestados y pinos que no deberían estar allí, pero que alguien se empeñó en plantar. No hay grandes hoteles ni avenidas con luces de neón. Las casas se camuflan en la arena, algunas de ellas con historias propias, como la Casa Barco, un homenaje en cemento a un viaje que cambió una vida.
Los fósiles duermen en la tierra de Pehuén-Có desde hace miles de años. En la costa, a pocos metros del mar, los rastros de megaterios y macrauquenias conviven con los de zorros y ciervos modernos. Allí mismo, el esqueleto del Jaime Soberano II, una goleta uruguaya que encalló en 1883, ya es parte del paisaje: su madera fue reciclada para construir un puente, sus piedras de lastre se usaron para levantar la capilla del pueblo, y su memoria quedó anclada en el nombre de esa playa: Playa del Barco.
El hombre que soñó el balneario
Pehuén-Có es un balneario que nació de un sueño, de una visión obstinada de un hombre que imaginó un pueblo donde solo había arena. Gustavo Chalier conoce esa historia como pocos. Investigador apasionado y voz imprescindible cuando se habla de la identidad de Pehuén-Có, Gustavo rastreó documentos y reconstruyó la historia de este rincón donde el mar, la tierra y el pasado se entrelazan en un relato único. En esta entrevista con LA NACION, Chalier, que es licenciado y profesor en Historia por la Universidad Nacional del Sur e investigador del Archivo histórico Municipal de Punta Alta, recorre el origen del pueblo, sus hitos y esas anécdotas que hacen de Pehuén-Có un lugar distinto a cualquier otro en la costa argentina.
-Gustavo, ¿cómo y en qué contexto nace Pehuén-Có?
-Bueno, Pehuén-Có nace en el marco de las políticas del 40 y la expansión de los balnearios. Fijate que toda la costa atlántica se desarrolla en ese contexto, y eso lo estudió muy bien Melina Piglia, una historiadora de turismo que tiene muchos trabajos publicados sobre una serie de balnearios más allá de los tradicionales, como Mar del Plata o Necochea, y en ese marco surge Pehuén-Có. Nace como un emprendimiento y negocio de un señor llamado Avelino González Martínez. Él tenía estancias en lo que hoy es la zona de Pehuén-Có, y su familia ya frecuentaba la costa desde principios del siglo XX. En las décadas del ‘20 y del ‘30, González Martínez viaja a Francia y visita Las Landas. Ve allí un paisaje muy similar al que imaginaba para sus tierras: médanos, grandes extensiones de playa y sobre todo una gran cantidad de pinos. Con esa idea en mente, a partir de los años ‘30 comienza a fijar los médanos y forestar lo que hoy es el área de Pehuén-Có, con la intención de desarrollar un pueblo turístico. Durante toda esa década y parte de los ‘40, su familia se dedica a fijar los médanos con tamariscos y plantar coníferas, sobre todo pinos, en lo que sería el futuro pueblo. En 1948, ya con el proyecto más avanzado, se decide el loteo de esas tierras y la planificación urbana. Para ello, González Martínez contrata a tres paisajistas y finalmente elige el diseño de Benito Carrasco. Luego de realizar los primeros procedimientos administrativos, logra que el plan del pueblo sea aprobado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires el 16 de diciembre de 1948. A partir de ahí se inician los primeros loteos, y ya en enero y febrero de 1949 llegan los primeros pobladores, que compran sus terrenos y construyen sus casas de veraneo.
-En ese momento, ¿qué vías de acceso tenía Pehuén-Có?
-Las vías de acceso eran muy precarias, básicamente caminos de tierra que conectaban con Punta Alta y Bahía Blanca. De hecho, hubo casos de personas que llegaban en avioneta a Pehuén-Có por lo difícil que era el acceso terrestre. El camino siguió siendo malo hasta que finalmente se asfaltó, si no me equivoco, recién en la década del ‘80.
-Es cierto que el nombre de Monte Hermoso, el balneario contiguo, ¿en realidad nace a través de Pehuén-Có?
-Bueno, es una historia bastante curiosa. Es un topónimo que se “corrió” unos 30 kilómetros hacia el este. El nombre Monte Hermoso aparece por primera vez en la expedición de Alejandro Malaspina en 1790. Malaspina era un navegante italiano al servicio del rey de España, y en aquella expedición (previa a las de Darwin y Fitz Roy) exploró buena parte de la costa atlántica del Imperio Español. Durante su recorrido por la Bahía Blanca, uno de los tripulantes, el médico de a bordo Pineda, avista una elevación de médanos y la denomina “Monte Hermoso”. En algunos mapas también figura como “Monte de Pineda”, pero el nombre Monte Hermoso se populariza. Cuando Darwin llega a la zona en 1832, el 1 de octubre, Ahí realiza importantes hallazgos fósiles y registra el sitio en la literatura geográfica de la época. Hacia 1881 la Armada decide señalizar el acceso a la bahía Blanca y a la ciudad y decide montar una farola en un casco, hacer un faro flotante: ese es el pontón faro Manuelita. Pero a los pocos días, una tormenta hundió al pontón faro. Se rescató la farola y se la montó en tierra firme, sobre la barranca Monte Hermoso (donde estuvo Darwin 50 años antes). Este fue el primer faro terrestre de la costa argentina y por eso ese sector, hoy conocido también como Las Rocas, se lo empieza a denominar Farola Monte Hermoso. Poco después, finales del siglo XIX, en 1897/1898, se construye la base naval Puerto Belgrano, cerca de Punta Alta. En ese momento, la Armada decide instalar un faro en la costa para señalizar el acceso a la Bahía Blanca, donde estaba la farola. Se encarga la construcción a Francia y, cuando llega el material en 1906, las autoridades navales deciden ubicar el faro en Punta Catanga a unos 30/40 kilómetros al este del Monte Hermoso original. El faro, ahora llamado oficialmente Recalada, llega en cajones rotulados como “Faro Monte Hermoso”, porque ese era el sitio donde originalmente se lo pensaba instalar. Alrededor del hotel se forma un asentamiento que adopta el nombre Monte Hermoso, el que hoy conocemos. Esto genera confusiones, especialmente entre biólogos y estudiosos de la ruta de Darwin, que al viajar a Monte Hermoso esperan encontrar el sitio original de sus descubrimientos y se llevan una sorpresa. El Monte Hermoso original está a unos 5 kilómetros al oeste de Pehuén-Có.
-¿Cual es el legado de Darwin sobre la zona? Él describe ampliamente a Bahía Blanca y alrededores.
-Claro. Acá nos tenemos que ir un poco de Pehuén-Có y hablar de Punta Alta. En su viaje a bordo del HMS Beagle, Darwin no logra internarse en la Bahía Blanca debido a las dificultades de acceso. Pensemos que en aquel entonces la zona no estaba ni cartografiada ni civilizada. El capitán Fitz Roy temía que el barco quedara encallado, así que decide anclarlo en un sitio llamado Punta Ancla, cerca de lo que hoy es Puerto Rosales y Punta Alta. Desde allí, Darwin y su equipo se mueven en chalupas hacia el interior de la bahía. En Bahía Blanca se aloja en la fortaleza Protectora Argentina (que luego da origen a la ciudad) y desde ahí se desplaza a caballo con la ayuda de gauchos, porque le encantaban la caza y la cabalgata. El 26 de septiembre de 1832, explorando la zona de Punta Alta, hace un hallazgo crucial: un caparazón gigante de gliptodonte. Ese descubrimiento es fundamental porque es el primer fósil que empieza a darle a Darwin una idea concreta sobre la transformación de las especies. Punta Alta es, de hecho, un destino clave para biólogos de todo el mundo, y continuamente recibe investigadores del Museo de Ciencias de Nueva York, del Museo de Londres y de otros centros importantes. Darwin queda fascinado con Punta Alta y excava la zona con entusiasmo. Fitz Roy incluso se queja en su diario de que Darwin le llena el barco de fósiles. Luego, el 1 de octubre de 1832, explora las Barrancas de Las Rocas y encuentra más fósiles, sobre todo de megaterios y macrauquenias, una especie de antecesor de la llama. Pero hay un detalle más. En esa exploración, Darwin describe un ecosistema único, una playa con una planta que no se encontraba en ninguna otra parte del mundo. Años después, esa vegetación se denomina “Neosparton darwinii”, endémico de Pehuen Co. Punta Alta fue un lugar tan especial para él que, a diferencia de la mayoría de sus paradas, a las que rara vez regresaba, volvió a Punta Alta varias veces durante su estadía. Incluso cuando el Beagle regresa de Tierra del Fuego en 1833, Darwin vuelve a Punta Alta en octubre de ese año para seguir explorando.
-¿Cómo fue el ritmo de crecimiento luego del loteo? ¿Se vendieron rápido las propiedades o tardó algunos años en consolidarse?
-Sí, se vendieron bastante rápido porque había una necesidad de un balneario en la zona. Fijate que estamos hablando de un área donde hacía mucho calor y había muy pocos espejos de agua o balnearios cercanos. Entonces, aprovechando la cercanía con Bahía Blanca, la venta de lotes fue bastante ágil. Las primeras construcciones eran muy precarias, básicamente casas de fin de semana, hechas con bloques. Algo simple, funcional.
-¿Y quiénes fueron aquellos primeros propietarios?
-El primer boleto de compra-venta está a nombre de Nicolás Murzio. Luego siguieron otras familias: Baioco, Calvo, Ballesteros, Antinori, De Toro, Durand, entre otros. Eran todos de la zona, de la burguesía local. Gente con automóvil, que podían ser médicos, abogados o comerciantes. No había compradores de Buenos Aires, era muy lejos para ellos en ese momento.
-¿Y por qué se llamó Pehuén-Có?
-Bueno, esta historia es muy graciosa. Cuando González Martínez desarrolla el proyecto, lo hace como un negocio inmobiliario. Eran tierras de escaso valor que él revalorizó con la forestación y la idea del balneario. El proyecto fue familiar: él estaba al frente, pero también su esposa y sus hijos participaron en distintas decisiones. Una noche, mientras discutían cómo llamar al loteo, agarran el diccionario escrito por Perón. Sí, sí. Agarran el diccionario de toponimia mapuche que había escrito Perón, ‘Toponimia patagónica de etimología araucana’. Él había estado destinado en la Patagonia, en Camarones, Chubut, y se interesó mucho por la cultura indígena. Revisando el diccionario, encuentran que “pehué” significa “pino” y “co” significa “agua”. O sea, pino y agua. Y, claro, el paisaje del pueblo encajaba perfectamente con esa descripción. Así que decidieron llamarlo Pehuén-Có. No solo eso, sino que muchas calles del pueblo también fueron nombradas usando ese diccionario de Perón.
-¿Cuánta gente vive hoy en Pehuén-Có?
-En el último censo de 2010 la población era de 600 personas. Ahora debe haber un poco más, quizás unas 800. Pero Pehuén-Có no ha crecido demasiado porque tiene problemas de infraestructura. Por ejemplo, no tiene gas.
-Aquellas personas que viven en Pehuén-Có todo el año, ¿a qué se dedican? Porque el turismo es estacional…
-Sí, algunos viven del turismo, pero otros trabajan en Bahía Blanca o en Punta Alta. También hay jubilados que eligieron mudarse para allá en busca de tranquilidad. Y, claro, hay quienes se dedican a la pesca artesanal.
-¿Cuál es la historia detrás del buque encallado?
-Se lo conoce como el barco hundido, pero técnicamente sigue ahí, sobre la costa. Era un velero de tres palos llamado Jaime Soberano II, una goleta uruguaya. El 12 de diciembre de 1883 quedó varada en la costa de Pehuén-Có durante un temporal. El barco quedó inutilizado, pero la tripulación salió ilesa y la mercadería que transportaba se pudo rescatar. Lo curioso es que los tripulantes tuvieron que caminar desde Pehuén-Có hasta Bahía Blanca en medio de la nada, atravesando médanos y campos deshabitados. Cuando finalmente llegaron a Bahía Blanca, el cónsul español los alojó en un hotel y les brindó asistencia. La carga, que consistía en artículos de bazar y mercadería general, fue vendida en Bahía Blanca. Pero el casco del barco quedó ahí, varado. Con el tiempo, fue desmantelado y utilizado en la construcción del pueblo. Las piedras de lastre de la goleta se usaron para los primeros fogones del pueblo y también para levantar la capilla de la Sagrada Familia de Pehuén-Có. La madera del barco fue aprovechada para construir un puente sobre el arroyo Sauce Grande. Ese puente se llamó Paso de la Soberana, y la playa donde está el barco encallado se conoce hoy como Playa del Barco.
La “casa barco”, un clásico de Pehuén-Có
Es una de las principales atracciones de Pehuén-Có y fue construida por la familia Novelli. La Villa tiene pocas actividades más allá de la playa, así que la Casa Barco se convirtió en un punto de referencia obligado para los visitantes. Es el lugar donde todos van a sacarse fotos. Fue construida por Luis Novelli, un inmigrante italiano nacido en La Spezia en 1902. Novelli llegó a Roma en 1921 como parte de un viaje de instrucción mientras cumplía el servicio militar en la marina italiana. En ese contexto, recaló en la base naval de Bahía Blanca, donde el barco en el que viajaba quedó fondeado para realizar reparaciones. Parece que le gustó la zona y decidió desembarcar y quedarse en Argentina.
“Se estableció en Bahía Blanca y con el tiempo abrió una importante tienda de artículos eléctricos, especializada en cables, lámparas y otros productos. En 1951, decidió construir una casa que homenajeara al barco que lo había traído al país. Para ello, encargó la obra a dos albañiles locales, Francisco y Antonio Walich, residentes de Pehuén-Có. Finalmente, la Casa Barco fue inaugurada el 27 de noviembre de 1954 con una ceremonia simbólica que incluyó el tradicional lanzamiento de una botella, como si se tratara de la botadura de un barco real. La Casa Barco es una vivienda habitable con habitaciones, comedor, baño y cocina. Se encuentra en un terreno de 10 por 50 metros, rodeado de jardines, y está diseñada con la estructura y forma de un barco”, explica Chalier.
“La construcción se realizó íntegramente con materiales tradicionales, como bloques de cemento fabricados en Pehuén-Có. La parte más compleja de la obra fue la proa, que se diseñó con una estructura de perfiles metálicos, mallado de alambre tejido y un revoque que le dio forma. Para simular los remaches de un barco real, se elaboraron pequeños moldes metálicos con cal y arena fina, y cada uno fue colocado a mano como detalle decorativo en la fachada”, agrega.
-¿Quién vive allí hoy?
-Es una propiedad privada, actualmente habitada por una familia. Se puede visitar solo desde el exterior.
-¿Sigue perteneciendo a la familia Novelli?
-No, la familia Novelli vendió la casa. En 1966 la adquirió un tal Félix Prieto Juárez y, tras su fallecimiento, pasó a su esposa, República Gutiérrez González.
-¿República Gutiérrez González?
-Sí, sí. Por el nombre, estimo que era hija de algún inmigrante español republicano. Viste que en esa época los anarquistas o socialistas solían poner nombres como “Libertad”, “República”, “Armonía” a sus hijos. Esta mujer residía en Buenos Aires y se preocupó mucho por la conservación de la casa. Gracias a sus gestiones, logró que la Dirección Provincial del Patrimonio declarara a la Casa Barco “bien de interés turístico e histórico municipal” el 29 de noviembre de 2013. La ordenanza municipal correspondiente se aprobó en febrero de 2014.