Los sevillanos somos una especie que habita en un microcosmos muy particular, una ciudad en la que todo ocurre en un bucle que es el que marcan los ritos del tiempo. Poco, o más bien nada, sucede más allá de esa espiral costumbrista en la que vamos tachando del calendario eventos para volver a repetirlos al cabo de un año. Por eso, aquí lo que nos enciende de verdad es un cartel rupturista, un vía crucis convertido en los cien metros lisos, la fecha del pescaíto, el adelanto de la Cabalgata o la rivalidad cainita que va de Heliópolis a Nervión y viceversa. Antonio Burgos dictó sentencia en una frase lapidaria: «Aquí no passsa na». El sevillano vive indignado con...
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