No es la serie, eres tú (y te entendemos): si ‘The Last of Us’ no te llama nada la atención, hay una razón más profunda que lo explica

¿Te ha pasado? Muchas personas en redes han mencionado que les está costando mucho trabajo entrarle a la segunda temporada de ‘The Last of Us’, no porque no les resulte interesante, sino porque debajo de ello hay una sensación extraña que las series apocalípticas están despertando en nosotros. Y si esta es tu situación, aquí […]

Abr 22, 2025 - 02:25
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No es la serie, eres tú (y te entendemos): si ‘The Last of Us’ no te llama nada la atención, hay una razón más profunda que lo explica

¿Te ha pasado? Muchas personas en redes han mencionado que les está costando mucho trabajo entrarle a la segunda temporada de ‘The Last of Us’, no porque no les resulte interesante, sino porque debajo de ello hay una sensación extraña que las series apocalípticas están despertando en nosotros. Y si esta es tu situación, aquí tenemos una explicación de por qué podría estar sucediendo.

¿Por qué nos cuesta entrarle a historias post-apocalípticas como The Last of Us?

The Last of Us es, sin duda, una de las adaptaciones más cuidadas de los últimos años. Tiene actuaciones sólidas, producción impecable y un respeto profundo por el material original. Y, sin embargo, a pesar de su calidad, hay algo que no termina de conectar con cierta parte del público. No porque la serie esté mal hecha, sino porque el mundo que representa —y la forma en que lo representa— empieza a sentirse agotador.

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No es solo cuestión de temática. No se trata de que el apocalipsis ya no nos interese. El problema es más profundo: estas historias nos agotan, incluso cuando están bien hechas. Algo cambió en nosotros —como audiencia, como sociedad, como individuos— y lo que antes nos parecía intenso y atrapante, hoy se siente abrumador, repetitivo, innecesariamente oscuro.

Por mucho tiempo, las ficciones post-apocalípticas nos permitieron explorar los límites de la humanidad. Eran metáforas del miedo, del aislamiento, del dolor y de la esperanza. Pero con el tiempo, muchas de estas historias empezaron a girar en círculos: sociedades rotas, violencia inevitable, ciclos de venganza, la imposibilidad de confiar en otros, la pérdida constante. Las tramas se volvieron emocionalmente planas, a pesar de su ambición dramática.

Y ahí es donde entra el desgaste. Porque no solo estamos cansados de ver mundos destruidos. Estamos cansados de verlos contados siempre igual.

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Este fenómeno no es exclusivo de The Last of Us. Es una fatiga narrativa que afecta a muchas historias post-apocalípticas contemporáneas. La causa no es solo el tono sombrío o los escenarios desolados, sino una sensación de repetición emocional y moral: mundos destruidos donde la violencia se recicla, donde la redención se vuelve inalcanzable, y donde los ciclos de venganza y trauma parecen inevitables.

En teoría, estas historias buscan explorar los extremos de la naturaleza humana, lo que somos capaces de hacer (o perder) cuando se derrumba la civilización. Pero con el tiempo, esta premisa se ha convertido en una fórmula: pérdida, dolor, venganza, más pérdida. Los matices se diluyen en una narrativa que se asume como realista solo porque es pesimista.

A esto se suma una especie de complacencia visual: mundos destruidos bellamente filmados, violencia estilizada, discursos sobre la pérdida de la esperanza que se repiten casi como mantras. El problema no es que estas historias sean tristes. El problema es que no avanzan. Parecen atrapadas en la misma lógica narrativa una y otra vez, como si no hubiera más formas de imaginar el colapso —ni mucho menos su posible superación.

En el caso específico de The Last of Us, la serie tiene momentos genuinos de emoción, pero sigue profundamente atada a la idea de que el dolor es el único motor válido para sus personajes. Y aunque eso puede resultar poderoso al principio, también corre el riesgo de volverse monótono. Especialmente cuando el espectador ya ha pasado por años de ficciones que exploran el fin del mundo con la misma óptica deprimente.

La pandemia y la nueva intolerancia al sufrimiento ficticio

Después de una pandemia global que nos dejó aislados, ansiosos y emocionalmente exhaustos, hay un rechazo natural hacia las narrativas que nos devuelven al encierro, al miedo y al caos. No es casualidad que, en los últimos años, muchas personas busquen contenidos más ligeros, breves y cálidos: series de 20 minutos, comedias absurdas, realities de competencia, comfort TV. La evasión no es frivolidad: es supervivencia emocional.

Y lo post-apocalíptico, por más sofisticado que sea, ya no nos permite escapar, sino que nos devuelve de lleno a sensaciones que preferimos evitar. Ver a personajes sufrir durante 60 minutos, capítulo tras capítulo, en un mundo donde nada mejora, ya no parece una experiencia catártica, sino un castigo innecesario.

La crudeza no es el problema. La violencia puede ser poderosa si está bien construida. El problema es cuando todo se resume a lo mismo: más muertes, más traumas, más pérdida. Narrativas donde el dolor es la única constante, sin espacio para el matiz, la ternura, la contradicción o la sorpresa emocional.

Es como si muchas de estas series hubieran olvidado que el apocalipsis no solo puede mostrar el colapso de la civilización, sino también nuevas formas de reconstrucción. Que el sufrimiento no es más valioso por ser constante. Y que el realismo no tiene que ser sinónimo de desesperanza.

¿Qué queremos ver ahora?

No es que el público haya perdido la capacidad de ver cosas difíciles. Lo que ha cambiado es la disposición emocional y mental. Pedimos historias que nos reten, sí, pero también que nos dejen respirar. Que nos provoquen sin hacernos sentir miserables. Que sean complejas, pero no innecesariamente crueles. Ya no queremos un mundo que solo refleja la oscuridad, sino uno que nos permita imaginar salidas.

The Last of Us es solo un ejemplo de esta transición. No está fallando como serie. Está chocando con una audiencia distinta a la de hace 10 años. Una audiencia que ya vio el mundo detenerse y ahora pide algo más que otra ronda de dolor ficcional bien producido.


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