Narrativas Sherezade de Rebecca West
En la segunda parte de Cordero negro y halcón gris (1941; Reino de Redonda, 2024; Traducción de Luis Murillo Fort), un viaje de (auto) descubrimiento a través de la desaparecida Yugoslavia se convierte en una búsqueda mágica de la alteridad, plena de personajes memorables e ideas reflexivas contra el racismo, la codicia o la explotación:... Leer más La entrada Narrativas Sherezade de Rebecca West aparece primero en Zenda.

Al desplazarse a través de lo que hoy es Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte, Montenegro, Serbia o Kosovo, este relato intemporal transmite los ecos de los territorios sudeslavos durante el período de entreguerras: “La mujer aquella no hacía ninguna declaración espectacular (…). Su actitud suponía únicamente que aquella Pascua terminaría sin más calamidades que cualesquiera otras Pascuas anteriores (…) porque la muerte puede durar quinientos años y no ser muerte”.
Al escribir sobre un viaje al antiguo Estado ubicado en el sudeste de Europa que culmina en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Rebecca West (Londres, 1892-1983) redacta simultáneamente una misiva de amor a nuestro planeta y una carta de odio a quienes lo devastan: “Si alguna vez llega a imponerse la paz en el mundo será sólo porque un gran número de hombres que podrían haber tomado parte en las exhibiciones de la guardia o la marina invierten toda esa fuerza y esa precisión en el servicio de la vida”.
Elocuentemente local, el periplo a través del fenecido Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos que lleva a cabo la escritora, periodista, crítica y feminista inglesa, cuyo nombre real era Cecily Isabel Fairfield, se dirige al inconsciente universal; pleno de relevancia moral, su sentimentalismo abraza la naturaleza en su totalidad: “No es posible asesinar la bondad. Siempre habrá más, la bondad no desaparece de nuestra maldita Tierra, siempre nos pide que tomemos de ella lo que necesitemos”.
Se solaza la escritura de la coetánea de H. G. Wells, Ford Madox Ford o Ezra Pound en reminiscencias dentro de una narrativa Sherezade a través de la cual nuestra interlocutora intenta escapar del cautiverio al que la somete el mutismo, mediante las anécdotas de un territorio que sería invadido por las potencias del Eje en 1941 y “al que los occidentales deberíamos ir para aprender a vivir (…). Lo ignoramos todo sobre la vida porque en Occidente procuramos no pensar en la muerte. No se puede estudiar geografía si uno sólo se concentra en la tierra y se olvida de los mares”.
Emocionante de principio a fin, Cordero avanza sobre los hombros de épocas y acontecimientos, de crímenes y castigos que tienen lugar en un país fundado en 1918 tras el final de la Primera Guerra Mundial, que se calienta gradualmente hasta alcanzar el punto de ebullición de la segunda conflagración planetaria: “Si Occidente había fracasado a la hora de dar a Yugoslavia una fórmula para la felicidad, no podía aducirse que no importaba el fracaso de las cosas nuevas, porque allí había cosas viejas, que era todo lo que el país necesitaba”.
Su descubrimiento de la verdad tiene lugar en el interior de un colectivo sometido al interés político y económico de potencias extranjeras, roto en mil pedazos, en plena búsqueda de identidad, donde también se privilegia la afectividad (“la civilización consiste en apartarse de la violencia”), el compañerismo, la familia, lo duradero, en definitiva, frente a lo provisional: “La bondad es digna de adoración y es inmortal. Cuando se la pisa levanta de nuevo la cabeza y los seres humanos hurgan en el polvo en busca de los primeros brotes de su renacer”.
Se muestra respeto por un pueblo desplazado contra su voluntad, privado de sus derechos y desposeído, mientras se honra al conjunto de una sociedad. Lo hace “una mujer inteligente, informada y sensible que se convierte en arúspice de su tiempo, su mente deviene un interruptor que abre el paso a intuiciones a partir de ideas y presagios que están en el aire”, sostiene el periodista Jacinto Antón (Barcelona, 1957) en el prólogo. Se reivindica aquí la dignidad, sin negar los efectos intergeneracionales del colonialismo.
La colaboradora en publicaciones como The New Yorker, The New Republic o The Sunday Telegraph logra contar su historia dentro de la historia general de los desplazados, los privados de sus derechos, los desposeídos de todo lo que les queda: “Es una de las grandezas de este libro que se cierre con un rayo de esperanza en los tiempos más tenebrosos de la humanidad”, concluye Antón: “Y que el largo paseo por Yugoslavia y su ensangrentado pasado concluya en el atisbo de la luz, con un grito de coraje y la renovada promesa de las flores”.
Rebecca West logra, en definitiva, al hablarnos lo mismo de Belgrado, la capital y ciudad más poblada, que de Zagreb, Sarajevo, Skopie o Liubliana, o poblaciones más pequeñas, encapsular a toda una generación de luchadores. Al cumplirse 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, conviene regresar a una crónica urdida con tanto corazón como perspicacia, la denuncia hablada de una herencia envenenada: el terrible silencio al que todos (no solo los yugoslavos que pueblan sus páginas) nos vemos abocados.
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Autora: Rebecca West. Título: Cordero negro y halcón gris: Volumen I. Traducción: Luis Murillo Fort. Editorial: Reino de Redonda. Venta: Todos tus libros.
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