Milei, de la motosierra al botón muteador

Algunos párrafos antes de cruzar palabras y gestos con el diputado Facundo Manes, Javier Milei cumplió con el ritual de los presidentes que acumulan tiempo y descuentan que van bien: pidió ser votado por sus hechos de la misma manera que en 2023 había sido elegido por sus ideas.El pequeño conato posterior, con el diputado radical levantando una Constitución como si fuese una Biblia en un exorcismo, se agrandó luego por el discurso vacío y repetitivo que el Presidente leyó al final de dos semanas en las que su gobierno sintió la incómoda vibración de su primer gran escándalo por presunta corrupción, el criptogate.Callar a los periodistas es un viejo sueño que se renueva con suerte diversa a lo largo de la historiaComo si entre la inauguración de las sesiones ordinarias y las elecciones legislativas de octubre no hubiera eternos meses en los que nuevos hechos ampliarán los motivos para votar a favor o en contra, Milei parece dar por seguro que no habrá otra cosa para apreciar que sus realizaciones, sin otro contexto que el silencio que parece buscar en forma cada vez más explícita.Luego del incidente entre Manes y el descontrolado asesor Santiago Caputo llegó el anuncio de instalar un botón muteador durante las conferencias de prensa del ascendente vocero Manuel Adorni. Callar a los periodistas es un viejo sueño que se renueva con suerte diversa a lo largo de la historia.No hay prenda que no se parezca al dueño. Produce contagio en el resto de sus funcionarios la irritación que le genera a Milei ser interrumpido por toses, voces en la trastienda de un estudio de TV, fallas en el sonido o diputados gesticuladores. Es un potencial caso de estudio para los analistas del comportamiento.Nada diferencia a Néstor Kirchner de Milei en su certeza de que todos los periodistas son marionetas que escriben y dicen lo que se les ordenaAunque se presente como el más disruptivo de los presidentes desde la aparición de Perón, ochenta años atrás, Milei cumple una regla inexorable: a medida que los gobernantes se convencen –encuestas y entornos incondicionales mediante– de que sus gestiones son brillantes, crece en ellos la certidumbre de que los derechos de sus contradictores deben diluirse hasta eliminarse.El periodismo suele estar entre las primeras víctimas; el periodismo que actúa como tal, en tanto es también una contingencia inevitable que cada gobierno haga crecer su corte de justificadores que encuentran una explicación hasta para los desastres. Gente que hace como que pregunta y hace como que informa.Como ahora en el caso del esplendor creciente de la gestión libertaria, el menemismo también tuvo una corte de aplaudidores. El kirchnerismo hizo lo mismo, pero no le alcanzó y pasó años comprando medios de comunicación y pretendiendo anular y hacer desaparecer otros.Insultar es casi gratis y hacerlo avalado por el poder es una comodidad extraNada diferencia a Néstor Kirchner de Milei en su certeza de que todos los periodistas son marionetas que escriben y dicen lo que se les ordena.Luego de organizar parodias de juicios populares contra notables comunicadores, el kirchnerismo envió a sus militantes a gritarles a los periodistas del grupo Clarín “devuelvan los nietos”, por aquella falsa acusación en contra de la propietaria del multimedio de haberse apropiado de hijos de desaparecidos.Nunca nadie se disculpó por el sostenimiento de una infamia convertida en persecución judicial que luego las pruebas genéticas desbarataron.Desde lo alto de un poder que sugiere una impunidad que no es tal, Milei acusa sin dar nombres de haber sido “ensobrados”. La palabra adquirió una popularidad tan extendida como la dimensión de ese agravio sin nombre. Por lo general, habla de periodistas que no lo aplauden. ¿Son todos infames los periodistas? A Milei le molestan hasta tal extremo, que se podrían abrir oscuros interrogantes sobre su comportamiento si en octubre interpreta que los votos no son el apoyo por lo que hizo para bajar la inflación sino una bendición para ahogar disidentes, opositores o periodistas obligados a la equidistancia.Nada está en el aire. Los agravios como forma de relacionamiento, el bullying desde el poder, el uso de los recursos públicos para atacar al economista que habla del atraso cambiario o al periodista que investiga el criptogate alcanzan una aceptación bastante más generalizada de lo que se supone.Esto sucede por al menos tres razones: En primer lugar, a Milei le va bien, puede decir que está cumpliendo su promesa de bajar la inflación con la aplicación de un severo ajuste y de haber recuperado el orden de la calle al terminar con los piquetes. La motosierra resultó símbolo de una idea, más que una herramienta en sí misma.Otro motivo es que la idea de agredir y arrinconar con falacias y agravios al disidente fue largamente utilizada por la contracara de Milei, el kirchnerismo. Eso parece una justificación, cuando en realidad es la autenticación de una veta autoritaria agitada desde los extremos. Un silencio e

Mar 8, 2025 - 03:05
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Milei, de la motosierra al botón muteador

Algunos párrafos antes de cruzar palabras y gestos con el diputado Facundo Manes, Javier Milei cumplió con el ritual de los presidentes que acumulan tiempo y descuentan que van bien: pidió ser votado por sus hechos de la misma manera que en 2023 había sido elegido por sus ideas.

El pequeño conato posterior, con el diputado radical levantando una Constitución como si fuese una Biblia en un exorcismo, se agrandó luego por el discurso vacío y repetitivo que el Presidente leyó al final de dos semanas en las que su gobierno sintió la incómoda vibración de su primer gran escándalo por presunta corrupción, el criptogate.

Callar a los periodistas es un viejo sueño que se renueva con suerte diversa a lo largo de la historia

Como si entre la inauguración de las sesiones ordinarias y las elecciones legislativas de octubre no hubiera eternos meses en los que nuevos hechos ampliarán los motivos para votar a favor o en contra, Milei parece dar por seguro que no habrá otra cosa para apreciar que sus realizaciones, sin otro contexto que el silencio que parece buscar en forma cada vez más explícita.

Luego del incidente entre Manes y el descontrolado asesor Santiago Caputo llegó el anuncio de instalar un botón muteador durante las conferencias de prensa del ascendente vocero Manuel Adorni. Callar a los periodistas es un viejo sueño que se renueva con suerte diversa a lo largo de la historia.

No hay prenda que no se parezca al dueño. Produce contagio en el resto de sus funcionarios la irritación que le genera a Milei ser interrumpido por toses, voces en la trastienda de un estudio de TV, fallas en el sonido o diputados gesticuladores. Es un potencial caso de estudio para los analistas del comportamiento.

Nada diferencia a Néstor Kirchner de Milei en su certeza de que todos los periodistas son marionetas que escriben y dicen lo que se les ordena

Aunque se presente como el más disruptivo de los presidentes desde la aparición de Perón, ochenta años atrás, Milei cumple una regla inexorable: a medida que los gobernantes se convencen –encuestas y entornos incondicionales mediante– de que sus gestiones son brillantes, crece en ellos la certidumbre de que los derechos de sus contradictores deben diluirse hasta eliminarse.

El periodismo suele estar entre las primeras víctimas; el periodismo que actúa como tal, en tanto es también una contingencia inevitable que cada gobierno haga crecer su corte de justificadores que encuentran una explicación hasta para los desastres. Gente que hace como que pregunta y hace como que informa.

Como ahora en el caso del esplendor creciente de la gestión libertaria, el menemismo también tuvo una corte de aplaudidores. El kirchnerismo hizo lo mismo, pero no le alcanzó y pasó años comprando medios de comunicación y pretendiendo anular y hacer desaparecer otros.

Insultar es casi gratis y hacerlo avalado por el poder es una comodidad extra

Nada diferencia a Néstor Kirchner de Milei en su certeza de que todos los periodistas son marionetas que escriben y dicen lo que se les ordena.

Luego de organizar parodias de juicios populares contra notables comunicadores, el kirchnerismo envió a sus militantes a gritarles a los periodistas del grupo Clarín “devuelvan los nietos”, por aquella falsa acusación en contra de la propietaria del multimedio de haberse apropiado de hijos de desaparecidos.

Nunca nadie se disculpó por el sostenimiento de una infamia convertida en persecución judicial que luego las pruebas genéticas desbarataron.

Desde lo alto de un poder que sugiere una impunidad que no es tal, Milei acusa sin dar nombres de haber sido “ensobrados”. La palabra adquirió una popularidad tan extendida como la dimensión de ese agravio sin nombre. Por lo general, habla de periodistas que no lo aplauden. ¿Son todos infames los periodistas? A Milei le molestan hasta tal extremo, que se podrían abrir oscuros interrogantes sobre su comportamiento si en octubre interpreta que los votos no son el apoyo por lo que hizo para bajar la inflación sino una bendición para ahogar disidentes, opositores o periodistas obligados a la equidistancia.

Nada está en el aire. Los agravios como forma de relacionamiento, el bullying desde el poder, el uso de los recursos públicos para atacar al economista que habla del atraso cambiario o al periodista que investiga el criptogate alcanzan una aceptación bastante más generalizada de lo que se supone.

Esto sucede por al menos tres razones: En primer lugar, a Milei le va bien, puede decir que está cumpliendo su promesa de bajar la inflación con la aplicación de un severo ajuste y de haber recuperado el orden de la calle al terminar con los piquetes. La motosierra resultó símbolo de una idea, más que una herramienta en sí misma.

Otro motivo es que la idea de agredir y arrinconar con falacias y agravios al disidente fue largamente utilizada por la contracara de Milei, el kirchnerismo. Eso parece una justificación, cuando en realidad es la autenticación de una veta autoritaria agitada desde los extremos. Un silencio estratégico, como si temieran ser alcanzados por los rayos coléricos del Presidente y su equipo, es enarbolado por sectores de la vida política, social y económica que se consuelan por no ser tenidos en cuenta por los agravios.

El tercer motivo es la facilidad con la que en la declamada revolución es fácil ejercer la violencia en los mensajes y a la vez ampararse en la distancia, la virtualidad y el anonimato. Insultar es casi gratis y hacerlo avalado por el poder es una comodidad extra.

El botón muteador es entonces más que un instrumento para quitar la palabra a los periodistas que preguntan lo que el poder no quiere responder. “El medio es el mensaje” de Marshall McLuhan podría ahora retraducirse de otra manera: la herramienta sobre pocos es el deseo sobre muchos.