Marina Dodero: “De chica me hicieron bullying, pero me vengué”, confiesa
Desde su casa en Atenas, la socialité que mejor custodió los secretos de Christina Onassis habla de resiliencia y de amores

Incluso cuando relata momentos dramáticos, Marina Dodero mantiene la gracia. Histriónica, cercana, maneja cierta inocencia y sabe poco de filtros. “Con las cosas que pasé y lo que me tocó atravesar en los últimos años, lo último que uno debe perder es el humor y la fe. El otro condimento importante para sobrevivir en este mundo y ser feliz es la libertad. Toda la vida corrí tras ella. Recuerdo que mi padre traía pajaritos y los ponía en una jaula enorme, preciosa. Pero yo a la noche los liberaba. Nunca soporté que me marquen los tiempos”, dice la mujer que se hizo conocida en el mundo entero por ser la mejor amiga de Christina Onassis (la mujer más rica del mundo, hija del famoso magnate naviero), quien en 1988 murió de forma dramática en su casa del Tortugas Country Club.
Marina Tchomlekdjoglou sigue usando el apellido de su exmarido, fallecido hace un año, porque siempre le resultó más fácil y más corto. “Tuvimos una linda historia de amor que duró lo que tenía que durar (diez años), pero gracias a ella fui madre de dos hijas maravillosas y unas nietas adorables. Yo había tenido otros novios, pero con Dode nos casamos a los siete meses de conocernos. Gente muy bien, poderosa, educada. Pero ojo que yo tampoco era cualquier cosa”, cuenta pícara desde su living en pleno corazón de Atenas, donde se recupera de su último tratamiento oncológico.
–¿Cómo estás?
–Bien. Otra vez luchando. Lo mismo que me pasó en pandemia. Pero lo importante es que no hay metástasis, terminé el tratamiento y ya estoy en etapa de recuperación. Acá en Grecia tengo muchos amigos y primos hermanos. Mis hijas me visitan y me acompaña una empleada amorosa que no me quita los ojos de encima. ¡Y mi perro Oro! Qué sería mi vida sin él. Se me sube al pecho, me transmite energía. Es un gran compañero. Desde el día que me dieron la noticia que no se me separa un centímetro.
–¿Cómo se desencadenó todo?
–Muy original, la verdad. Porque luego de hacerme la mamografía el médico me dijo que tenía dos cosas para decirme. Una, que le parecía muy coqueta y bonita. Dos, que tenía cáncer otra vez.
–Ah, un amor...
–¡Vos viste! Otra vez lo mismo. Consultas, idas y venidas. Viajé a Madrid y di con unos médicos fabulosos. Para resumir, terminé operándome y con una quimioterapia dura que duró un año entero. Muy fuerte todo. Pero me di cuenta que yo también lo soy. A esta altura entiendo que también es una cuestión mental, el querer aferrarse a la vida.
–¿Cambiaste hábitos?
–Muchas cosas las hice por instinto, sí. El alcohol, que me encantaba, me empezó a dar asco. Y me hice adicta a los caldos de huesos. Una cosa loca porque nunca había leído lo saludable que es, pero empecé a necesitarlo. Nuestro organismo es increíble. Cada mañana me tomo un limón con cúrcuma, algo buenísimo para matar el bicho. Después me hago hervir una pata de pollo y tomo el líquido. Me encanta. Nunca lo necesité ni hubiera fantaseado con una cosa así, pero disfruto con eso y también con el jugo del caracú. Es como que me lo pide el cuerpo.
–-Todo esto a la par del tratamiento...
–Desde ya. Yo no soy de las que dicen que se curan tomando jugos; eso me parece delictivo. Hay que hacer todo lo que proponen los médicos, por más duro que sea el proceso, pero también escuchar a nuestro cuerpo. Y tener fe. Yo estoy mucho con la Medalla Milagrosa; la adoro. Creo que el combo es medicina, fuerza de voluntad, aguante y espiritualidad.
–¿No te permitís estar triste?
–Puedo preocuparme, sentir miedo, pero triste no me pongo. Como estaba recién mudada me dediqué a comprar cosas. Cuando terminé la decoración de adentro empecé con el balcón. Así estuve durante seis meses. No hay que quedarse quieta jamás. Entre quimio y quimio deambulaba por anticuarios. De otra forma no hubiera podido porque la cabeza ocupada es clave.
–Alguna vez dijiste que Christina Onassis no soportaba que le mencionaras algún dolor. ¿Eran exclusivos de ella?
–Ella me decía: pedime lo que quieras, pero nunca me digas que estás enferma. Era hipocondríaca, tenía muchos temas y un especial pánico a los melanomas. Alguna vez yo he tenido taquicardias y ella se ponía loca. Así que mejor que no vio nada de todo esto que estoy contando.
–¿La extrañás, la sentís cerca?
–Sí, yo me siento muy protegida por todos los seres amados que ya no están. Ahora tengo el título de viuda. Dode hacía tiempo que estaba mal pero yo iba, lo veía o hacía Facetime. Tuvimos una relación bárbara, solo que no podíamos convivir.
–¿Volverías a estar en pareja?
–Yo creo mucho en la vida de a dos; no estaría mal tener un compañero. No me casaría porque soy un ser terriblemente libre. Pero viajar con alguien, poder llamarlo. Me agradaría dar con alguien sano, con quien exista química, ganas de reír, hablar profundo.
–Sabrás que existen aplicaciones de citas...
–¿Como Tinder y esas cosas? Qué locura, ni se me ocurre. Yo sé que hay gente que se casa y son muy felices. Incluso que hay aplicaciones para gente paqueta o algo así. Pero me daría mucha vergüenza que vean que estoy buscando algo. Y no lo digo por mis hijas, que estarían chochas si yo tuviera un compañero.
–¿Tuviste muchos amores?
–Tuve mis historias. No de chica porque era bastante fea, con el pelo mota. A mí me mandaron a un colegio de monjas católicas siendo ortodoxa. Me dejaron entrar porque papá habló con alguien y lo logró. Pero me hicieron mucho bullying. Terrible. Eran todas chicas bien, con apellidos famosos y yo con el mío griego tan difícil, impronunciable... Me decían “come choclo”. Hacían fiestas y las tarjetitas de invitación pasaban por todos los pupitres menos por el mío. ¿Por qué? Porque era hija de griegos y además no muy agraciada. Pero me vengué.
–¿Cómo?
–Yéndome a estudiar a Londres, donde me rodeé de chicas adorables pertenecientes a familias reales (la actual reina Saleha de Brunéi, las princesas Manon de Holenlohe-Schillingsfürst y Beatriz de Borbón-Dos Sicilias), que me elegían capitana de equipo, me trataban bárbaro. Se dio vuelta todo. Y al tiempo conocí a un mallorquín que me marcó para toda la vida. Fue en Palma de Mallorca, cuando nos escapamos con una amiga. El romance duró pocos días y no prosperó porque mis padres no lo permitieron. De su lado tampoco porque era muy chico y aún no había hecho el servicio militar. Viví un gran amor. Lo increíble es que cada tanto nos seguimos hablando.
–¿Perdonaste infidelidades?
–A mi marido le descubrí algunas cosas pero pasado el tiempo. Ya no daba enojarse así que nunca se lo dije. No soy celosa y creo que cualquiera puede hacer lo que sienta.
–¿Consumís noticias argentinas?
–Claro, sé todo lo de Wanda Nara y la China, que me parece monísima pero no me gusta nada. Creo que se le fue la mano. En realidad a las dos. Pero lo increíble es el muchacho, este Mauro Icardi. Porque no es Messi ni Ronaldo ni Federer. Me parece que no entiende que en algún momento se le va a acabar la plata. Y ahí sí se acaba la novela.