Los Milei, los Macri y la insoportable levedad de una elección municipal
Esta batalla de otoño de Karina y Javier Milei contra Mauricio Macri recuerda aquella otra batalla de primavera de Cristina y Néstor Kirchner contra Eduardo Duhalde.Más imprecisas que odiosas, las comparaciones siempre serán una trampa. La historia nunca se repite, pero sí se reiteran los métodos para construir poder.En 2005, el matrimonio presidencial decidió ir por el control pleno del peronismo bonaerense, decisivo resorte de poder y fuente de las decisiones que hicieron posible la catástrofe institucional de 2001 y su consecuente superación con la presidencia interina de Duhalde. Néstor puso en competencia a Cristina contra Chiche, la esposa de Duhalde, con el resultado conocido: el presidente se quedó con el control del peronismo y su compañera lo heredó hasta estos días. Fue un triunfo provincial con una trascendente consecuencia nacional.La convicción oficialista de dar un golpe definitivo a Macri como líder partidario y de incorporar a sus antiguos subordinados coincide con el riesgo cierto de que la réplica sea también destructiva para el poder libertarioEn estos meses, desde dentro del propio kirchnerismo, empezó una disputa orientada a discutirle el control partidario a Cristina. Es una incógnita que tal vez se despeje este año si el gobernador Axel Kicillof irá a fondo y logrará vencer a su madre política. Y, luego, ver cómo reaccionará el resto del peronismo que siempre se subordinó a Cristina ante una eventual jefatura bonaerense de Kicillof.La batalla del peronismo no se agota en la provincia de Buenos Aires, pero nada importante ocurrirá fuera de esos límites hasta que se sepa quién gana la pulseada en ese territorio.El mismo impulso que siguió Kirchner en 2005 explica la decisión libertaria de usar sus mejores armas en una pelea municipal, la de la ciudad de Buenos Aires.La intensidad de la elección porteña oculta los acuerdos de algunos gobernadores del ex Juntos por el Cambio con una lógica propia y un denominador común: no tienen en cuenta las jefaturas nacionales del PRO y de los radicales¿Quién declaró esta precipitada guerra urbana entre los primos Macri y los hermanos Milei? Por orden de aparición, fue Mauricio Macri quien decidió defender su bastión original, la ciudad de Buenos Aires. Y fue luego Karina Milei la que decidió darle una pelea frontal y buscar derrotarlo en su propio patio.Antes de llegar al punto de no retorno, Macri había advertido hace meses lo que el viernes de la semana pasada al final confesó en público: a cambio del apoyo decisivo del PRO en el Congreso al oficialismo, recibió maniobras para atraer a sus dirigentes y hacerlos cambiar de bando sin atender a su jefatura.Macri apunta a Karina, que opera lo que acuerda con su hermano, y a Santiago Caputo, autor intelectual de ir por todo el electorado posible que hasta la última elección tenían Macri y Juntos por el Cambio.Nada personal, dicen los libertarios, que encuentran restos útiles del naufragio del sistema político. Un desprecio inaceptable, entienden los macristas, que encuentran que el avance libertario pone en riesgo su supervivencia y su propia identidad.La convicción de dar un golpe definitivo a Macri como líder partidario y de incorporar a sus antiguos subordinados coincide con el riesgo cierto de que la réplica sea también destructiva para el poder libertario. Eso convierte a una elección menor en una batalla política decisiva.Los porteños fueron metidos en un laboratorio político que deja en evidencia la precariedad de las pertenencias partidarias y la ruptura plena de viejas alianzasMauricio Macri podría haber dejado a Jorge Macri al frente de la elección municipal. Milei podría haber dicho que su foco es gobernar el país antes que ver cuántos libertarios entran a la Legislatura porteña.En cambio, el expresidente timonea la campaña y le pone el cuerpo a la búsqueda de votos, hizo descender a una postulación menor a una de sus diputadas nacionales más destacadas, Silvia Lospennato, y nacionalizó una discusión que originalmente debió pasar por los problemas locales.Karina Milei jugó la ficha de Manuel Adorni, su funcionario más próximo y el de mayor exposición cotidiana. La promesa de que Adorni pasará de ser la cara y la voz del Gobierno a una silente banca en la Legislatura invita a creer que los libertarios aprendieron del kirchnerismo el arte del engaño que siempre habitó las mal llamadas candidaturas testimoniales.La elección porteña no es solo una pelea por el control de los votos de centroderecha. Es también una luz que oculta lo que ya puede verse en el interior de la Argentina, donde los acuerdos de algunos gobernadores del ex Juntos por el Cambio con los libertarios tienen una lógica propia y un denominador común: no tienen en cuenta las jefaturas nacionales del PRO y de los radicales.Eso incluye la clara insinuación de un acuerdo en la provincia de Buenos Aires por encima de la voluntad de control de las decisiones que muestra Macri.Los porteños fueron metidos en un laboratorio político que
Esta batalla de otoño de Karina y Javier Milei contra Mauricio Macri recuerda aquella otra batalla de primavera de Cristina y Néstor Kirchner contra Eduardo Duhalde.
Más imprecisas que odiosas, las comparaciones siempre serán una trampa. La historia nunca se repite, pero sí se reiteran los métodos para construir poder.
En 2005, el matrimonio presidencial decidió ir por el control pleno del peronismo bonaerense, decisivo resorte de poder y fuente de las decisiones que hicieron posible la catástrofe institucional de 2001 y su consecuente superación con la presidencia interina de Duhalde. Néstor puso en competencia a Cristina contra Chiche, la esposa de Duhalde, con el resultado conocido: el presidente se quedó con el control del peronismo y su compañera lo heredó hasta estos días. Fue un triunfo provincial con una trascendente consecuencia nacional.
La convicción oficialista de dar un golpe definitivo a Macri como líder partidario y de incorporar a sus antiguos subordinados coincide con el riesgo cierto de que la réplica sea también destructiva para el poder libertario
En estos meses, desde dentro del propio kirchnerismo, empezó una disputa orientada a discutirle el control partidario a Cristina. Es una incógnita que tal vez se despeje este año si el gobernador Axel Kicillof irá a fondo y logrará vencer a su madre política. Y, luego, ver cómo reaccionará el resto del peronismo que siempre se subordinó a Cristina ante una eventual jefatura bonaerense de Kicillof.
La batalla del peronismo no se agota en la provincia de Buenos Aires, pero nada importante ocurrirá fuera de esos límites hasta que se sepa quién gana la pulseada en ese territorio.
El mismo impulso que siguió Kirchner en 2005 explica la decisión libertaria de usar sus mejores armas en una pelea municipal, la de la ciudad de Buenos Aires.
La intensidad de la elección porteña oculta los acuerdos de algunos gobernadores del ex Juntos por el Cambio con una lógica propia y un denominador común: no tienen en cuenta las jefaturas nacionales del PRO y de los radicales
¿Quién declaró esta precipitada guerra urbana entre los primos Macri y los hermanos Milei? Por orden de aparición, fue Mauricio Macri quien decidió defender su bastión original, la ciudad de Buenos Aires. Y fue luego Karina Milei la que decidió darle una pelea frontal y buscar derrotarlo en su propio patio.
Antes de llegar al punto de no retorno, Macri había advertido hace meses lo que el viernes de la semana pasada al final confesó en público: a cambio del apoyo decisivo del PRO en el Congreso al oficialismo, recibió maniobras para atraer a sus dirigentes y hacerlos cambiar de bando sin atender a su jefatura.
Macri apunta a Karina, que opera lo que acuerda con su hermano, y a Santiago Caputo, autor intelectual de ir por todo el electorado posible que hasta la última elección tenían Macri y Juntos por el Cambio.
Nada personal, dicen los libertarios, que encuentran restos útiles del naufragio del sistema político. Un desprecio inaceptable, entienden los macristas, que encuentran que el avance libertario pone en riesgo su supervivencia y su propia identidad.
La convicción de dar un golpe definitivo a Macri como líder partidario y de incorporar a sus antiguos subordinados coincide con el riesgo cierto de que la réplica sea también destructiva para el poder libertario. Eso convierte a una elección menor en una batalla política decisiva.
Los porteños fueron metidos en un laboratorio político que deja en evidencia la precariedad de las pertenencias partidarias y la ruptura plena de viejas alianzas
Mauricio Macri podría haber dejado a Jorge Macri al frente de la elección municipal. Milei podría haber dicho que su foco es gobernar el país antes que ver cuántos libertarios entran a la Legislatura porteña.
En cambio, el expresidente timonea la campaña y le pone el cuerpo a la búsqueda de votos, hizo descender a una postulación menor a una de sus diputadas nacionales más destacadas, Silvia Lospennato, y nacionalizó una discusión que originalmente debió pasar por los problemas locales.
Karina Milei jugó la ficha de Manuel Adorni, su funcionario más próximo y el de mayor exposición cotidiana. La promesa de que Adorni pasará de ser la cara y la voz del Gobierno a una silente banca en la Legislatura invita a creer que los libertarios aprendieron del kirchnerismo el arte del engaño que siempre habitó las mal llamadas candidaturas testimoniales.
La elección porteña no es solo una pelea por el control de los votos de centroderecha. Es también una luz que oculta lo que ya puede verse en el interior de la Argentina, donde los acuerdos de algunos gobernadores del ex Juntos por el Cambio con los libertarios tienen una lógica propia y un denominador común: no tienen en cuenta las jefaturas nacionales del PRO y de los radicales.
Eso incluye la clara insinuación de un acuerdo en la provincia de Buenos Aires por encima de la voluntad de control de las decisiones que muestra Macri.
Los porteños fueron metidos en un laboratorio político que deja en evidencia la precariedad de las pertenencias partidarias y la ruptura plena de viejas alianzas. Hasta los recién llegados libertarios tienen algún pedazo suelto por la expulsión de Ramiro Marra que les puede quitar votos.
Más expuesta es la fractura del PRO. Sus dos últimos aspirantes presidenciales juegan en contra de Macri. Patricia Bullrich volvió a cambiar de partido, ya es una libertaria más sin necesidad de firmar ninguna ficha de afiliación. Horacio Rodríguez Larreta también formalizó su adiós a una familia con la que ya no se reunía ni para Navidad.
Es tanta la dispersión de los votos del centro a la derecha que mientras se resuelve en un cantero la suerte de una estancia, brota la posibilidad de que un hijo tardío del alfonsinismo devenido cristinista se convierta en la versión 3.0 de Antonio Erman González, aquel menemista riojano que ganó la elección porteña para diputados nacionales de 1993. Se llamó “voto licuadora”. La historia no se repite, a pesar de que amague con hacerlo, y aunque ahora tenga el ruido de una motosierra.