«Las cosas que nos forman de niños quedan escritas en piedra»

‘El secreto de Marcial’ (Destino) ha situado a Jorge Fernández Díaz en el pedestal que se merece: esta obra, mezcla de memoria y misterio, ha recibido el último Premio Nadal. Hablamos con él en medio de la marabunta de promoción de su novela. Se le nota –somos amigos y asturianos– muy feliz. Una frase muy significativa de tu libro, referida a las romerías que se celebraban en los centros asturianos argentinos, es «si algo tan fuerte y vívido puede acabar y no dejar rastros, será nomás que todo acaba al fin». Me crié en una España que se construyó del […] La entrada «Las cosas que nos forman de niños quedan escritas en piedra» se publicó primero en Ethic.

Abr 7, 2025 - 10:57
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«Las cosas que nos forman de niños quedan escritas en piedra»

‘El secreto de Marcial’ (Destino) ha situado a Jorge Fernández Díaz en el pedestal que se merece: esta obra, mezcla de memoria y misterio, ha recibido el último Premio Nadal. Hablamos con él en medio de la marabunta de promoción de su novela. Se le nota –somos amigos y asturianos– muy feliz.


Una frase muy significativa de tu libro, referida a las romerías que se celebraban en los centros asturianos argentinos, es «si algo tan fuerte y vívido puede acabar y no dejar rastros, será nomás que todo acaba al fin».

Me crié en una España que se construyó del otro lado del Atlántico –con inmigrantes–, que llegó a ser el 30% o 40% de la población, que era enorme, que tenía su propia cultura, que añoraba cosas de Galicia, de Asturias, del País Vasco, de tantos lugares donde partieron los inmigrantes. Y esa comunidad llegó a tener su propia personalidad, llegó a tener sus momentos de gloria. Y empezó el ocaso por una cuestión biológica. Ya quedan pocos de aquellos, tendrán entre 88 y 95 años. Pronto casi no quedará ninguno vivo. Es una España que no tiene quien le escriba y que está formada por gente que fue en busca de la tierra prometida y a los pocos años tuvo que enfrentarse con una jungla de decadencia, llena de arenas movedizas. Por las plagas argentinas: la dictadura, la violencia, la hiperinflación, la guerra de Malvinas…

Tú estás viviendo esa especie de caída de la casa Usher.

Lo llevo con añoranza porque ahí se quedaron mis padres. Cuando uno se va volviendo más viejo, revisa mucho más la infancia, la adolescencia, así que vuelvo una y otra vez a ese mundo. Creo ser hijo de esa comunidad. Por supuesto, también soy argentino, pero básicamente esa comunidad me formó. Eso es lo que está en El secreto de Marcial. Ya había estado en Mamá. El secreto de Marcial es el telón de forma porque no es una crónica testimonial, es una novela. Una novela donde a veces la ficción tiene que estar subsidiada hábilmente con la realidad, porque no había forma de reconstruir las vidas secretas de Marcial sin ayuda del género de novela.

«A veces la ficción construye una verdad mucho más consistente»

Hay una intersección de la ficción con la realidad, pero además, como si fuese un doble salto mortal, están las ficciones cinematográficas que articulan todo el texto de forma casi terapéutica.

Cuando digo ficción en este libro hablo de que hay cuestiones de la vida privada que yo tuve que construirlas como ficción para que fueran verdaderas. Una paradoja. A veces la ficción construye una verdad mucho más consistente que el género del periodismo, el género documental. Y, por otra parte, recogí mitos familiares que se llevaron a la tumba algunas personas. Y por supuesto, también a todo esto que decís vos del cine. Un cine que nosotros veíamos en casa, en una televisión en blanco y negro, en Palermo pobre. Nos costó mucho salir de esa clase media-muy baja. Mi padre fue camarero toda su vida. Y el modo que teníamos de asomarnos al mundo, o sea, asomarnos al mundo de verdad, era esa ventana móvil en blanco y negro donde las películas de Hollywood de los cuarenta y de los cincuenta nos enseñaban todo: cómo se vestían, cómo eran las bebidas, cómo eran los hombres y las mujeres elegantes, los asesinos… Todos los personajes que surgían de ese mundo que para mí mismo cuando era chico era el mundo. Somos lo que vimos. Las películas, las series, las pantallas, las cosas que vimos en las pantallas y en los ojos de nuestros padres. Esa experiencia virgen de entrar en una película, descubrir que existe la infidelidad o que existen amores en triángulo o que existe una amistad pese a todo o el destino. Cómo estaban moldeados esos melodramas a una buena y a una mala. Cuando alguien lo está haciendo muy mal, seguramente va a tener un final feliz. Cuando en realidad es quizás otra cosa. Me parece que en ese sentido la novela lo que trata es de probar el modo en que a un niño –que soy yo– le influyó más obligadamente porque mi padre no podía hablar conmigo y no podía comunicarse conmigo de ninguna manera, entonces nos comunicamos a través del cine. Pero más allá de eso, de que hubiera pasado eso, estoy seguro que cualquiera de nosotros ha vivido una experiencia parecida, aunque no ha reflexionado quizá película a película cómo fue descubriendo el mundo.

Dice uno de tus personajes: «Es al revés de lo que siempre nos vendieron. Es la realidad la que copia las películas».

Al principio estaban las películas y esa era la realidad, pero cuando uno va creciendo, va descubriendo que la realidad es más sorprendente que las películas. A veces la realidad es más inverosímil que las películas. Lo cual es bastante perturbador. Si yo muchas veces haciendo novela me detengo y digo, bueno, voy a contar un caso que vi, pero si lo cuento tal como yo lo vi, lo que pasó de verdad, no me lo van a creer. Voy a tener que atenuarlo de alguna manera. La realidad es más hiperbólica todavía que la ficción.

Hay muchas extrañezas que recorren el libro extrañeza ante la llegada de tus padres a Argentina, extrañeza ante una nueva cultura…, pero hay una muy tremenda: la extrañeza de sentirte tú escritor o sentirte tú artista en un mundo donde no existían.

Nosotros estábamos destinados a estar en la butaca viendo películas o leyendo libros. No estábamos destinados a subir al escenario y hacerlo. Lo descubrí leyendo La Señal de los Cuatro, la novela de Sherlock Holmes. Lo leí y sentí que quería producirle a otros lo que ese tipo llamado Conan Doyle me estaba produciendo a mí. Recuerdo ese momento exacto: abracé la pasión por escribir y pensé, esto es como una película, pero yo puedo hacerla aquí en mi casa sentado, puedo escribirlo. Mi padre lo descubrió mucho tiempo después, cuando yo tenía 15 años. Y sintió una decepción tremenda, porque pensó «este quiere ser vago, este no quiere ser ni ingeniero ni médico». Tiene lógica. Los inmigrantes que estaban peleando por salir adelante necesitaban hijos que fueran productivos, no hijos que fueran creativos. Entonces me dio por perdido, creo que fue uno de los gestos más formativos de todos, porque yo todavía lucho contra la profecía de mi padre, que decretó que yo iba a caer en la miseria y que yo quería ser escritor porque quería ser vago. Luché toda mi vida contra esa profecía, y cuando digo toda mi vida, digo hoy lucho contra esa profecía, porque las cosas que nos forman de niños y adolescentes quedan escritas en piedra, y a veces nos pasamos años tratando de limar esos malentendidos. Mi padre al final de su vida estaba preocupado por la cantidad de horas que yo trabajaba, porque yo era un trabajador adicto. Es como una admonición formativa, al final esa admonición me sirvió mucho para progresar, también me generó la inquietud de no poder relajarme, que es algo que creo que les pasó a muchos hijos de inmigrantes en ese salto generacional que hubo entre padres e hijos.

«Los inmigrantes que estaban peleando por salir adelante necesitaban hijos que fueran productivos, no hijos que fueran creativos»

Tu madre se extinguió, dices, «en medio de un patetismo que no merecía, nadie lo merece, cualquier vida es una amarga victoria». Tanto Mamá como El secreto de Marcial son también una pequeña venganza contra esta verdad de que la vida es una amarga victoria y darles a tus padres una pequeña victoria, al menos en lo literario, devolverles algo de victoria.

Es una forma de verlo, no lo había pensado nunca así. Lo de amarga victoria tiene que ver con una película que vi con mi madre una vez. Trataba de una mujer de clase alta, pero era dinámica, divertida, y un día le descubren un tumor, se va quedando ciega, ella no quiere mostrar que es ciega y empieza a ordenar la vida de los demás, y quiere irse con elegancia, quiere irse con una enorme elegancia. Y yo creo que esa era la muerte que quería mi madre, que yo creo que queremos cualquiera de nosotros. La vida muchas veces no te da esa oportunidad. A mi madre no se la dio. Un alzhéimer la fue destruyendo, y los últimos tiempos son muy dolorosos. Mi madre quería que Mamá terminara con un final feliz. Yo le tuve que agregar un epílogo para la edición de Alfaguara, y entonces dijo mi madre, como si pudiera comunicarse con los lectores: «Diles que ahora soy feliz, lástima que soy vieja», que es como termina Mamá.

Le has regalado también a tu padre algo que muy probablemente le gustaría leer, porque El secreto de Marcial, aparte de sus muchas cualidades, es un thriller de secretos que se van revelando y a la vez aparecen otros.

Cuando monté la novela, la monté en tres actos, un acto que comienza con un pequeño enigma familiar y se desarrolla en aquella vida que vivíamos nosotros y el cine, una segunda parte donde los personajes acaban su vida de las maneras que sucedieron, y una tercera donde se despliega una investigación familiar que no destriparé aquí, no diré nada de ella, pero sí que yo quería que tuviera el pulso, el fondo y la resolución que sintetizaran las películas que habíamos visto. Ese desenlace es un homenaje secreto también a las películas de suspenso, de misterio, de acción, que tanto nos gustaban. No es que haya acción ahí, no es que mi padre al final sea un espía o un héroe de la guerra. No, mi padre es una persona común y corriente y su resolución es una resolución ambigua, como suele suceder en la vida.

Y luego también, como parte de tus obras, ahí está el periodismo y hablas de El Gran Carnaval.

Cuando era joven, me fui a la Patagonia y hacía un diario de provincia. Era peligrosísimo. Yo quería que el diario no quebrara, que triunfara, y me sentía que era capaz de cualquier cosa. Creo que algunas veces en la Patagonia cometía uno de esos pecados. Nunca al nivel de Kirk Douglas, por supuesto, pero admito que hay un virus en el periodista, los periodistas tienen «muchas enfermedades», y hay un virus particular que es cuando vos por la noticia sos capaz de cualquier cosa. Hay una vieja anécdota de nuestro amigo Arturo Pérez-Reverte, cuando a los 17 años entra en el diario Pueblo y le pregunta al redactor jefe el primer día cuál era su ideología y el redactor jefe le dijo: «Soborno, miento y hago cualquier cosa por estar en la portada. Esa es mi ideología». Esa vieja idea de cualquier cosa por vencer es algo que hay que dominar, pero cuando sos joven y tenés toda la ambición junta, bueno, tenés que regularla. Mi padre me señaló El Gran Carnaval como advirtiéndome; y Cautivos del mal también. Kirk Douglas ha sido un productor de cine con la misma pulsión por el periodismo. También es cierto que mi padre creyó inicialmente que el periodismo era una bohemia. Y de verdad lo era.

Como eres una de las pocas personas que lo puede contar, ¿qué se siente cuando te dan un Nadal?

Me quedé en blanco. Me levanté de donde estaba y caminé hacia el escenario en blanco. No sabía qué decir, finalmente conté un poco de donde vengo y quién soy. Y la emoción tremenda que me salió ahí al decir «mi padre…», qué vuelta irónica del destino: mi padre que desconfió tanto de la literatura, vuelve a España finalmente envuelto en una novela.

«Vamos a una democracia de extremos donde el problema empieza a estar en el centro»

Combinas tu oficio de novelista con el de locutor de Radio Mitre en Argentina. Son dos perspectivas que una la de novelista, por el premio, por toda tu obra, a día de hoy es recibida con cariño incontestable, y la de periodista que puede ser recibida con alguna imprecación, con amenazas… ¿No te dan ganas de dejar una?  ¿O lo del periodismo es como el cuento de la serpiente y la rana, va en tu naturaleza? 

La radio tiene una intimidad que creo que no tiene la televisión ni tampoco el cine, que creo que solamente tienen los libros. Tengo un programa los sábados en Buenos Aires, de 10 a 13 y me divierto haciéndolo y también sufro, por supuesto, porque con los artículos políticos de los domingos y con ese programa recibo puteadas. Gente muy enojada conmigo, de derecha, de izquierda, antes estaban enojados los de la izquierda populista y ahora están enojados los de la derecha populista. Estuve 20 años en las listas negras del kirchnerismo y ahora Milei me manda a sus muchachos y a veces me habla él directamente sobre mí, calificándome de imbécil, por la razón de que me parecen horrorosas algunas cosas que hace, realmente horrorosas. No luchamos contra el kirchnerismo para convertirnos en ultraderechistas. Eso es como hacer un túnel y escaparte de una prisión y salir en otra prisión.

«Estamos en una democracia pendular, que es como una bola de derribo»

¿Esta Argentina de Milei es una Argentina excepcional o a poco que leas la historia de Argentina es el eterno retorno?

Creo que es una novedad en la historia política, por lo tanto es una página en blanco. Me parece que no va en las categorías históricas anteriores. Sí que tiene muchos parecidos con fenómenos internacionales como Trump, como Vox, como Bolsonaro, como Orbán, lo digo con cuidado, porque Orbán es un modelo de partido único, de hegemonía. Cuando vos basás tu política en que esta es una lucha entre bien y el mal, entre amigos y enemigos y al enemigo ni justicia, como decía Perón: cuidado porque después le tenés que entregar la banda presidencial en un acto público y no podés, como Cristina Kirchner no pudo entregar la banda de los atributos presidenciales a Macri porque lo había demonizado tanto que la alternancia era una claudicación. Es decir, vamos a una democracia de extremos donde el problema empieza a estar en el centro. La democracia se hace con acuerdos, con racionalidad, recortando los extremos. Pero me parece que no funciona porque las redes sociales se basan en crear una identidad: yo soy yo porque estoy contra vos. Las dos Españas tienen que convivir, las dos Argentinas tienen que convivir, los dos Estados Unidos tienen que convivir. ¿Qué vas a hacer? Tienen que entrar todos en la democracia, recortar los extremos. Por eso estamos en una democracia pendular, que es como una bola de derribo. Lo que se está derribando es el edificio institucional que supimos tener en la democracia occidental.

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