La relación con los EE.UU., más allá de la empatía personal entre Trump y Milei
Se creen semidioses y, a veces, incluso un poquito más. Pero los líderes políticos son simples seres humanos (es cierto, más narcisistas que el promedio), y se enfrentan como tales al riesgo de deslizarse, en general sin notarlo, hacia situaciones complicadas que derivan en costos significativos. Son los famosos errores no forzados, muchos de los cuales pasan inadvertidos cuando se producen, aunque aceleren un desgaste inevitable. A administrar los buenos momentos y conservar energías y capacidad de iniciativa para contextos más adversos se aprende cuando es demasiado tarde: la inercia, la adrenalina y la dificultad para encontrar interlocutores que puedan y sepan comunicar con coraje y sinceridad eventuales escenarios contingentes generan un entorno tóxico que, en el extremo, incita comportamientos autodestructivos.La incertidumbre electoral en Ecuador y el acotado impacto que por tamaño y geografía tiene junto a El Salvador hacen que la Argentina sea el único aliado explícito e incondicional de los Estados Unidos en todo el hemisferio occidental. Se trata de un hecho sin precedentes en la historia de las convulsionadas relaciones entre esa potencia y la región. Ese vínculo ya se había estrechado muy significativamente durante la presidencia de Joe Biden, con visitas a Buenos Aires de funcionarios de altísimo rango, como el secretario de Estado, el titular de la CIA y la jefa del Comando Sur, entre otros. Pero la relación personal, la empatía y el alineamiento de Javier Milei con Donald Trump en la denominada “batalla cultural” contra el wokismo constituye un elemento singular y potencialmente muy provechoso para ambas partes, sobre todo para nuestro país. Sin embargo, existe un riesgo de malinterpretar los alcances y componentes de este especial lazo. ¿Es realista pretender que el presidente que ya en su anterior gestión había intentado derribar, con acotado éxito, los fundamentos de la globalización, y que logró retornar al poder con un programa aún más abiertamente proteccionista, nacionalista y aislacionista, contemple alcanzar un acuerdo de libre comercio con la Argentina?Estos acuerdos fueron uno de los instrumentos característicos de la etapa de surgimiento y expansión de la globalización a escala planetaria allá por la década de 1970 y 1980. Se volvieron más habituales luego de la caída de la Unión Soviética, cuando se logró constituir la Organización Mundial de Comercio, el tercer componente de las instituciones de Bretton Woods, junto con el FMI y el Banco Mundial. Como consecuencia de la Guerra Fría, nunca había podido llevarse a la práctica: todo quedaba supeditado a las “rondas” del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), la última de las cuales, entre 1986 y 1994, se desarrolló en Uruguay. Dispuesto a usar sus facultades para cumplir con las promesas electorales, algo muy similar a lo que trata de hacer Milei, Donald Trump anunció al poco tiempo de asumir una serie de tarifas y aranceles tanto a países, como México, Canadá y China, como a productos como el acero y el aluminio.Esto implicó desconocer tratados como el existente con Canadá y México, aunque ambos países negociaron una rápida tregua con el compromiso de mejorar la seguridad en las respectivas fronteras, fundamentalmente en relación con la inmigración ilegal y el contrabando de fentanilo, la droga sintética que causa estragos en los Estados Unidos con una epidemia de consumo que alcanzó niveles escandalosos ante la pasividad y la impotencia de las autoridades. China, por el contrario, contestó escalando la guerra tarifaria (del 10% al 15%) y anunciando una investigación a Google. Ese país es también el más perjudicado por las medidas proteccionistas en relación con el acero y el aluminio, pero la Argentina resulta duramente castigada (representan unos 600 millones de dólares, más del 80% corresponde al aluminio). Ya en 2018 ocurrió un episodio similar que pudo encaminarse mediante una eficaz negociación bilateral (Macri también tenía un fluido vínculo con Trump). Es probable que en esta oportunidad pueda haber una salida similar, aunque el mismo presidente norteamericano recordó el déficit comercial que tiene su país con el nuestro, como justificativo de las sanciones. Si se analiza la agenda bilateral, incluyendo la cuestión de biocombustibles y otras políticas unilateralmente impuestas por esa potencia que afectaron a productores locales, es indudable que queda un largo y sinuoso camino por recorrer. Lo ideal es enemigo de lo bueno y, en este caso, de lo necesario en materia de defender el interés nacional. ¿Reclama Milei un acuerdo ambicioso para negociar algo mucho más minimalista?El comunicado, frío y formal, del Departamento de Estado luego del encuentro entre Marco Rubio y nuestro canciller, Gerardo Werthein, debe ser tomado como lo que es: una expresión contundente de que, más allá de que ambos presidentes puedan tener afinidad y que haya amplio terreno para la cooperación, no debemos esperar favores ex

Se creen semidioses y, a veces, incluso un poquito más. Pero los líderes políticos son simples seres humanos (es cierto, más narcisistas que el promedio), y se enfrentan como tales al riesgo de deslizarse, en general sin notarlo, hacia situaciones complicadas que derivan en costos significativos. Son los famosos errores no forzados, muchos de los cuales pasan inadvertidos cuando se producen, aunque aceleren un desgaste inevitable. A administrar los buenos momentos y conservar energías y capacidad de iniciativa para contextos más adversos se aprende cuando es demasiado tarde: la inercia, la adrenalina y la dificultad para encontrar interlocutores que puedan y sepan comunicar con coraje y sinceridad eventuales escenarios contingentes generan un entorno tóxico que, en el extremo, incita comportamientos autodestructivos.
La incertidumbre electoral en Ecuador y el acotado impacto que por tamaño y geografía tiene junto a El Salvador hacen que la Argentina sea el único aliado explícito e incondicional de los Estados Unidos en todo el hemisferio occidental. Se trata de un hecho sin precedentes en la historia de las convulsionadas relaciones entre esa potencia y la región. Ese vínculo ya se había estrechado muy significativamente durante la presidencia de Joe Biden, con visitas a Buenos Aires de funcionarios de altísimo rango, como el secretario de Estado, el titular de la CIA y la jefa del Comando Sur, entre otros. Pero la relación personal, la empatía y el alineamiento de Javier Milei con Donald Trump en la denominada “batalla cultural” contra el wokismo constituye un elemento singular y potencialmente muy provechoso para ambas partes, sobre todo para nuestro país. Sin embargo, existe un riesgo de malinterpretar los alcances y componentes de este especial lazo. ¿Es realista pretender que el presidente que ya en su anterior gestión había intentado derribar, con acotado éxito, los fundamentos de la globalización, y que logró retornar al poder con un programa aún más abiertamente proteccionista, nacionalista y aislacionista, contemple alcanzar un acuerdo de libre comercio con la Argentina?
Estos acuerdos fueron uno de los instrumentos característicos de la etapa de surgimiento y expansión de la globalización a escala planetaria allá por la década de 1970 y 1980. Se volvieron más habituales luego de la caída de la Unión Soviética, cuando se logró constituir la Organización Mundial de Comercio, el tercer componente de las instituciones de Bretton Woods, junto con el FMI y el Banco Mundial. Como consecuencia de la Guerra Fría, nunca había podido llevarse a la práctica: todo quedaba supeditado a las “rondas” del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), la última de las cuales, entre 1986 y 1994, se desarrolló en Uruguay. Dispuesto a usar sus facultades para cumplir con las promesas electorales, algo muy similar a lo que trata de hacer Milei, Donald Trump anunció al poco tiempo de asumir una serie de tarifas y aranceles tanto a países, como México, Canadá y China, como a productos como el acero y el aluminio.
Esto implicó desconocer tratados como el existente con Canadá y México, aunque ambos países negociaron una rápida tregua con el compromiso de mejorar la seguridad en las respectivas fronteras, fundamentalmente en relación con la inmigración ilegal y el contrabando de fentanilo, la droga sintética que causa estragos en los Estados Unidos con una epidemia de consumo que alcanzó niveles escandalosos ante la pasividad y la impotencia de las autoridades. China, por el contrario, contestó escalando la guerra tarifaria (del 10% al 15%) y anunciando una investigación a Google. Ese país es también el más perjudicado por las medidas proteccionistas en relación con el acero y el aluminio, pero la Argentina resulta duramente castigada (representan unos 600 millones de dólares, más del 80% corresponde al aluminio). Ya en 2018 ocurrió un episodio similar que pudo encaminarse mediante una eficaz negociación bilateral (Macri también tenía un fluido vínculo con Trump). Es probable que en esta oportunidad pueda haber una salida similar, aunque el mismo presidente norteamericano recordó el déficit comercial que tiene su país con el nuestro, como justificativo de las sanciones. Si se analiza la agenda bilateral, incluyendo la cuestión de biocombustibles y otras políticas unilateralmente impuestas por esa potencia que afectaron a productores locales, es indudable que queda un largo y sinuoso camino por recorrer. Lo ideal es enemigo de lo bueno y, en este caso, de lo necesario en materia de defender el interés nacional. ¿Reclama Milei un acuerdo ambicioso para negociar algo mucho más minimalista?
El comunicado, frío y formal, del Departamento de Estado luego del encuentro entre Marco Rubio y nuestro canciller, Gerardo Werthein, debe ser tomado como lo que es: una expresión contundente de que, más allá de que ambos presidentes puedan tener afinidad y que haya amplio terreno para la cooperación, no debemos esperar favores extraordinarios ni un tratamiento preferencial. Sobre todo en materia de estrategia y seguridad regional el terreno luce, en principio, mucho más despejado que en materia económica. Esto no implica no contar con los Estados Unidos para cerrar el acuerdo con el FMI, sino descartar cualquier gesto de apoyo incondicional como el que obtuvo el país en 2018. La controversial decisión de la administración Trump de relajar la aplicación del Foreign Corruption Practices Act, que penalizaba duramente a las empresas que recurrían a artilugios ilegales para cerrar negocios en el exterior, describe con contundencia la nueva filosofía imperante: ya no habrá reclamos por mayor calidad institucional, promoción de la democracia ni fortalecimiento de la sociedad civil, sino en cambio el favorecimiento de los intereses de los Estados Unidos. El lenguaje del poder sin matices.
Esto se está manifestando en otro terreno donde Trump y Milei tenían, al menos hasta ahora, diferencias enormes: la invasión de Rusia a Ucrania. El presidente argentino se había convertido en uno de los principales voceros de la causa ucraniana y hasta se esperaba la realización de un foro regional en apoyo a la soberanía de ese país frente a la agresión de Putin. Pero en las últimas horas tanto Trump como el titular del Pentágono, Pete Hegseth, dieron señales clarísimas de que Ucrania debe resignarse a perder una porción de su territorio (el Donbass y obviamente Crimea), e incluso a integrar tanto la OTAN como la Unión Europea, hasta ahora dos pilares fundamentales en la ayuda que recibió Ucrania. ¿Será eso aceptable para los segmentos más nacionalistas de la sociedad ucraniana? ¿Implicará esto que Rusia resigna buena parte de su influencia en Medio Oriente? ¿Hemos acaso iniciado, como argumentan algunos especialistas, la era del neoimperialismo?
Sería un error minimizar los beneficios de una buena relación personal con el líder de la principal potencia global, pero tampoco debe perderse de vista la asimetría existente entre ambas naciones y el papel relativamente secundario que América del Sur tiene para los Estados Unidos. El secretario de Estado, Marco Rubio, descendiente de cubanos, hispanohablante y con gran conocimiento de la región, realizó su primera gira internacional por América Central y el Caribe, ratificando el interés que tiene para la política exterior de su gobierno. Para maximizar la capacidad de influir en esa agenda es necesario una acción conjunta y coordinada entre el gobierno y actores claves del sector privado, incluidas las empresas norteamericanas que operan en nuestro país. Washington está cambiando y mucho desde el retorno de Trump, pero influir en las distintas oficinas del gobierno y sobre todo en el Congreso implica un esfuerzo permanente y profesional, más allá de la dura tarea que le espera al nuevo embajador. Cualquier gestión que puede iniciar el Presidente debe ser respaldada por una estrategia sesudamente elaborada y correctamente implementada.ß