La paradoja política de la estabilidad económica

Un tipo de cambio apreciado puede ser útil en el corto plazo porque abarata las importaciones y contiene la inflación; pero el verdadero desafío es romper con la lógica cortoplacista y construir un sistema creíble, sin intervenciones artificiales

Feb 16, 2025 - 07:01
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La paradoja política de la estabilidad económica

La política y la economía son como dos bailarines obligados a moverse al compás, pero con ritmos distintos. Lo que en política es urgente, en economía suele ser contraproducente; y lo que la economía necesita para sostenerse, la política rara vez tiene tiempo o voluntad de conceder. En esta contradicción permanente se encuentra atrapado nuestro país, donde los atajos son siempre más tentadores que los senderos largos y difíciles.

Hoy, la estabilidad económica en Argentina está construida sobre una paradoja que se sostiene con alfileres. Por un lado, tenemos la narrativa oficial, que se regodea en una brecha cambiaria contenida, una inflación que se ha desacelerado y una actividad económica que da señales de vida. Esta realidad está sostenida con un tipo de cambio anclado y apreciándose de forma sistemática mediante herramientas precarias como la regulación cambiaria —el famoso cepo—, el blend exportador y un carry trade que alimenta una ilusión.

Es la paradoja perfecta: lo que políticamente luce como un éxito, macroeconómicamente siembra el terreno para una tormenta. ¿Cuánto tiempo puede sostenerse esta aparente estabilidad sin colapsar? ¿Cuánto cuesta aplazar las decisiones difíciles para ganar tiempo político?

El Presidente argumenta, con cierta razón, que no se puede saber con precisión cuál es el tipo de cambio de equilibrio y descalifica como econochantas o mandriles a quienes sostenemos que existe una apreciación cambiaria. Por alguna razón, este debate le incomoda.

Un tipo de cambio apreciado puede ser útil en el corto plazo: abarata las importaciones, contiene la inflación y genera una sensación de calma. Sin embargo, como advertía Paul Krugman: “La estabilidad económica mal gestionada es el preludio de una crisis más profunda”.

El dólar es, posiblemente, el precio más importante de nuestra economía. Si está demasiado barato , se acumulan desequilibrios. El más evidente es el déficit de cuenta corriente, que impide acumular reservas, erosiona la competitividad de nuestras exportaciones y aumenta la dependencia del financiamiento externo.

En la calle, este desequilibrio no pasa desapercibido. El taxista comenta: “Ahora nos toca a nosotros inundar Brasil”. La kinesióloga dice: “Con una hora de laburo, puedo comprar cada vez más en los shoppings chilenos”. En las ciudades fronterizas, el flujo hacia el exterior es constante. Quizás los economistas no siempre lo vemos, pero la calle lo detecta al instante.

La apreciación cambiaria no es solo un problema macroeconómico; es una trampa para el desarrollo productivo. Cuando los precios relativos se distorsionan, las industrias nacionales pierden competitividad frente a los bienes importados. Las pymes manufactureras se convierten en sobrevivientes precarias, y los sectores que generan empleo formal y de calidad ven erosionadas sus bases. La economía se desindustrializa lentamente mientras el capital humano queda subutilizado, empujado hacia el empleo informal o de baja productividad.

Los mecanismos detrás de la ilusión

Este tipo de cambio apreciado se sostiene gracias a una combinación de tres factores: el cepo -del cual mucho se ha escrito-, el blend exportador y el carry trade. Nos detendremos en los dos últimos.

El blend exportador es una de esas soluciones que solo pueden idearse en la alquimia argentina. Permitir que los exportadores liquiden parte de sus divisas al dólar paralelo en lugar del tipo de cambio oficial es, en esencia, un truco para aliviar la presión sobre el mercado cambiario y la brecha. Pero, como todo truco, tiene un costo. En 2024, esta práctica evitó que ingresaran a las reservas del Banco Central unos 18.000 millones de dólares.

En lugar de resolver el problema de fondo –la falta de confianza en el peso y la insuficiencia de dólares genuinos–, esta estrategia lo posterga, haciendo que el ajuste futuro sea más costoso.

Por otro lado, la política de tasas altas en pesos, combinada con un bajo crawling peg cambiario, genera el contexto ideal para el carry trade. Los inversores especulan en pesos, mientras el Banco Central financia la estabilidad cambiaria con un combustible que tarde o temprano se agotará. Es un equilibrio precario, con reservas netas negativas como síntoma más evidente de un modelo insostenible, cada vez más dependiente del endeudamiento o de la entrada de capitales externos.

En el centro de esta paradoja está el Banco Central, operando con reservas netas negativas. Mientras que Brasil acumula reservas equivalentes al 20% de su PBI, unos US$ 300.000 millones, Chile se sitúa en el 12% sumando US$ 45.000 millones y Perú supera el 25% alcanzando los US$ 80.000 millones, la Argentina está en el extremo opuesto, con US$ 30.000 millones que representan solo el 4% del PBI.

Sin reservas genuinas, sostener el tipo de cambio apreciado es una tarea compleja, especialmente si enfrentáramos una crisis externa. La acumulación de reservas no es un lujo ni un capricho; es el fundamento sobre el que se construye la estabilidad en las economías modernas.

Esta falta de poder de fuego limita nuestra capacidad para reaccionar ante shocks globales y nos condena a vivir en un estado de incertidumbre permanente. Sin reservas, la unificación cambiaria o cualquier intento de estabilización será solo un espejismo, un intento de mantener el equilibrio mientras se camina al borde del abismo.

El problema central no es el blend exportador, ni siquiera el carry trade, sino la lógica que los sustenta: la política argentina está atrapada en el cortoplacismo. En un país donde la estabilidad es una moneda rara y el capital político se mide en días, las decisiones económicas están al servicio del próximo posteo, la próxima elección o el próximo índice inflacionario.

Pero la economía no perdona. Lo que parece estabilidad hoy es, en realidad, un costo acumulado que alguien deberá pagar. Y cuando llegue la factura, quienes hoy celebran la calma serán los primeros en denunciar la tormenta.

El verdadero problema del modelo actual no es solo su fragilidad, sino que se presenta como una solución. Se celebra la brecha contenida, pero se oculta el costo de sostenerla. Se aplaude la inflación en desaceleración, pero se ignora la falta de mejoras en los fundamentos y en la productividad.

¿Esta vez es diferente?

Como Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart explican en This Time is Different, las crisis económicas suelen ser consecuencia de políticas que priorizan las apariencias sobre los fundamentos. En la Argentina, la estabilidad cambiaria basada en intervenciones artificiales puede parecer un atajo tentador, pero solo agrava los desequilibrios.

El desafío es romper con esta lógica cortoplacista y construir una economía basada en la credibilidad. Esto implica un Banco Central con reservas genuinas, un régimen cambiario sostenible y una política fiscal responsable –innegable que el Gobierno lo tiene prioridad. La acumulación de reservas no es un objetivo decorativo: es la base sobre la cual se construye cualquier proyecto de estabilidad económica.

Si la Argentina quiere salir del ciclo interminable de crisis, es hora de priorizar la salud macro sobre las urgencias políticas. La paradoja entre estabilidad política y sustentabilidad económica puede resolverse, pero solo si se toman decisiones difíciles y se abandona el espejismo de las soluciones inmediatas.

Como nos enseña la historia: la estabilidad genuina no se decreta; se construye.