En Texas, a finales de los años cuarenta, un niño negro y pobre -pleonasmo—no tenía otro destino en la vida que el fracaso. George Edward Foreman lo eludió a puñetazos y gracias al boxeo y a cierta habilidad para los negocios logró morir ayer millonario. Fue un púgil corpulento, musculoso y alto, con una pegada que tumbaba a los oponentes como si hubiesen recibido la coz de un caballo. Fue campeón olímpico y ganó dos veces el título mundial de los pesos pesados, la segunda a los cuarenta y cinco años porque cuando iba mal de dinero volvía a subirse al ring a buscarlo. Ganó a casi todos los grandes de su tiempo, a Frazier, a Peralta, a Norton, y...
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